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viernes, 13 de diciembre de 2019

Las universidades públicas ante el querer, el saber y el poder

Escribe Senén Barro

Llevo algunos años curioseando entre la publicidad que hacen las universidades españolas en los medios de comunicación antes de que comience cada nuevo curso académico. Me llama la atención ver el modo en que se anuncian las distintas universidades durante el período de matrícula de los estudiantes. Al principio eran solo las universidades privadas las que lo hacían, pero ahora también las públicas publican anuncios, y cada vez más. Lo hacen, quizás, preocupadas por el descenso en el número de alumnos, que, aunque se debe principalmente a razones demográficas, que afectan a todas las universidades, tiene también otras causas. De no ser así las universidades públicas no estarían perdiendo alumnos en beneficio de las privadas. Hace una década las universidades públicas matriculaban al 89% de alumnos de grado y al 85% de los alumnos de máster, mientras que en el curso 2017-18 las cifras eran, respectivamente, del 85% y el 64%.
En mayo de este año, por ejemplo, un periódico de tirada nacional incluía un buen número de anuncios de universidades con mensajes muy diversos. He elegido algunos de ellos y los he agrupado en dos bloques. Uno se corresponde con anuncios de universidades públicas y el otro de universidades privadas. Le propongo al lector que identifique cada cual.
Mensajes del grupo al que llamaré A:
  • Si no quieres hacer lo de siempre no estudies como siempre.
  • Ser diferentes nos hace únicos.
  • Hay una generación destinada a cambiar el mundo.
  • El mundo tiene preguntas, sé tú la respuesta.
  • Lo que llegues a ser dependerá de ti… y la Universidad “XXX” te ayudará a conseguirlo
  • Nuestros estudiantes, nuestra mejor garantía. Formamos a los líderes del futuro.
Mensajes del grupo B:
  • Estos son nuestros estudios de grado.
  • Consulta toda nuestra oferta de grados y másteres.
  • Estudia con nosotros.
  • Estudia un grado en la Universidad “YYY”.
Al margen de que no creo que ninguno vaya a ganar un premio al mejor eslogan, se trata de dos formas muy distintas de dirigirse a los potenciales estudiantes. En particular, el segundo grupo me suena a ese refrán tan castizo de “el buen paño en el arca se vende”. Valoro el refranero por lo que tiene de esencia de sabiduría popular, pero he visto desaparecer grandes empresas que hacían de esta idea su estrategia de comercialización. Pensaban, a veces incluso era cierto, que tenían el mejor paño, así que ni se molestaban en salir a venderlo y al final se quedaron sin paño y sin arca.
Aunque anecdótico lo que les he contado, pienso que en cierto modo es un reflejo de que nuestras universidades públicas siguen siendo algo timoratas en el modo en que se dirigen a la sociedad y, en particular, a sus agentes de interés. Expresiones como: ser rentables, llegar al mercado, comercializar servicios y resultados de I+D o atender al cliente, no forman parte en general del discurso de las universidades públicas y hasta están mal vistas. Es más, a veces me da la sensación de que pensamos que las universidades públicas no necesitan justificar su razón de ser ni su hacer. Sin embargo, pensar que cualquier servicio u organismo público no ha de justificarse precisamente por ser público y que cualquiera del ámbito privado ha de estar en permanente sospecha, es una solemne mamarrachada. Lo mismo que lo es, por cierto, pensar que cualquier organización privada es más eficiente y eficaz que una pública. Cito aquí el interesante artículo de Eva de la Torre: “Universidades públicas y privadas: evolución de la productividad e impacto de la crisis”, que ganó el Premio Observatorio Social de «la Caixa» al mejor artículo en el ámbito de educación. En él se pone de manifiesto el aumento de la eficiencia de las universidades públicas en España durante el período que va desde 2009/10, con el proceso de Bolonia ya implantado, hasta el 2013/14. Años de crisis y de recortes, que no impidieron a la universidad pública superar en eficiencia a las universidades privadas en docencia e investigación, pese a la mayor flexibilidad de estas en la gestión del profesorado y del alumnado.
Ya lo he escrito en esta misma tribuna: la misión de la universidad, su única misión, es la mejora permanente de la sociedad a través del conocimiento (ver aquí). Pocas misiones tan nobles se pueden acometer. En base a ello podría explicarse, que no justificarse, que algunas universidades no se esfuercen más en hacerse notar y hacerse valer. Quizás dan por hecho que su propia esencia y misión las representa y justifica permanentemente. Quizá también por ello no se esfuerzan más por explicar porqué han de invertirse más recursos en educación e investigación y en demostrar que de hacerlo así la sociedad que las sostiene saldrá ganando y con creces. Olvidamos que el valor hay que evidenciarlo y que una oferta docente y de servicios no solo tiene que ser de calidad sino que así ha venderse y percibirse en la plaza pública.
María Fernández-Mellizo nos dejó escrito en su artículo: “¿Qué opinan los estudiantes de la universidad pública?”, publicado recientemente en este mismo blog (ver aquí), que existe un desfase entre la opinión de los estudiantes sobre el prestigio de su universidad (en este caso la Universidad Complutense de Madrid, aunque la autora indica que en cierta medida los resultados pueden entenderse representativos de las universidades públicas españolas), y su satisfacción personal de la misma. Según María: “la universidad pública puede estar viviendo de las rentas, de una atribución de prestigio que luego no se corresponde exactamente con la experiencia personal, más baja”. Recuerden lo del paño y del arca.
Dicho todo lo anterior, reconozco que los gobiernos de las universidades públicas no lo tienen fácil. Hace unas semanas participé en una mesa redonda sobre el futuro de la universidad española. El moderador me preguntó mi opinión sobre su percepción de que las universidades españolas, en particular las públicas, viven un cierto anquilosamiento (son mis palabras, no las suyas). Acabé mi intervención diciendo que estoy convencido de que en general los gobiernos de las universidades están intentando modernizarlas, internacionalizarlas y hacerlas más competitivas, pero que los de las públicas, en particular, lo hacen con una mano atada a la espalda.
Es cierto que las universidades públicas y las privadas operan en un marco legal común, pero en el caso de las públicas su trasnochado modelo de gobernanza, la hiperregulación y los infinitos controles ex ante a las que están sometidas, sus limitaciones para la captación y retención de talento, la rigidez y lentitud en los cambios de su oferta docente y la insuficiente financiación que reciben, hacen, objetivamente, que los gobiernos universitarios trabajen con una mano atada a la espalda y la otra permanentemente extendida para tratar de obtener más recursos.
Nuestro país tiene algunas de las universidades más antiguas del mundo. Para que sumen más calidad y prestigio, además de años, es necesario que las universidades dejen de dar por supuesto ciertas cosas y cambien otras, pero también han de aplicarse a ello los gobiernos de España y de las distintas Comunidades Autónomas. Entre todos tenemos que conseguir alinear el querer, el saber y el poder hacerlo.
Tomado del blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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