Escribe Ángel J. Gómez Montoro Universidad de Navarra (Tomado de Studia XXI)
Se ha recordado muchas veces que la raíz de la palabra Universidad es la misma que la de universalidad. Universalidad de saberes, en primer término, pero también universalidad de profesores y alumnos, pues el saber no conoce de fronteras ni nacionalidades. Es más, según algunos autores el término Universidad aparece por primera vez en un edicto de Alfonso X el Sabio que, en 1253, concede a Salamanca el título de “Universidad de Estudio General” basándose en una bula papal que previamente utiliza ese término para referirse a la universalidad de los Estudios Generales en tanto que acogen a cualquier estudiante de cualquier procedencia geográfica, promueven la movilidad de su profesorado y expiden títulos (en la medida en que este concepto se pueda predicar de aquella realidad) de validez universal. En todo caso, no deja de impresionar la movilidad tanto de profesores como de alumnos en las primeras universidades: Erasmo de Rotterdam, Tomás de Aquino, Juan Luis Vives, Miguel Servet o Ignacio de Loyola son, por citar algunos ejemplos, claros exponentes de esa movilidad, facilitada por la existencia de una lengua común: el latín.
Universidad como universalidad de saberes, en primer término, pero también universalidad de profesores y alumnos, pues el saber no conoce de fronteras ni nacionalidades.
Como es sabido, la situación cambia con la consolidación de los Estados-nación y la apuesta, sobre todo en Alemania y Francia, por un modelo de universidad nacional y por un profesorado funcionario. Un modelo del que somos herederos y que sigue pesando en nuestro país pues, a pesar de la globalización y del imparable proceso de internacionalización en tantos ámbitos, nuestras Universidades siguen teniendo un marcado carácter nacional (cuando no meramente local), tanto por el origen de sus estudiantes como por su profesorado, así como por ofrecer una enseñanza casi exclusivamente en castellano o en alguna de las otras lenguas oficiales en España. En este sentido, resulta tristemente ilustrativa la conclusión del informe Comparación internacional del sistema universitario español, elaborado por F. Michavila, J.M. Martínez y R. Merhi para la CRUE en 2015: España es el país de Europa con menor porcentaje de estudiantes internacionales en estudios de Educación Superior (no llega al 3%, una ratio seis veces inferior a Gran Bretaña). Desde luego no puede desconocerse que el programa Erasmus ha sido un magnífico antídoto contra el localismo y que en el ámbito del postgrado existe un alto porcentaje de estudiantes extranjeros, fundamentalmente de Latinoamérica, pero creo que esto no es suficiente y, sobre todo, pienso que nuestras Universidades están en condiciones -y no deberían dejar pasar la oportunidad- de profundizar en su internacionalización.
Es posible que haya quien piense que la internacionalización no es un objetivo que por sí mismo deban perseguir las Universidades. Recuerdo incluso la contestación hace años de un rector de una prestigiosa Universidad española cuando le comenté lo que me parecía una situación de ventaja para atraer alumnos internacionales a nuestros grados: con un realismo un tanto descarnado –quizás excesivo- me recordó que los fondos de las Universidades públicas proceden sobre todo de las Comunidades Autónomas y que a sus gobernantes lo que les interesa fundamentalmente es atender la demanda de la propia Comunidad y no se entendería que los hijos de sus votantes (no fueron estas sus palabras pero creo que sí la idea) perdieran sus plazas en beneficio de estudiantes de otros países. Desde luego no son argumentos de poco peso, y posiblemente ese rector –un buen rector y un gran investigador- tenía ya bastantes experiencias negativas sobre el peso de los intereses locales. Pero no creo que esos o similares planteamientos vayan a ayudarnos a mejorar nuestro sistema universitario y, mucho menos, las posiciones que ocupamos en los rankings internacionales que tanto parecen preocupar, al menos cada vez que se publican.
Es posible que no todos coincidan en la idea de que la internacionalización es un objetivo que deberían perseguir las universidades.
El éxito de las Universidades y centros de investigación estadounidenses tiene que ver en no poca medida con su capacidad de incorporar a los mejores con independencia de su nacionalidad. Algo que se ve facilitado por el hecho de que sean muchos miles de los mejores estudiantes de otros países los que van allí a hacer algún tipo de estudio, en muchos casos con becas de las propios centros universitarios. Esa misma capacidad de atracción se ve en las buenas Universidades británicas y cada vez más en otras Universidades europeas, como es el caso de Alemania y Holanda.
