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martes, 28 de mayo de 2019

¿Por qué no arranca en España la “verdadera” filantropía universitaria?

Escribe Carmen Pérez Esparrells

Al hilo de un artículo publicado en el periódico El Mundo el 24 de abril sobre por qué los millonarios españoles pasan de la universidad (leer aquí) y no contamos ni con filántropos ni con mecenas, me gustaría reflexionar en esta entrada sobre los motivos por los que no logra arrancar la filantropía “verdadera” en las universidades públicas españolas o la filantropía más altruista al estilo anglosajón. Y es que una filantropía “pura” de grandes filántropos y mecenas no existe aún en España. Preparar las bases para ello en las universidades públicas españolas, al estilo de las universidades privadas, es uno de los grandes retos pendientes que tiene el Sistema Universitario Público Español.
Ante la previsible caída de la financiación pública destinada a las universidades en el medio y largo plazo, para costear los fuertes incrementos derivados de los gastos socio-sanitarios, incluido el gasto social en la dependencia, una de las alternativas más atractivas, pero difíciles de poner en marcha en las universidades públicas, es la financiación que proviene del mecenazgo y la filantropía, casi ilusoria en España. En la actualidad, el presupuesto que gestiona todo el sistema público universitario español ronda los 9.000 millones de euros, cifra que se adivina insuficiente para mantener el ritmo de crecimiento del gasto en I+D+i que se precisaría para nuestras universidades, especialmente si queremos competir en innovación y desarrollo tecnológico con los buques insignia (flagships) a escala internacional y, por ende, mantenernos en la carrera de los rankings globales al mismo nivel mundial.
Las buenas posiciones en los rankings internacionales de las universidades estadounidenses y de las dos británicas Oxbridge, que ocupan habitualmente los primeros veinticinco puestos, son sinónimo de éxito (en la recaudación). Estas prestigiosas universidades cuentan con una gran red de donantes y contactos que se amplía año a año. Eso descontando la élite de grandes filántropos y mecenas que confían importantes sumas de dinero en estas prestigiosas universidades anglosajonas. A propósito de estos últimos, me decía un colega que tiene una larga carrera profesional en el mundo de la filantropía universitaria en Estados Unidos que, “si entra en una universidad pública española ahora mismo un mecenas con un millón de euros en el bolsillo, no van a saber qué hacer con el dinero y, probablemente, les causaría más problemas de los que les solucionaría”. Estamos muy lejos de que ocurra esta situación tan habitual en algunas universidades estadounidenses, pero podemos ir sacando algunas lecciones del modelo anglosajón sin caer en la imitación superficial sin más, porque existen casos aislados de donaciones procedentes de capital español en dichas universidades de élite.
En mi opinión, la primera lección es que se trata de una cuestión de confianza. Empezando por los líderes universitarios (Rector y equipo de gobierno, Gerente y gestores de alta dirección, Presidente de Consejo Social y resto de miembros) y continuando por el resto de la comunidad universitaria (profesores e investigadores, personal de administración y servicios, estudiantes), todos tienen que ver el mecenazgo y la filantropía como una gran oportunidad, y no como una interferencia en el control de los órganos de gobierno y de la propia universidad. Nada más lejos de la realidad, ya que el poder de la academia en las grandes universidades norteamericanas y británicas es manifiesto.
La segunda lección es que parece imprescindible dar mayor importancia al movimiento Alumni y cultivar la red de amigos de la universidad (friendship) como si de un tesoro se tratara. No se puede empezar la casa por el tejado e intentar crear de la nada una potente red de filántropos y mecenas sin sentar la base, que son los antiguos alumnos. Porque cómo se repite como un mantra en el mundo anglosajón, se pueden tener buenas relaciones con los Alumni sin captación de fondos o fundraising, pero no es posible conseguir fondos sin desarrollar las relaciones con los antiguos alumnos. Además, en un futuro, estos pueden transformarse en directivos de grandes empresas, empresarios y emprendedores de éxito, directores de organizaciones internacionales y de fundaciones, etc. de forma que se transformen en embajadores y nos puedan ayudar a abrir las puertas más cercanas en sus respectivos círculos de poder para conseguir fondos de carácter filantrópico.
La tercera lección es que el fundraising sea visto como un factor estratégico de la universidad. A imagen y semejanza de lo que se hace en universidades anglosajonas es preciso, en primer lugar, clarificar las estructuras de gestión para unificar servicios y actividades y, sobre todo, para conocer a quién dirigirse, con una única puerta de entrada, sencilla, visible y accesible, que debe abrir la Oficina de Fundaraising o Development y, en segundo lugar, profesionalizar las estructuras de gestión, de forma que nuestros líderes y el resto de stakeholders confíen plenamente en la figura central del fundraiser y de todo el equipo que integra dicha oficina. En algunos casos de éxito en Estados Unidos o Reino Unido, estamos hablando de un Vicepresidente o grupo de personas con alto poder de captación, rodeadas de un numeroso equipo que rondará las 150 personas o incluso más en las universidades de élite, encargadas de toda la estructura. Aquí, en España, si existen, son estructuras particionadas y los que se dedican a esta función son personas a tiempo parcial y, en muchos casos, amateurs.
En definitiva, no estamos preparados y además aún hay mucho recelo a dar dinero, tanto grandes como pequeñas cantidades, a la universidad pública en España. Desde las instituciones públicas no hemos sabido transmitir esta necesidad y muchas personas tampoco conocen las desgravaciones fiscales tan ventajosas que existen ya en nuestro país, tanto para personas físicas como para personas jurídicas. Pero no sólo se trata únicamente de dar a conocer los incentivos fiscales a la donación universitaria, sino de sembrar las ganas de hacer grandes y pequeñas donaciones para lo cual es primordial creer en la importancia del director de la Oficina de Fundraising y los fundraisers que conformen su equipo.
En conclusión, no dejemos de explorar la financiación filantrópica porque es una fuente de financiación alternativa que no se improvisa, se construye lentamente con esfuerzo en tiempo y en dinero. Aquellas instituciones cuyo liderazgo entendiese esta nueva filosofía podrían echar a andar de forma decidida y estar preparadas para recibir tanto pequeñas como grandes donaciones de filántropos o mecenas, o lo que nos depare un futuro no tan lejano. ¡Tenemos muy poco que perder y mucho que ganar!
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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