Escribe Carlos Bravo Reyes
Quién estaba preparado
para lo que estamos viviendo en estos días, qué gobierno, qué organismo pudo
prevenir algo cercano a lo que hoy sucede. Quién pudo predecir el aislamiento
de millones de personas, o la famosa frase del distanciamiento social. Quién se
imaginó alguna vez a decenas de millones de estudiantes en sus casas, a
colegios y universidades cerradas y profesores cumpliendo la cuarentena. Nadie,
así de simple.
No necesitábamos
prepararnos para algo que nunca pasaría, para qué perder tiempo y recursos en
pensar en algo como esto. Sin embargo pasó y sigue pasando.
Algunos comentan sobre
perdedores y ganadores, otros escriben sobre conspiraciones, secretos
guardados, curas mágicas, vaticinios insólitos mientras la lista se hace
enorme. Las redes sociales colapsan de mensajes que prometen la cura tomando
desde medicinas naturales, hasta licores de toda marca.
En la mayoría de los
mensajes apocalípticos o en los más terrenales, abunda un tema común: el
Planeta no será igual que antes, las personas no seremos iguales. Tal vez si,
tal vez no. Con la velocidad en la que vivimos es probable que al cabo de un
tiempo esto sea una historia más en la vida de todos.
Pero me atrevo a explicar
que sí habrá y está sucediendo un cambio en los procesos educacionales, en la
manera de enseñar, en la manera de aprender. Un cambio que nuestros estudiantes
lo iniciaron tiempo atrás, pero que los maestros no supimos entender, nos cegó
nuestra didáctica organizativa. Nos preocupamos por crear currículos modernos,
por repetir que el aprendizaje debe ser significativo, por encasillar el
aprendizaje en planes rígidos dirigidos a sujetos que piensan muy diferente a
nosotros.
Nos acomodamos a diseñar
currículos bajo el mismo formato, nos acuartelamos en las mágicas competencias
encuadrando a estudiantes que viven pendiente de la tecnología, que en su mano
llevan siempre un menudo equipo, desde el cual pueden acceder a todo el
contenido que explicamos en nuestras clases.
Ese menudo equipo llegó a
la escuela de abajo hacia arriba, los estudiantes lo introdujeron, no de
contrabando, sino por la fuerza. Le dimos de lado a ese equipo, lo negamos en
las clases, sin embargo se impuso.
Hoy queda demostrado que
los currículos que armamos durante años, que discutimos en muchas sesiones de
trabajo, se pueden cambiar, se pueden modificar, tal vez cambiar por completo.
Nos venció un organismo que ni siquiera es una célula, tan pequeño que no lo
percibimos con nuestra vista, pero lo suficientemente fuerte para enviarnos a
nuestras casas y desde allí ver a nuestros alumnos.
Nuestra didáctica
organizativa está colapsando, mueren las concepciones que claman por el
currículo fijo, mueren las consignas paradigmáticas, mueren los teóricos que no
se percatan del cambio en nuestros estudiantes y lo que el bendito celular
representa.
En estos días quedamos
convencidos que la práctica puede ser simulada, no se requiere lanzar un cohete
para practicar las ecuaciones, no es tan importante ir a un colegio a llenar
encuestas y realizar entrevistas cuando podemos simular los problemas
educacionales.
La didáctica organizativa
está dando paso a la didáctica colaborativa. Des-construyamos el currículo,
empleemos los medios digitales, enfoquemos nuestro trabajo al micro aprendizaje
y colaboremos con nuestros estudiantes, a lograr ese aprendizaje que ellos
necesitan y que a nosotros aún nos cuesta comprender.
Los ganadores en tiempo
de COVID son la educación y nuestros estudiantes.
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