No sucede lo mismo, salvo contadas excepciones, en España. Y, sin embargo, creo que España está en una posición mucho mejor que la mayoría de los países europeos para atraer estudiantes de otras nacionalidades. No solo por el atractivo que tienen nuestra cultura y lo que podíamos llamar genéricamente el modus vivendi (como se demuestra en el caso de los erasmus) sino, sobre todo, por el hecho de que nuestro idioma sea uno de los más hablados en el mundo. Ahora bien, para atraer estudiantes foráneos es imprescindible combinar la enseñanza en español ‑o castellano, si se prefiere- con docencia impartida en inglés, desde luego en estudios de Máster pero creo que también en los de Grado, en los que me gustaría centrarme. Parece claro que lo es para quienes no tienen el español como lengua nativa pues, aunque hayan estudiado el idioma, raramente tendrán un nivel que les permita afrontar una enseñanza completa en español el primer año de sus estudios de Grado. Pero creo que lo es también para atraer estudiantes de Latinoamérica.
España está en una posición mucho mejor que la mayoría de los países europeos para atraer estudiantes de otras nacionalidades.
Permítaseme que cuente la experiencia de estos últimos años en la Universidad de Navarra. Hemos comprobado que podemos ser un centro de atracción no solo para los estudios de Máster sino también para los de Grado. Son ya más de un 20 por ciento los estudiantes que vienen de otros países. En muchos casos se trata de alumnos procedentes de países de América Latina cuya alternativa sería estudiar en Estados Unidos. Es verdad que no resulta fácil competir con las grandes Universidades de aquel país, pero también lo es que España ofrece unos atractivos grandes: mismo idioma, una cultura más próxima, la posibilidad de conocer Europa y lo que ello significa, unos Grados que creo pueden competir con los bachelors americanos… y unos precios muy competitivos frente a las cuantiosas matrículas de las Universidades Norteamericanas. Pero para atraerlos es necesario –imprescindible, diría- ofrecer docencia en inglés y programas de intercambio que de alguna manera compensen la renuncia a las ventajas de estudiar en las Universidades de Estados Unidos.
Y si una carga importante de la docencia en inglés es necesaria para atraer estudiantes hispanohablantes, es imprescindible cuando se trata de alumnos procedentes de otros países europeos o asiáticos que tienen solo algunos conocimientos de español. Esa presencia del inglés es especialmente necesaria en los primeros cursos -mientras consolidan su español de forma que les permita afrontar después una mayor carga docente en nuestra lengua y terminar sus estudios de Grado con un significativo dominio de ambos idiomas-, y también en lo que se refiere al vocabulario técnico propio de sus estudios.
Pero, si se me permite seguir con mi experiencia en la Universidad de Navarra, las ventajas de este modelo no terminan aquí. Y tampoco en el hecho, sin duda muy positivo, de aulas en las que conviven estudiantes de muy diversos orígenes y culturas. La docencia en inglés exige un profesorado internacional, lo que se consigue, de una parte, mediante la internacionalización de nuestro propio profesorado, de manera que esté capacitado para impartir –con solvencia- clases en esa lengua. Y requiere, asimismo, la incorporación de profesores de otros países, con lo que supone de enriquecimiento para nuestros claustros. Sin olvidar que, con el paso del tiempo, algunos de esos estudiantes internacionales pueden terminar haciendo su carrera académica e investigadora en España.
No se me ocultan las dificultades para avanzar en este modelo, sobre todo para las Universidades públicas por las rigideces del sistema. Y quizás, tampoco es necesario que todas lo adopten. Pero creo que sería muy bueno para el conjunto que avanzáramos en la internacionalización. Eso requiere, eso sí, una estrategia de promoción de cada Universidad –que debería ser apoyada desde el Ministerio y las correspondientes Consejerías de las Comunidades Autónomas- y estar dispuestos a contratar algunos profesores internacionales, asegurándoles, eso sí, la posibilidad de tener una carrera académica atractiva.
Tomado de Studia XXI con permiso de sus editores
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