Que las redes sociales están contribuyendo a cambiar el mundo de forma acelerada no ofrece ninguna duda. Con todos los inconvenientes o problemas que se puedan plantear en torno a su uso, hay que reconocer que ofrecen posibilidades infinitas de información, de conocimiento, de relaciones sociales, de educación… Supongo que cada uno de nosotros las utilizamos en función de nuestros intereses, particulares o profesionales, aunque algunos se nieguen a hacerlo por múltiples razones tan válidas como las de los que estamos en ellas.
Ahora bien, admitiendo este primer planteamiento, positivo sin duda, desde un enfoque eminentemente educativo, hay que considerar cómo están influyendo en el pensamiento, en la forma de ver la vida de quienes intervienen activamente en ellas y, por supuesto, en la utilización del lenguaje. Me preocupan las personas adultas, pero más aún los niños y jóvenes que se encuentran en periodos evolutivos decisivos para su vida futura, entendiendo que ser protagonista en las redes sociales pueda condicionar su acceso a la información y, sobre todo, a la posibilidad de convertir en conocimiento esos datos que recibe y juzga.
Me explicaré: a la hora de opinar sobre una noticia de nuestro muro, tenemos pocas posibilidades de expresión. En unos casos se reduce a darle a un “Me gusta” y en otros se puede comentar con 140 caracteres. En la primera situación tenemos también opciones para decir algo más en su apartado correspondiente. Pero la inmediatez, la rapidez y la agilidad con que aparecen y desaparecen las noticias nos lleva a juzgarlas, también, de forma rápida, urgente…, muchas veces trivial. Casi siempre. Nos va la vida en que ese amigo de FB reciba el “Me gusta” de inmediato, pasando a otra y a otra… Al igual que se cuentan los tuits retuiteados: resulta fundamental convertir en viral una noticia que propongamos. Puedo asegurar, por algunas medidas de contraste que pongo en práctica aleatoriamente, que, en la mayoría de los casos, ni se abre, ni se lee la noticia. Pero sí se opina sobre ella. La irreflexión, la superficialidad, el no pensar es lo que predomina cuando intervenimos en las redes. Desde el punto de vista emocional, para algunos jóvenes es un fracaso, una frustración que algo que han comunicado no tenga los cientos de megustas (“likes”) que esperaban. En fin, circunstancias que dan que pensar, tanto en el terreno intelectual como en el afectivo.
Por otra parte, la pérdida de la impresión en papel, tanto de revistas como de libros, conduce también a la ligereza con que se lee y a la lectura no reposada, repetida si es necesario, sabiendo además que, con la misma rapidez con que aparecen los textos, luego desaparecen. Y rara vez nos molestamos en buscarlos de nuevo o en archivarlos para su relectura. Todo ello puede derivar, como digo, en una vida precipitada que no favorece la toma de decisiones acertada en las diferentes etapas que atravesamos a lo largo de los años y que resulta esencial, especialmente en los tiempos de incertidumbre que tenemos ante nosotros.
Si seguimos por este camino, sin hacer un alto para reflexionar sobre las consecuencias, mediatas o inmediatas, que estas actuaciones pueden tener, creo que nos equivocaremos en lo que se refiere a la educación de la ciudadanía, que derivará en consecuencias no deseadas ni para los individuos ni para la sociedad. Podríamos caer en darnos por satisfechos con razonamientos precipitados y simplistas. Los estudiantes deben aprender a pensar antes que a responder automáticamente.
El escribir con tantas limitaciones, en frases tan cortas, en las que se debe expresar una idea no siempre simple, hace que nuestro pensamiento también se contraiga, también se quede “corto” para poder volcar todo lo que nos sugiere una situación grave, agradable, dramática… La pobreza de vocabulario se traduce en pobreza de pensamiento. Por otro lado, el decidir rápidamente conduce a errores, sin duda. Tener que optar por me gusta o no me gusta, hace perder los matices. Con los nombres designamos las cosas, pero con los adjetivos, las matizamos. No todo en la vida es blanco o negro. Casi siempre es gris con diferentes intensidades. Y los grises se pierden en la red. Desaparecen los “peros”, “si bien”, “sin embargo”…, que nos llevan a explicar nuestra postura completa y razonada ante determinado hecho. En definitiva, se pierde el análisis y la profundización necesarios para llegar a conocer un hecho en toda su amplitud, no importa que sea una película, una obra de teatro, un concierto, una relación…, cualquier situación que rodea nuestra vida y que requiere de nuestra atención completa. Parándonos a pensar sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, sobre lo que estudiamos, leemos, vemos…, llegamos al conocimiento. De lo contrario, acumulamos temporalmente mucha y breve información, que desaparece sin dejar huella o, en todo caso, dejando un rastro de superficialidad en las ideas que no conduce a la educación o a la formación que pretendemos en esas primeras etapas en las que se moldea la personalidad.
Si añadimos a estos comentarios la pérdida de la costumbre de escribir a mano y no con el ordenador, aumentamos el riesgo ya citado: la expresión escrita no va acompasada con el ritmo del pensamiento, sino que fluye con mayor aceleración. Eso nos dice la neurociencia, que el escribir a mano favorece la reflexión, pues la acomoda a la velocidad personal del pensamiento. La máquina también acelera la mente, la mecaniza. No obstante, y para ser sincera, creo que esta batalla está perdida, aunque en las escuelas se mantenga la escritura a mano durante un tiempo o para determinadas actividades en las que sea conveniente. Por interpretar de modo positivo la situación, nuestro cerebro probablemente se acostumbrará a pensar con mayor rapidez si lo estimulamos con los medios escribanos de que disponemos.
Hay que vivir en esta sociedad y educar en ella, pero procurando no perder los valores en las etapas formativas por excelencia. Pensar, matizar, investigar, leer, dialogar, debatir, mirar…, son actividades que conforman el modo de ser y de hacer de cada individuo. Y las respuestas urgentes y cortas derivan en un pensamiento superficial y sin matices, ajeno a la complejidad real del mundo. Redes sociales, por supuesto, pero bien manejadas y con complementos que reduzcan su utilización incontrolada.
Cómo citar esta entrada:
Casanova, M.A. (2020). ¿Educación con matices versus redes sociales? Aula Magna 2.0. [Blog]. Recuperado de: https://cuedespyd.hypotheses.org/7545
[i] Profesora de la Universidad Camilo José Cela y de la Universidad Internacional Villanueva (Madrid). Ha sido inspectora de educación y ha desempeñado los puestos de Subdirectora General de Educación Especial (Ministerio de Educación) y Directora General de Promoción Educativa (Comunidad de Madrid). Ha representado a España en la Agencia Europea para el Desarrollo de la Educación Especial y dirigido, por parte española, el Programa de Integración Educativa en México. Dirige la colección “Aula Abierta” (Ed. La Muralla). Entre sus publicaciones, destacan: Manual de evaluación educativa, Evaluación y calidad de centros educativos, Diseño curricular e innovación educativa y Educación inclusiva en las aulas.
Tomado de Aula Magna 2.0 con permiso de sus editores
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