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domingo, 30 de octubre de 2011

La comunicación, deber ser educada


Escribe: José Quintanal

Quizás, esta idea de "comunicación", sea la que con mayor ímpetu, se ha incardinado en nuestros procesos de socialización que, al amparo de las tecnologías, tan evolucionadas como parecen, están consiguiendo un desarrollo tan marcado en este siglo veintiuno. No es necesario aquí, acudir a las cifras que la estadística nos aporta (por ejemplo, en twitter se mueven varios cientos de millones de mensajes diarios), para entender que su magnificencia, corrobora la convicción de tan ingente intercambio cultural. La gente, en general, y no sólo nuestros jóvenes, generamos con ello un prolífico mundo comunicativo, cuyo único y fundamental objetivo, entendemos que debiera ser, optimizar las relaciones; lo que otrora se dijera como conseguir un buen clima de convivencia.
Con cierto pesimismo, asistimos a diario a la decepción de no estar cumpliendo adecuadamente este objetivo. Una buena convivencia, que se base en la comunicación lingüística, debiera de forma preeminente permitirnos conocer, valorar y enriquecer, las opiniones, mensajes e informaciones que se trasiegan en una u otra dirección. La mejora de uno mismo, entendemos, que debe suceder, irremediablemente a la relación (aunque sólo sea mejorar el pensamiento, que además puede ofrecernos un mayor conocimiento del otro, de las ideas o del saber). El que sí parece que se logra, es el objetivo paralelo de "aproximarnos". Esta vorágine comunicativa, sí parece ser que nos acerca a los demás, consigue que nos sintamos próximos. Otra cosa será la consecuencia que pueda devengar tal aproximación.
Desde nuestro planteamiento pedagógico, hemos de sustentar la necesidad de educar esta comunicación. Es más, aseveramos rotundamente, que debe educarse. Y con cierta inminencia, pues vemos que la dejación que se está demostrando en las formas de intercambio, desarrollan en paralelo, la idea del "todo vale", que acaba por traspasar lo que ahora está de moda denominar, las "líneas rojas":
- En el plano moral, cada vez más, es necesario acudir a los códigos de buenas maneras, deontológicos, o del bien hacer, que actúen como telón de fondo protector de dichas formas, porque no todo es permisible, y menos, hacerlo al amparo de estar ocultando la identidad.
- En el plano estructural, la complejidad del acto lingüístico, provoca un desarrollo magnífico de la imaginación para conseguir fórmulas y recursos que banalizan ya lo que conocimos como texto enriquecido, conformándose hoy con absoluta simplicidad, redes de pensamiento global, en las que ya es posible entretejer interlocutores, fuentes, documentación e ideas, disperso todo en ese vasto mundo de internet que acaba sacralizado. Pues no, todo no vale en internet, es necesario el sentido crítico del pensamiento.
- Y lo mismo, está sucediendo en el plano formal, en cuyo contexto estamos viviendo hoy, formas de interacción capaces de reducir al estrecho marco de los ciento treinta y cinco caracteres, el potencial máximo de un pensamiento verdaderamente efectivo, o simplificar la generación del trabajo mediante un efectivo "corta y pega", que nada tiene que ver con el saber o el conocimiento. Por mucho que nos pese, también en este nuevo mundo, será necesario cuidar las formas.
De cualquier modo, insistimos en la importancia que debe conferírsele, en todo este espacio comunicativo a la corrección, adecuando el medio para conseguir un buen efecto. La relación, en el escrito también, resulta más agradable en un clima de bondad, de bien hacer, de respeto. Pues de lo contrario, cuando interfieren cuestiones formales, morales o estructurales, como acabamos de mencionar, el efecto de encrispamiento y radicalización genera formas tensas de comunicación, nada favorecedoras del goce que debiera depararnos sea relación con nuestros semejantes.
Con cierto pesar, cada vez encontramos más ejemplos de ese relativismo comunicativo, nada bueno, para nuestra convivencia. Los foros presentan formas nada respetuosas de intercambio, o incluso, se saltan las normas para imponer aquella del "todo vale", con lo que su comunicación más que nada, lo que consigue es entorpecer la relación. Esto no es bueno. Y por ende, no debiera ser válido.
Desde ese sentido pedagógico que nos mueve, abogamos por una implementación efectiva de contenidos educativos, con los que contribuir a formar a los comunicantes. En nuestro contexto universitario he visto cómo asignaturas como la "comunicación y la educación" han emergido precisamente para dar ese sentido al hecho comunicativo que tienen lugar en todo proceso de formación. No obstante, debiera ser una idea a implantar antes, mucho antes, pues el ser humano, desde pequeñito, está aprendiendo a comunicarse. Llegaríamos al origen de su educación en la familia, la cual no debiera más que iniciar un proceso, que luego la escuela, el instituto y hasta la universidad, se encargaran de dar continuidad, hasta conformar ese adulto responsable, respetuoso y creativo, que sitúa en una adecuada comunicación, el fundamento de su convivencia.



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