No corren buenos tiempos para dimensión reputacional de nuestras Universidades. Además, la dura crisis pasada pero no del todo superada tuvo muchas derivadas perversas. Una de ellas se tradujo en que todo aquello que no aportara réditos inmediatos al sistema parecía estar destinado a ser sacrificado y arrojado por la borda de los recortes presupuestarios. Frente a tal inercia debemos entre todos preservar a la ciencia y a la investigación de dicho riesgo. Debe hacerse todavía mucha pedagogía social en torno a la necesidad de mantener el nivel de nuestra inversión en ciencia para no acabar siendo una sociedad más pobre y menos democrática.
Frente a la energía de lo negativo, del morbo, de la crítica destructiva, siempre más poderosa que la tarea de construir y de civilizar nuestro futuro, es preciso sentar las bases políticas y sociales de un proceso que siembre, asiente y consolide las bases para lograr una transformación de la percepción social sobre la ciencia, verdadero motor de desarrollo presente y futuro.
Trabajar en red, tejer una nueva gobernanza del conocimiento científico basado en un “sistema de sistemas”, aceptar con normalidad y lealtad recíproca el creciente papel de las centros de investigación de élite y coordinar todo ello dentro de un verdadero espacio europeo de investigación aportaría una sugerente estrategia de futuro frente al superado ciclo de la economía del ladrillo y de los servicios “huecos”, que no aportan verdadero valor para el sistema productivo.
Y no hablo de garantizar solo, que por supuesto también, la excelencia. Una buena estrategia de impulso de la ciencia puede además garantizar a los ciudadanos una auténtica igualdad de oportunidades ante el mercado laboral, porque el conocimiento premia la disciplina, la constancia, la voluntad, la inquietud intelectual, la vocación, la ilusión y el aprendizaje no clasista.
Vivimos hoy en una época dominada por la ciencia. No cabe confundir ciencia y tecnología: ésta es una aplicación y una consecuencia de la ciencia. La tecnología aporta todo enseguida, todo rápido, mientras que la ciencia avanza más lentamente, pero sus pasos son firmes e irreversibles hacia la conquista de un futuro mejor.
El sistema parece no poder permitirse ni un modelo de ciudadano consumidor “lento” ni unas inversiones sociales y políticas orientadas al medio y largo plazo. La paciencia, las “luces largas” con las que mirar al futuro deben ser, sin embargo, las claves de la apuesta a la búsqueda de una ciencia vanguardista, abierta al mundo, que incite y prime la cooperación entre científicos, que promueva la internacionalización del sistema y la divulgación de la cultura científica alejada de falsos “divismos”: la ciencia al servicio de la democracia adquiere así pleno sentido.
El escepticismo que todavía provoca en muchos ciudadanos escuchar hablar de aparentes intangibles como “desarrollo de I+D+I”, o de “transferencia de conocimiento”, o de “calidad” ha de ser superado. No es fácil, pero ha de ser tarea de todos. Mejorar el futuro de futuras generaciones y facilitar en lo posible la consolidación de que quienes hoy desean investigar justifica el esfuerzo orientado a hacer realidad un sistema español de ciencia abierto al mundo.
No debemos olvidar la importancia de la divulgación y comunicación de la ciencia, su “socialización”, es decir, concienciarnos acerca de la importancia de la ciencia en nuestra vida cotidiana, en el desarrollo económico y en el bienestar social. Hay que crear una nueva cultura y concepción en torno a la dimensión social de la ciencia.
Hay que dejar atrás la endémica burocracia, agudizada por la abrumadora tecnocracia, algo a superar para evitar el colapso del sistema, más centrado en el papel, en los formularios, que en los verdaderos resultados; hay que sustituir becarios por contratados, promover la promoción por méritos científicos y la movilidad, y sobre todo dotar al sistema investigador de un marco estable de financiación.
Modernización, europeización, superación de la endogamia, mayor autonomía de gestión de recursos junto al debido control de los mismos, superación de la improvisación y del pseudomovimiento (moverse y moverse para quedarse en el mismo lugar) y planificación coordinada. Son objetivos ambiciosos que permitirán alcanzar realidades claves para conquistar nuestro futuro. El reto merece la pena.
¿Hasta qué punto las sociedades innovan, más allá de sus sistemas de innovación tecnológica, científica, productiva y económica? Vivimos, como atinadamente ha señalado el pensador y profesor Daniel Inneratity en una sociedad descompensada: entre la euforia tecno-científica y el analfabetismo de valores cívicos, entre la innovación tecnológica y la redundancia social, entre cultura crítica en el espacio de la ciencia o en el mundo económico y un espacio político y social donde se innova poco, donde hay una escasa capacidad para articular el equilibrio entre consenso y disenso, para canalizar los conflictos y diseñar modelos de convivencia.
Recogiendo una visión de modelos geopolíticos planteada brillantemente por el Prof.Gurutz Jauregui, desde España y desde Europa no podemos pretender conquistar puestos en un ranking universitario a la usanza del viejo imperio romano, por poner el ejemplo de lo que durante buena parte del siglo XX representó EEUU hasta la era Obama, a la que sigue ahora la incertidumbre del tiempo populista marcado por la personalidad ególatra de Donald Trump; en todo caso, Europa ni tiene capacidad ni va a plantearse nunca imponer geopolíticamente nuestro modelo en un mundo abierto mediante el recurso a la violencia o la fuerza, sería absurdo, ineficaz y éticamente inadmisible.
Igualmente estéril sería pretender convertirnos en los fenicios del siglo XXI, que hoy día vienen representados por los países del sudeste asiático (China, India). Desde nuestra dinámica cultural y social no tiene sentido pretender operar o funcionar con una estricta dinámica de abaratar costes, porque el sacrifico de derechos sociales en el altar de la competitividad no nos ha hecho ni nos hará ni mejores ni mas sostenibles.
¿Qué modelo debemos reivindicar y profundizar en el siglo XXI? También para nuestras universidades debemos retomar el denostado por muchos modelo de la Grecia clásica, anclado en valores, en la concepción de la sociedad como un conjunto de personas unidas por un proyecto, una nueva cultura basada en la confianza recíproca. Si esperamos a que la mera inercia del sistema cambie la tendencia, si seguimos aplicando las mismas recetas, si nos limitamos a buscar culpables a los que reprochar lo negativo nunca lograremos asentar un nuevo modelo de formación superior acorde a las necesidades de nuestro tiempo.
Hay que pasar del “decir” al “hacer”. Los hechos son las nuevas palabras, no basta con pedir colaboración, hay que colaborar; no basta con exigir compromiso, hay que comprometerse. Nos jugamos mucho, de ello depende el reto de civilizar nuestro futuro como sociedad.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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