Escribe Raidell Avello Martínez, Universidad de Cienfuegos (especial para el blog CUED)
Es innegable el crecimiento de
las investigaciones sobre estilos de aprendizaje que se puede percibir en las principales
revistas de educación, tanto en entornos presenciales como online. Muchos autores
defienden los estilos de aprendizaje como “aquellos
rasgos cognitivos, afectivos y fisiológicos, que sirven como indicadores
relativamente estables de cómo los estudiantes perciben, interaccionan y
responden a sus ambientes de aprendizaje”.
De igual manera, otros
investigadores relacionan los estilos de aprendizaje a las aptitudes del ser
humano, su talento, medios, instrumentos personales con los que cuentan para
interactuar con la realidad, de forma efectiva según su propia característica;
lo cual, indudablemente tiene un gran valor para los educadores y
psicopedagogos en el importante objetivo de mejorar y personalizar el
aprendizaje de sus estudiantes.
Los seguidores de esta teoría proponen
que las personas se dividen según su estilo de aprendizaje, por ejemplo, en
visuales, auditivas o cinestética, entre otras muchas clasificaciones, algunas
bien complejas y con más de 20 estilos, algunos ejemplo argumentan: “las
personas visuales aprenden mejor con gráficos y diagramas”, “las auditivas
aprenden mejor escuchando”, y “las cinestéticas aprenden mejor a través del
movimiento y la experiencia”.
Como resultado de estas
investigaciones, a muchos estudiantes, padres, profesores e investigadores, les
parece adecuado decir que como las personas prefieren aprender de forma visual,
auditiva, cinestética, u otras, deberíamos adaptar la enseñanza, las
situaciones y los recursos educativos a estas preferencias. Sin embargo, la
teoría de los estilos de aprendizaje ha recibido numerosas críticas. La
principal crítica es que no hay una base científica real que sustente, en
primer lugar, que los alumnos tienen realmente un cierto estilo de aprendizaje
óptimo, y en segundo lugar, que estos son conscientes de cuál es su estilo de
aprendizaje personal y/o si hay una manera confiable y válida para determinar
este estilo (An y Carr, 2017).
Unos de los principales críticos
son Kirschner y van Merriënboer, (2013), quienes plantean que los estilos de
aprendizaje clasifican mal (en realidad encasillan) a los estudiantes. Recientemente,
Kirschner (2017), plantea que el primer problema es que la gente no puede
simplemente agruparse en grupos específicos y distintos como muestran varios
estudios (Druckman & Porter, 1991, citado por Kirschner, 2017). La mayoría
de las diferencias entre personas en cualquier dimensión que uno pueda imaginar
son graduales y no nominales. Los partidarios del uso de estilos de aprendizaje
tienden a desconocer esto y usan criterios arbitrarios, como una mediana o una
media en una cierta escala para asociar a una persona con un estilo específico.
El segundo problema que plantea Kirschner
tiene que ver con la validez, confiabilidad y poder predictivo de las pruebas
de estilos de aprendizaje que se están utilizando. Por ejemplo, Stahl (1999)
reportó inconsistencias y baja confiabilidad en la medición de estilos de
aprendizaje cuando los individuos realizan una prueba específica en dos
momentos diferentes.
De igual forma, Coffield y
colaboradores (2004), seleccionaron 13 de los 71 modelos de evaluación de
estilos de aprendizaje, y evaluaron sus propiedades psicométricas: seis no
cumplieron con criterios psicométricos, tres “se acercaron a cumplir” con los
criterios psicométricos, otros tres cumplieron la mitad. Sólo uno de los
modelos cumplió con los requisitos mínimos psicométricos (y el que cumplió con
los requisitos no está dirigido a estudiantes sino más bien a docentes).
Asimismo, Massa y Mayer (2006), en una serie de tres experimentos donde
evaluaron si seguir la modalidad preferida del alumno (visual o verbal),
generaba diferencias en el aprendizaje. Lo que encontraron es la
modalidad de presentación no tiene impacto en términos de resultados. Digamos,
si un alumno “visual” recibe un contenido de forma visual o verbal da lo mismo.
