Escribe José Juan Moreso Universidad Pompeu Fabra (Tomado de Studia XXI)
Mientras reflexionaba sobre la conveniencia de dedicar esta nueva contribución al blog a los rankings de universidades, veía en televisión el portentoso final de la penúltima etapa de la Vuelta a España de ciclismo, la ascensión al puerto de l’Angliru, ganada con una afortunada mezcla de pundonor y elegancia por Alberto Contador. Al final en la pantalla del televisor aparecían las clasificaciones, de la etapa, y la general (ganada con maestría por Chris Froome) junto con las demás. Estas tablas clasificatorias ordenan jerárquicamente a los ciclistas con arreglo a unos criterios claros que en el ciclismo, como en otros deportes, dependen fundamentalmente de llegar el primero, una idea que pasó al mundo del derecho con el aforismo prior in tempore, potior in iure, y que tal vez provenga ancestralmente de las virtudes para la supervivencia que tenía llegar antes para nuestros antepasados.
Y me he decidido a decir algo más sobre los rankings académicos. Hemos comenzado septiembre con otra edición de uno de los rankings más conocido, el del Times Higher Education (THE) en el cual, por fortuna, sí hay dos universidades españolas entre las ciento cincuenta mejores del mundo, la Universidad Pompeu Fabra y la Universidad Autónoma ambas de Barcelona. Pido a los lectores que sean complacientes conmigo y me dejen confesar que este dato me llena de alegría porque estudié la licenciatura y me doctoré en la UAB y hace casi veinte años que soy catedrático en la UPF.
Ahora todos ya sabemos que mientras adelantar lugares en los rankings no debe ser el único criterio con el que diseñemos nuestros proyectos académicos, lo que dichos rankings establecen condiciona en alguna medida nuestra estrategia. Los rankingshan llegado para quedarse largo tiempo entre nosotros.
Y a pesar de que últimamente tenemos rankings multidimensionales, entre los que destaca el U-Multiranking impulsado por la UE, que permiten a la persona interesada confeccionar su clasificación como desee, todos queremos –como en el ciclismo- saber quién gana en esta u otra dimensión y quién gana considerando todos los factores relevantes.
Por la razón argüida, voy a detenerme en algunos datos de las Universidades españoles referentes a la última edición de 2017 de las tres ordenaciones jerárquicas más conocidas en el mundo que son, el Academic Ranking of World Universities (ARWU, conocido como el ranking de Shanghái; el ya mencionado THE, y el QS World University Rankings (QS), para después ofrecer algunas consideraciones con la pretensión de hacer inteligibles dichos datos. Hay sólo tres universidades entre las 300 primeras del mundo en los tres rankings, que son: la Universidad de Barcelona (UB), la Autónoma de Barcelona (UAB) y la Universidad Pompeu Fabra (UPF). Si ampliamos el foco a las 500 primeras, encontramos otra que es la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Que aparezcan al menos en dos rankings entre las 500 primeras hallamos la Universidad Complutense (UCM), la Universidad de Navarra (UNAV) y la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). Otras Universidades españolas aparecen en uno entre las 500 mejores y se acercan, al menos en otro, a estos lugares: la Universidad de Granada (UGR), la Universidad de Valencia (UPV), la Universidad de Zaragoza (UNIZAR), la Universidad de Santiago de Compostela (USC), la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), la Universidad Politécnica de Valencia (UPV), la Universidad Carlos III (UC3M), la Universidad Rovira i Virgili (URV) y la Universidad Jaume I (UJI).
Algunas cosas llaman la atención de estos resultados: en primer lugar, ¿cuál es la causa de este resultado claramente mejor de las universidades catalanas, las únicas tres entre las trescientas mejores en los tres rankings y cinco entre las diecisiete españolas en alguno de los rankings entre las 500 mejores?. En segundo lugar, ¿es la especialización, como ocurre con las universidades politécnicas, una buena estrategia para aparecer en los rankings?. En tercer lugar, ¿por qué algunas universidades históricas españolas se mantienen ahí (UCM, UB, UV, UNIZAR; USC, UGR) y otras no aparecen? Y, por último, ¿por qué solo hay una universidad privada (UNAV) española en este paisaje?
Tres universidades catalanas se sitúan entre las 300 mejores en tres rankings, ARWU, THE y QS.
No tengo respuestas indiscutibles a estas cuestiones que surgen naturalmente de los datos. Pero me atrevo a sugerir que hay cuatro elementos que indirectamente pueden ayudar a contestar estas cuestiones que son claves para ser competitivo e incrementar la reputación en la academia de hoy en día.
En primer lugar, que la universidad esté situada en un contexto orientado a la investigación. El peso de los resultados en la investigación es clave en los rankings; entonces, haber desarrollado una cultura académica en donde la investigación está en el centro y tener la universidad entrelazada con centros de investigación de primer nivel, es fundamental.
En segundo lugar, que las políticas generales, de los gobiernos, acerca de universidades e investigación sean sólidas y estables en el tiempo. Tal vez esto pueda explicar, en parte, el éxito comparativo de las universidades catalanas. En Cataluña llevamos ya casi veinte años de una política pública en investigación (programa ICREA de atracción de talento, centros de investigación autónomos, etc.) y en universidades (Ley catalana de Universidades de 2003, acuerdo para la mejora de la financiación de las universidades, aunque luego la crisis económica acabó con él), apta para mantenerse con los diversos cambios políticos, a veces no fáciles, ocurridos durante este periodo en Cataluña.
En tercer lugar, que la universidad disponga de un proyecto claro, estable y continuado en el tiempo. A veces esto no es sencillo dado nuestro modelo de gobernanza de las universidades públicas. Sin embargo, las universidades que han tenido la virtud y la fortuna de enlazar varios gobiernos que comparten los objetivos esenciales y los medios para lograrlos, han tenido mejores resultados. Esta es una experiencia palpable para cualquiera que haya tenido relevantes responsabilidades de gobierno en alguna de las universidades españolas.
En cuarto y último lugar, que la universidad sea razonablemente homogénea. Una cultura de la investigación compartida, un modelo docente compartido, un modelo de gestión aceptado, todo ello forma parte de una institución más adaptable, más flexible a los cambios, más apta para comportarse inteligentemente. En uno de los últimos planes estratégicos, la Universidad de Oxford –la primera en el ranking del THE- establecía como uno de los valores básicos de Oxford, lo que denominaba parity of esteem, algo como la paridad en el reconocimiento que debe existir entre el catedrático de Física teórica y el de Lengua y Literatura latinas, por ejemplo. En Oxford, esto es obvio, los dos son unos de los mejores en su ámbito, y son muy reconocidos. En nuestras universidades todavía tenemos senda por recorrer para alcanzar esta paridad en el reconocimiento.
Y, para terminar, el 8 de septiembre pasado en la lección inaugural del curso académico en Cataluña (hospedado este año por la UOC), el profesor Manuel Castells nos recordaba la obviedad de que “la calidad de la universidad depende al fin y al cabo de la calidad de sus profesores y de sus estudiantes”; pues bien los cuatro elementos a los que me he referido, adaptados a cada contexto, son aptos –o, al menos, así lo espero- para atraer a nuestras instituciones universitarias mejores profesores y mejores estudiantes.
Tomado del blog Studia XXI con permiso de sus editores.
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