Escribe: José Quintanal
Cuando la pasada semana, un grupo de docentes abordábamos, en su fase final, el proceso formativo de un curso a distancia, lo hacíamos debatiendo en profundidad la particular visión que nos ofrecía a cada uno, esta forma de trabajar y aprender que tenemos hoy. En el calor de la discusión aparecía, de forma recurrente y por enésima vez la duda que pesa como una losa sobre nuestros educadores, a quienes les cuesta aceptar los valores que aporta la EaD, preconizando una desvalorización de las relaciones personales, oponiéndola a la rica (aunque un tanto constreñida) enseñanza tradicional, en presencial.
Cuando la pasada semana, un grupo de docentes abordábamos, en su fase final, el proceso formativo de un curso a distancia, lo hacíamos debatiendo en profundidad la particular visión que nos ofrecía a cada uno, esta forma de trabajar y aprender que tenemos hoy. En el calor de la discusión aparecía, de forma recurrente y por enésima vez la duda que pesa como una losa sobre nuestros educadores, a quienes les cuesta aceptar los valores que aporta la EaD, preconizando una desvalorización de las relaciones personales, oponiéndola a la rica (aunque un tanto constreñida) enseñanza tradicional, en presencial.
Bien es cierto que quienes vivimos nuestro esplendor pedagógico en el siglo veinte, no hemos contado con otro medio de enriquecer el conocimiento didáctico más que asistiendo a las múltiples ofertas que nos llegaban en forma de escuelas, cursos, seminarios o talleres, y que ahora nos vemos abocados, inexorablemente, a cambiar completamente nuestra percepción de la realidad. También lo es, que cualquier convocatoria que se hiciera, resultaba idónea para aproximarnos al pedagogo del momento, conocer una curiosa metodología o simplemente compartir experiencias e ilusiones. Y que así era, nos gustaba y enriquecía. Pero hay que reconocer la unidireccionalidad de dicho aprendizaje, el cual, como si se sometiera a un planteamiento piramidal, respondía a un modelo secuencial de transmisión del conocimiento. En él, la asistencia del destinatario, deparaba un feedback inmediato al formador, y a los formandos. Su esencia radicaba en la comunicación del pensamiento, y/o del sentimiento, en el contraste, la aceptación o el rechazo, enriquecimiento que convertía la ciencia en un saber del otro y con los otros.
Con el cambio de siglo, parecen percibirse las cosas de otro modo, o al menos, con parámetros muy dispares. Y no se nos adelante el lector, interpretando que este cambio, a priori, haya sido mejor ni peor. Consideramos que el cambio, en sí, ha sido sustancial: la tecnología en la comunicación ha alcanzado un nivel de desarrollo tan fuerte, que ha modificado sensiblemente las posibilidades y los medios. También en la formación. El espacio y el tiempo, por supuesto que se han trasformado. Hoy ya no es necesaria la sincronía ni la presencialidad en una formación. Pero incluso, la interactividad raya límites insospechados, con la multiplicidad de contextos (por ejemplo, ya resulta lógico reproducir en múltiples terminales la aplicación dada en uno de ellos, incluso, variando entre ellos, quien realiza la función central), nuevos servicios (que se comparten en la "nube") e inusitadas metodologías (capaces de intensificar las relaciones, pues ahora trabajan en red). Parece ser, al menos así entendemos, que el futuro va por ahí.
Lo que sí resulta necesario, asumir e interpretar, que el cambio es fundamentalmente eso, cambio: hacer de otro modo. No se trata de seguir haciendo lo mismo, pero con medios y recursos interactivos. Eso no supondría ninguna evolución (que es el lugar donde hemod visto que se sitúan una gran cantidad de educadores). Un estaticismo autojustificativo en el que se esconden ilustrando la gran efectividad o el mucho enriquecimiento que nos deparaba cuanto veníamos teniendo o lo que hacíamos. Es necesario ver las cosas, y la escuela también, de otro modo, con otra perspectiva, la que nos depara la tecnificación, de modo que podamos superar los límites que nos marcaba un estilo clásico de abordar el conocimiento, en beneficio de otros mundos, otras formas...
Y por esta misma razón, el debate no debe centrarse tanto en comparar si trabajar de un modo u otro resulta más o menos enriquecedor. Lo que no es de recibo, intentar mezclas que pretenden mantener las mismas formas, con nuevos recursos. Si habláramos de cocina yo les explicaría a ustedes la imposibilidad de freír un huevo en un microondas, pero como estamos en un contexto tecnológico tendré que justificarles lo complicado que me resulta acentuar cuanto escribo, porque lo estoy haciendo en un ipad, y mi mano sigue empeñada en aplicar sus hábitos, adquiridos tan mecánicamente, de escribir. Y por el contrario, hemos de reconocer las ventajas que nos aportan los medios, por ejemplo para calentar rápidamente un vasito de leche con la que confortar mi reflexión, o darle continuidad al artículo iniciado ayer, cuando viajo tanto y he de aprovechar contextos tan dispares, donde el ipad permite una versatilidad tan grande. Hay dificultades y como en todo, también ventajas.
Será necesario pues, un cambio de mentalidad, global; que nos atreveríamos a situar incluso en un marco cultural. Hemos de… buscar otra forma de ver, pensar, concebir y desarrollar el pensamiento en la escuela. Ese cambio, aún no se ha hecho. Y parece difícil justificar esta afirmación cuando hoy nuestros escolares gozan de aparatos informáticos en el mismo aula: las pizarras ya se han digitalizado, los centros trabajan en red y el profesorado oficializa sus registros electrónicamente, en la base de datos que se aloja en un servidor central. Pero todo esto no es más que fachada si el teclado simplemente sustituye al lapicero, la digitalización perpetúa lo que la tiza convertía en efímero, las redes no nos ayudan a conocer-nos o la base de datos oficializa la frialdad de una relación didáctica. El cambio ha de ser otra cosa. Ha de ser transformacional, de mentalidad. Y, o mucho nos equivocamos, pero ese cambio está aún por venir. Y con él llegará la auténtica EaD, la red podrá ser dospuntocero, para entonces ya estaremos en la trespuntocero o la cuatropuntocero, y el debate, que por supuesto, tendrá lugar en la red, superará la discusión de la importancia de la presencialidad, impeliendo con fuerza las ideas, lanzándolas a un futuro universalizado, que gozará de presencia atemporal en nuestro mundo... ¿virtual? Permítanme dudarlo. Yo diría, pese a la tecnología que lo presidirá, que se trata de un mundo más real (y personal) que nunca. Tiempo al tiempo.
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