Escribe Marta Ruíz Corbella Editora de Aula Magna 2.0. Editora Jefe de Educación XX1.
Facultad de Educación (UNED).
Antes de que regresáramos de nuestras vacaciones de verano, teníamos ya sobre la mesa el último número de la Revista Española de Pedagogía. Este volumen reunió a ocho editores de publicaciones científicas relevantes del campo educativo con el objetivo de abordar los retos que las revistas científicas deben plantearse para responder a las demandas, necesidades y cambios de la ciencia y, en consecuencia, la investigación, la universidad y su profesorado. Valorar de donde partimos, dónde estamos para poder incorporarnos al futuro. Futuro que no tiene nada que ver con lo que hemos vivido a lo largo de estos últimos 20 años. Futuro determinado no solo por los avances tecnológicos, sino también por las decisiones que se están tomando en las diferentes instancias políticas sobre la ciencia, la educación superior y el desarrollo profesional de su profesorado e investigadores.
Hablar de lo que llevamos a cabo como editores está bien, pero considero que debemos ir más allá (Ruíz-Corbella, 2018). No sé si es casualidad que en estos últimos meses haya leído un libro que mantiene que la reflexión sobre el futuro es el mejor instrumento para afrontar la innovación. Trata del universo de los datos, de la gestión de la información, del valor del saber, del exceso de información refiriéndose en este caso a la democracia (Innerarity, 2011), que traslado a la gestión de la comunicación científica.
También tuve la oportunidad de leer otra publicación en la que se presenta un interesante análisis de la situación actual de las revistas científicas, a la vez que apuesta al futuro exponiendo las nuevas opciones que están emergiendo (Anglada, 2017). En estos últimos meses cayó en mis manos un trabajo sobre los nuevos programas computacionales que están facilitando el acceso abierto, el análisis de grandes números de datos, que me llamó la atención (Somers, 2018). Autor que apuesta por la necesaria revolución en la comunicación de los resultados científicos que se derivan de estos avances y que pone en entredicho la pervivencia del artículo científico, tal como ahora lo conocemos. El autor recuerda que la imprenta se inventó para facilitar la impresión de los manuscritos, aunque los primeros libros fueran copia del modo cómo hasta entonces se elaboraban. Tecnología, la imprenta, que tardó cerca de 100 años en desarrollar una forma diferente de edición.
En la comunicación científica pasa algo parecido. Seguimos desarrollando un proceso que no ha cambiado en 400 años en un contexto en el que el acceso a la información, la organización y análisis de la misma, los métodos, los recursos, etc. disponen de potentes programas informáticos que están revolucionando la investigación y su difusión. Estamos en un momento que debemos avanzar hacia nuevos modelos y modos de comunicar ciencia. Vivimos y trabajamos en un ecosistema mediático que nos exige nuevas fórmulas. No tengo la respuesta, pero sí la posibilidad de acercar esta situación para iniciar, al menos, la reflexión y el debate.
Pero vayamos por partes. Como punto de partida destaco el valor indiscutible de la revista científica, ya que es un instrumento clave en el proceso de hacer ciencia: la comunicación de resultados. Sin duda, la revista científica continúa siendo considerada como la vía reconocida por la comunidad científica para la difusión de los resultados de cualquier investigación. Están apareciendo otros canales en los que los investigadores avanzan sus resultados o plantean a sus seguidores cuestiones sobre las que inician sus trabajos. Blog, Twitter, Facebook o Instagram son claros ejemplos. Pero ninguno de estos suple el reconocimiento de la publicación periódica como referente indiscutible capaz de otorgar visibilidad, confiabilidad, universalidad y reconocimiento a las investigaciones recogidas en ellas (Alonso-Gamboa, 2017). La revisión de los originales por parte de expertos, la presentación de los textos en un formato definido, su distribución periódica por parte de editores especializados (sociedades científicas, universidades, etc.) son los elementos que han identificado a toda revista, con una estructura y gestión que se han mantenido a lo largo del tiempo (Laakso, 2017). En suma, la revista, y aquí aflora la responsabilidad de los editores, aporta a la comunidad científica y a la sociedad esa visibilidad, confiabilidad y reconocimiento de los resultados de cada investigación que se publican en ella. Y no olvidemos que “lo que no se publica, no existe”, que no es lo mismo publicar en una u otra revista, en uno u otro formato.