Otro problema que se critica con
respecto a la medición de los estilos de aprendizaje es la poca idoneidad de
los cuestionarios de auto-informe para su evaluación. La razón es que los
estudiantes no son capaces, o no están dispuestos, de informar lo que en
realidad hacen, o lo que creen que hacen. En correspondencia, Massa y Mayer
(2006), encontraron que cuando los estudiantes informaban su preferencia por la
información verbal en lugar de la información visual, esta preferencia solo
estaba débilmente relacionada con sus habilidades reales medidas objetivamente
(es decir, su capacidad espacial).
En resumen, cabe preguntarse si verdaderamente
los estudiantes saben lo que es mejor para ellos. Muchos de estos estudios
demuestran que estudiantes que expresaron preferir una forma particular de
aprender, en la mayoría de los casos no tuvieron mejores resultados usando
dicha forma, o incluso mostraron peores resultados. Ciertamente, no parece
prometedor la hipótesis de los estilos de aprendizaje si se tiene en cuenta que
ha estado dando vueltas durante 40 años, y no hay suficiente evidencia como
para justificar el tremendo gasto de recursos que significa evaluar a todos los
estudiantes y tener varias versiones de un mismo contenido según el estilo de
los alumnos.
Teniendo en cuenta estos
elementos coincido con las conclusiones del estudio de Massa y Mayer: “añadir
ayudas visuales a una lección online que tenía mucho texto tendió a ser de
utilidad tanto a visualizadores como a verbalizadores”, es decir,
enriquecer el material sirvió a todos por igual, más allá del estilo de
aprendizaje asociado. En fin, no creo que sea de mucha ayuda hacerle creer a un
estudiante que tienen un estilo de aprendizaje, sino, lo que necesita es un
repertorio flexible del que escoger dependiendo del contexto.
Referencias
An, D., & Carr, M. (2017, in press). Learning
styles theory fails to explain learning and achievement: Recommendations for alternative
approaches. Personality and Individual
Differences.
Coffield, F., Moseley, D.,
Hall, E., & Ecclestone, K. (2004). Learning styles and pedagogy in post-16
learning A systematic and critical review. Learning and Skills Research Centre,
84.
Kirschner,
P. A. (2017). Dejad de Propagar el Mito de los Estilos de Aprendizaje. [Traducido
y adaptado por: Héctor Pijeira Diaz y Raidell Avello Martínez] https://onderzoekonderwijs.net/2017/02/26/dejad-de-propagar-el-mito-de-los-estilos-de-aprendizaje/
Kirschner, P. A. (2017). Stop propagating
the learning styles myth. Computers & Education, 106, 166-171. http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0360131516302482
Kirschner,
P. A., & van Merriënboer, J. J. G. (2013). Do learners really know best? Urban legends in education. Educational
Psychologist, 48(3), 169e183. http://dx.doi.org/10.1080/00461520.2013.804395.
Massa, L. J., & Mayer,
R. E. (2006). Testing the ATI hypothesis: Should multimedia instruction accommodate
verbalizer-visualizer cognitive style? Learning and Individual Differences,
16, 321–335. http://doi.org/10.1016/j.lindif.2006.10.001
Rawson, Stahovich, & Mayer. (2016).
Homework and achievement: Using smartpen technology to find the connection. Journal of
Educational Psychology.
Riener, C., &
Willingham, D. (2010). The Myth of Learning Styles. Change:
The Magazine of Higher Learning, 42(5), 32–35. http://doi.org/10.1080/00091383.2010.503139
Stahl, S. A. (1999). Different strokes for
different folks? A critique of learning styles. American Educator, 23(3),
27-31.
Nueva evidencia sobre el mito de los estilos de aprendizaje:
ResponderEliminarNo evidence to back idea of learning styles
https://www.theguardian.com/education/2017/mar/12/no-evidence-to-back-idea-of-learning-styles