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viernes, 7 de junio de 2019

Pongamos que hablamos de la Universidad

Escribe Francisco Marcellán


Tras un periodo electoral en el que la universidad y la investigación han brillado por su ausencia en los debates de los candidatos de los diferentes partidos políticos (¿por ignorancia y/o desinterés?) conviene poner de manifiesto ante los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país lo que nos estamos jugando ante el futuro.
La universidad y la investigación, grandes ausentes del debate político. 
Una institución como la universitaria que es objeto de atención mediática solo cuando aparecen  los rankings (tanto de origen español como internacionales) o por corruptelas en las que están involucrados políticos por activa o pasiva, debería dar un paso al frente para rendir cuentas de lo que hace bien, de lo que hace mal y de lo que no hace en los diferentes frentes que constituyen su razón de ser. En primer lugar, la formación de jóvenes que quieren aprender, la de profesores comprometidos en la ineludible tarea de motivar a los estudiantes en el conocimiento que generan, algo más profundo que la mera reproducción de lo ya sabido y conocido, la formación de ciudadanía responsable y autónoma, comprometida con el progreso de la sociedad. En segundo lugar,  la propia generación de conocimiento, su transferencia y divulgación (lo que tradicionalmente denominados investigación, desarrollo e innovación). Por  último, convertirse en un “intelectual orgánico” para la sociedad en su conjunto aportando ideas y criterios para abordar  los temas clave en el día a día,  alejándose de una concepción de “torre de marfil” y mostrando de esa manera su compromiso con la sociedad que suministra los medios económicos (escasos frente a otros países) para su desarrollo, en el caso de las universidades públicas.
Cinco ámbitos de acción pendientes de abordar «desde dentro» y «desde fuera». 
Condiciones necesarias como la financiación estable en el tiempo, con objetivos evaluables externamente, deberían constituir la pauta principal de un compromiso colectivo y no sólo de los equipos de gobierno. Señalaría, a modo de ejemplo, cinco ámbitos que considero que hay que abordar con urgencia, tanto “desde dentro” de las universidades como desde los ámbitos políticos y de la sociedad civil.
1.- El sistema universitario español, dentro de su heterogeneidad debería ser “marca de país abierto” en un proceso de internacionalización de la enseñanza superior.  Potenciar los procesos de atracción de estudiantes y profesores extranjeros posibilitaría ese marco conceptual que los poderes públicos no atienden de manera eficaz. Las trabas a la movilidad, las dinámicas de acreditación de profesorado que disuaden a muchos investigadores extranjeros a venir a nuestras universidades, las condiciones de precariedad laboral, son elementos a corregir de manera inmediata tras una reflexión profunda por parte de responsables académicos y los gestores políticos de la educación superior. Es la internacionalización lo que puede generar ese cambio necesario.
Potenciemos los procesos de atracción de estudiantes y profesores extranjeros.
2.- El ineludible compromiso docente del profesorado debería ser potenciado como un valor añadido a las tareas investigadoras. Los modelos vigentes de promoción en la trayectoria académica no estimulan el trabajo docente riguroso y cercano a los alumnos. En mi opinión, repetida en otras contribuciones mías en diversos medios, la implantación de Bolonia ha sido un fracaso metodológico y conceptual. La evaluación continua, concebida como el examen continuo, no ha favorecido el trabajo individual ni de grupo entre los estudiantes. La burocratización del conocimiento (a modo de ejemplo, las memorias de verificación y acreditación de enseñanzas, los ítems de fracaso, eficiencia y abandono como guía de “control”, el desconocimiento por parte de los estudiantes acerca de objetivos de las estudios, fundamentalmente en grado, la ausencia de coordinación entre profesores en cursos pero también en el seno de los Departamentos y titulaciones), ha generado un caos inigualable.
Los modelos vigentes de promoción en la trayectoria académica no estimulan el trabajo docente riguroso y cercano a los alumnos
3.-  El papel del profesorado, eje de la actividad universitaria y seña de identidad de cualquier institución de educación superior, se ve agravada por tres factores: la tardía incorporación a plazas de carácter permanente, el envejecimiento del profesorado y las condiciones de precariedad laboral en las fases pre y postdoctoral constituyen trabas estructurales que pueden afectar profundamente a las universidades en los próximos 10 años. Modelos ya experimentados con éxito en el mundo anglosajón como el “tenure track” deberían implantarse en un breve plazo de tiempo y con carácter general en nuestras universidades con un horizonte claro en el ámbito postdoctoral. El apoyo a los investigadores en formación implica que el período de doctorado debe reforzarse con una clara política de contratos que superen el limitado, tanto cuantitativo como cualitativo, sistema de financiación para abordar dicha fase. El equilibrio docente-investigador-gestor del profesorado requiere dosis de imaginación e iniciativas en una línea de pedir a cada cual según sus posibilidades y de acción según sus capacidades.
El equilibrio docente-investigador-gestor requiere dosis de imaginación. 
4.-Los incentivos a la investigación, con una definida política tanto de las universidades como de los gobiernos autonómicos y del Estado,  tanto a nivel individual como estructural, debería obedecer a criterios a medio y largo plazo, más allá del «mantra» del 2% de PIB ,que se ha convertido en una cifra inaccesible sin tener claros los pasos a dar para llegar a ella. Se habla también, a modo de «mantra», de un Pacto por la Ciencia, demandado por sociedades científicas, la COSCE, Fundaciones centradas en investigación, sindicatos, asociaciones varias, pero que necesita un impulso y una sostenibilidad acordes con la apuesta de transformación de la estructura productiva de nuestro país y su participación en la globalización del conocimiento.
El demandado «Pacto por la Ciencia» necesita un impulso y una sostenibilidad acordes con la transformación de la estructura productiva.
5.- Un último aspecto que me gustaría resaltar es la recuperación de la voz rigurosa y crítica de las universidades, que debe ser percibida por profesores y estudiantes como agentes dinámicos del compromiso social pero también por los poderes públicos y la sociedad en general. Rendición de cuentas junto a la contrapartida de un compromiso de visualizar lo que la universidad aporta. En ese sentido,” poner rostro” a los profesores  y profesoras que aportan valor a la universidad y a la sociedad debería ser una tarea institucional de primer rango. Estamos acostumbrados a “rostros mediáticos” en los que los universitarios brillan por su ausencia y este compromiso va mas allá de las propias universidades. En un  país en el que se reconoce el mérito en el momento del fallecimiento de las personas, hay que disfrutar y reconocer el trabajo bien hecho de aquellos que en el día a día hacen posible el avance intelectual del país. A modo de ejemplo, reivindico premios y reconocimientos en el ámbito científico que permitan combatir la constatación de que nuestra presencia en el cuadro de premios Nobel es raquítica. Una decidida política de reconocimiento de los investigadores en diversos momentos de sus trayectorias, que es protagonizada en estos momentos, prioritariamente ,por instituciones privadas y escasamente por públicas (a la inestabilidad de las convocatorias de premios nacionales de investigación por parte del ministerio competente me remito) serviría para visibilizar nuestro potencial científico a la par que serviría de incentivo a los investigadores que se mueven entre el escepticismo y el desánimo.
Hagámoslo porque sí se puede.

Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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