Y en este diseño de las publicaciones científicas el editor es el eje principal de su funcionamiento. Hasta ahora, este, con un pequeño equipo editorial, aborda las diferentes funciones propias de una publicación de este tipo. A la vez, no olvidemos, este valor –que también es poder- de las revistas científicas condiciona la comprensión y el comportamiento en la cultura científica de cada área de conocimiento. Por ejemplo, influye en temas sobre los que se escribe, metodologías que se valoran, formato de los artículos, etc.
Pero en un muy poco tiempo debemos afrontar un salto cualitativo en esta nueva forma de gestión y edición de las revistas iniciado a partir de la expansión de la web 2.0. Nos enfrentamos a aplicaciones que facilitan una nueva forma de hacer, acceder, evaluar, difundir y compartir ciencia. Y, más relevante todavía, ya no estamos ante una opción, sino ante una exigencia: estás en la red o, sencillamente, no existes (Fiala y Diamandis, 2017). Estamos viviendo la apertura a una nueva revolución de la comunicación científica enclavada en un ecosistema mediático en continua transformación, facilitado, entre otros, por tres elementos clave:
- La irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación a partir de la evolución de la red. En especial, la web semántica que revoluciona el modo de almacenar, recuperar y trabajar con los datos, las bases de datos, los repositorios, el movimiento ‘Open Access’, etc. que conlleva que, poco a poco, la unidad de análisis real sea el artículo y no tanto la revista.
- La cultura de rendición de cuentas, que mantiene una permanente evaluación de la calidad de la revista y del artículo. Los indicadores de calidad de las publicaciones científicas es una constante, p.e., recientemente LATINDEX ha actualizado estos indicadores para la edición digital. O el conocido factor de impacto otorgando prioridad a las bases de datos selectivas de la Web of Science y de SCOPUS, lo que ha derivado que no se escriba de acuerdo a los resultados de la investigación, sino pensando en las revistas indexadas en determinada bases de datos y cuartiles.
- Y, por supuesto, las decisiones políticas que inciden, a raíz de los criterios de evaluación que utilizan (por ejemplo, artículos publicados en determinados cuartiles de JCR, con determinado número de páginas, nº de autores, etc.) en la promoción de los investigadores. O la decidida apuesta política por el acceso abierto a la ciencia, con todas las consecuencias (científica, económica, productiva, etc.) que se derivan de esta opción. Tema sumamente complejo aún sin resolver.
Si revisamos las revistas científicas del área de Educación, debo destacar el enorme esfuerzo que sus editores han llevado a cabo y la capacidad que han mostrado por situarlas en los rankings internacionales. Se ha mostrado la capacidad que tenemos de competitividad a nivel internacional, pero debemos ser conscientes de que aún tenemos por delante uno de los retos más importantes para nuestras publicaciones: responder a las exigencias y modos de hacer ciencia 2.0. Para ello destaco una serie de claves que como editores debemos abordar ya con urgencia:
En primer lugar, para garantizar la gestión y edición de las revistas científicas en el ecosistema de la web 3.0, es necesario un equipo multiprofesional en el que se contemplen expertos en documentación, en TIC, en marketing digital, en entornos digitales, etc., sin olvidar, lógicamente, expertos en contenidos científicos y académicos específicos de cada publicación. Debe garantizar un modelo de negocio claro y sostenible. El debate en este punto radica si las revistas deben apoyarse, fundamentalmente, en la financiación por parte de las instituciones, debe apostar por el pago de los autores por publicar, o es necesario abordar otro modelo de financiación.
La edición digital está abriendo multitud de posibilidades tanto para la edición de la revista como aportar valor añadido a cada artículo. El usuario está demandando una verdadera experiencia digital al acceder al mismo, ya que no se trata de leer en formato pdf, sino un artículo en el que se aportan hipervínculos a los datos completos de la investigación, a los temas que se tratan en él, a las referencias editadas en otros medios, al video y audio en el que los autores explican y/o complementan esa investigación, de participar enviando comentarios, evaluaciones, etc., etc. En definitiva, enriquecer cada original, y aportar valor a este proceso de comunicación.
Retomando el proceso de edición de la revista, la web 3.0 está facilitando nuevos formatos de publicación. Valgan como ejemplos el megajournal o el datajournal, ya existentes en el área de las Ciencias. O el debate sobre nuevas formas de revisión de los originales. Poco a poco se está reclamando que el editor únicamente se limite a verificar la pertinencia del tema en relación a los objetivos de su publicación y la calidad metodológica del artículo, ya que la calidad del contenido será valorada, como preprint, por la propia comunidad científica. O, una vez editado el artículo, su impacto y su valor dependerán de las citas, difusión y valoraciones recibidas. En este caso, ya no serán los revisores los que avalen la calidad de cada original, sino su capacidad de atraer citación, difusión en otros medios y la evaluación por parte de los colegas. Junto a estos, existen otros modos de evaluar los trabajos científicos, aunque todavía no hay consenso en un modelo único.
El trabajo de la difusión es tan importante como la selección de los trabajos que se publican, función que no puede desarrollarse sin la colaboración activa de los autores. Los nuevos canales de difusión (audio, video, imagen y texto), en los que las redes sociales resultan claves, presentan un posicionamiento social tan relevante que han convertido al marketing digital en un elemento clave en este proceso de difusión de la ciencia.
En la evaluación del impacto las altmétricas alcanzarán cada vez mayor relevancia. Pero recordemos que estas métricas recogen datos que se derivan de nuestra capacidad de difundir nuestros trabajos en los nuevos canales de difusión. Llegar a monitorizar a los usuarios para tener las claves de qué es lo que demandan en cada momento, lo que nos ayudará a tomar las decisiones pertinentes para la selección de nuevos originales, de temas emergentes o de nuevos formatos.
Y, por supuesto, construir la marca personal de nuestra revista, su identidad digital que irá forjando su reputación. Esta continuará otorgando valor a los artículos incluidos en ella, tendrá un valor de marca, pero cada uno de estos son los que deben hacerse valer al tener que conseguir su factor de impacto, el competitivo y el altmétrico. Lo que exige una activa interacción entre editores, autores, lectores e investigadores.
Sin duda estamos ante una situación compleja, incierta ya que no disponemos de la necesaria información y formación como documentalistas, gestores de marketing, informáticos, expertos en entornos digitales, etc., que nos ayudaría a tomar mejores decisiones como editores. Lo que he mencionado en esta entrada es apenas una pequeña parte de lo que tenemos por delante. Ahora lo que sí está claro es que estamos ante una nueva forma de comunicar ciencia, ante un salto cualitativo en la comunicación científica, que va a requerir una profesionalización del equipo editorial, e insisto en la idea de equipo. Toda la comunicación científica será digital y en acceso abierto, lo que deberá garantizar, a su vez, la experiencia digital a través de la multilectura.
Por último, no quiero finalizar sin mencionar la responsabilidad social que tenemos como editores. Seleccionar los resultados y avances de la ciencia, editarla de acuerdo a los criterios éticos propios de nuestras publicaciones, difundirla… muestran la dimensión ética de esta tarea que tampoco debemos obviar.
Referencias bibliográficas:
Abadal, E. (ed) (2017). Revistas científicas: situación actual y retos de futuro. Barcelona: Ediciones Universitat de Barcelona.
Alonso-Gambo, J.O. (20117). Transformación de las revistas académicas en la cultura digital actual. Revista Digital Universitaria, 18(3), art 22.
Fiala, C. & Diamandis, E.P. (2017). The emerging lanscape of scientific publishing.Clinical Biochemestry, 50(12) 651 – 655.
Innerarity, D. (2011). La democracia del conocimiento. Por una sociedad inteligente. Barcelona: Paidós
Laakso, M. (2017). Prólogo. En E. Abadal (ed) Revistas científicas: situación actual y retos de futuro (pp. 9-12). Barcelona: Ediciones Universitat de Barcelona
Ruiz-Corbella, M. (2018). De la edición impresa a la digital: la radical transformación de las revistas científicas en ciencias sociales. Revista Española de Pedagogía, 271, 499 – 518.
Somers, J. (2018). The scientific paper is obsolete. Here’s what’s next. The Atlantic Magazine, april, 5.
Cómo citar esta entrada:
Ruíz Corbella, M. (2018). El futuro ya está aquí: ¿responden nuestras revistas al entorno digital 3.0? [Blog]. Recuperado de: http://cuedespyd.hypotheses.org/4652
Tomado de Aula Magna 2.0 con permiso de sus editores
Tomado de Aula Magna 2.0 con permiso de sus editores
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ingrese su texto en esta ventana. Aparecerá publicado pasadas unas horas. Muchas gracias.