Escribe Javier Tourón
Ahora que todo parece ser técnica, planificación, programación, estructura, competencia, etc., me propongo dar un giro en las próximas líneas y plantear algunas reflexiones sobre el desarrollo del talento en la construcción de una sociedad mejor. Es una manera de hacer respirar la inteligencia, entre lo concreto y lo abstracto, entre lo fáctico y lo ideal. Siempre conviene reflexionar acerca de las razones profundas que animan nuestro quehacer. Este texto lo escribí para otros propósito, pero es perfectamente útil, con algunas pequeñas modificaciones que he introducido, para el contenido del blog y para los intereses de sus lectores. Vamos allá.
Pocos dudan de que los sistemas educativos sean mecanismos de intervención social de primera magnitud y de que de ellos dependa, en buena medida, el desarrollo de nuestras sociedades. La cohesión, el bienestar, el conocimiento, la investigación científica, tecnológica, humanística, etc. dependen –no solo, pero sí en buena medida- de la acción de las instituciones educativas de cualquier nivel, desde la escuela a la Universidad. Siendo así, la orientación de los mismos hacia el desarrollo del potencial de los estudiantes es de importancia crítica para el bienestar de cada uno y para el conjunto de la sociedad.
Por otra parte, no es menos cierto que negar la evidencia de la diversidad humana es situarse fuera de la realidad. Todos somos iguales, sí, pero todos somos esencialmente distintos.
Si la escuela, por acercarnos al primer eslabón del proceso, es responsable parcialmente de nuestro desarrollo y formación intelectual y si realmente aceptamos que todos somos diversos y, por ello, tenemos necesidades educativas diferentes, ¿cómo es posible que ésta se empeñe, casi obsesivamente, en tantos sistemas educativos,en promover la igualdad?
Los sistemas educativos y, por tanto, las escuelas singulares, o los centros de educación superior, tienen como misión intrínseca o constitutiva, promover el desarrollo óptimo de cada persona, no la igualdad. Se podría afirmar que los centros educativos están para promover las diferencias, no para ignorarlas. Eso sí, mejorando el nivel de todos los estudiantes.
Así lo afirman muchas leyes educativas. Tomaré como ejemplo la Ley General de educación de España que en su artículo 1, apartados b y e dice:
El sistema educativo español, configurado de acuerdo con los valores de la Constitución y asentado en el respeto a los derechos y libertades reconocidos en ella, se inspira en los siguientes principios:
b. La equidad, que garantice la igualdad de oportunidades (…).
e. La flexibilidad para adecuar la educación a la diversidad de aptitudes,
intereses, expectativas y necesidades del alumnado, así como a los cambios que
experimentan el alumnado y la sociedad.
Y en su artículo 2 señala, como primer objetivo, que: “El sistema educativo español se orientará a la consecución del pleno desarrollo de la personalidad y de las capacidades de los alumnos (…)”.
Más adelante, en el capítulo referido a la equidad se afirma, en el artículo 76, que “Corresponde a las Administraciones educativas adoptar las medidas necesarias para identificar al alumnado con altas capacidades intelectuales y valorar de forma temprana sus necesidades. Asimismo, les corresponde adoptar planes de actuación adecuados a dichas necesidades”.
Existen otras evidencias legislativas en España, como el Real decreto 943/2003 en el que se señala expresamente la necesidad de identificar tempranamente las necesidades educativas de los alumnos con alta capacidad y el establecimiento de las medidas educativas adecuadas a su desarrollo personal. Cabría incluso descender a las legislaciones de las Comunidades Autónomas, pero no parece necesario.
Todos estos textos legales reconocen, lo obvio, la existencia de necesidades educativas específicas asociadas a condiciones personales de capacidad intelectual.
El caso del sistema educativo español quizá sea paradigmático de lo lejos que puede llegar a estar la legislación de la práctica educativa, con las consecuencias que ello tiene para el desarrollo del talento tal como intentaré argumentar enseguida. Y esto es posible afirmarlo porque, entre otras razones, no existen procesos que identifiquen quiénes son los alumnos más capaces que deberían recibir esas ayudas diferenciadas que potenciasen de manera óptima su potencial. Todavía es frecuente la idea entre los profesores de que el talento se desarrolla de manera espontánea y de que no es precisa intervención específica alguna o, peor aún, de que todos tienen talento, lo cual equivale a hacer igual lo diferente.
El desarrollo del talento: aclarando términos
El talento emerge de las capacidades desarrolladas sistemáticamente, como una confluencia de disposiciones genéticas, de experiencias escolares y familiares, y de los intereses específicos y modos de aprendizaje de los estudiantes.
El hecho de que los talentos estén basados en aptitudes y catalizadores que son parcialmente hereditarios, significa que dependen indirectamente de influencias genéticas. La aparente facilidad con que algunas personas con capacidades altas desarrollan su talento no nos debe hacer olvidar las horas de trabajo y esfuerzo que fueron necesarias para alcanzar ese nivel.
Los modelos más arraigados en la literatura científica al respecto de este tema, ponen el énfasis en el desarrollo de la capacidad potencial, entendida como un continuo, que se proyecta en uno o más campos de la actividad humana.
No debe perderse de vista que “los talentos emergen y crecen evolutivamente, y para algunos no llegan a emerger porque no se produce una adecuada estimulación en la escuela y la familia. Es imperativo que todos los que trabajan con jóvenes vean los talentos y potencialidades como algo educable y emergente, y no como algo fijo e inmutable" (Treffinger y Feldhusen , 1996).
Es crucial entender, entonces, que el talento se basa en unas condiciones personales (parcialmente heredadas) que se proyectarán (en el mejor de los casos) en diversos campos de la actividad humana. Pero es también esencial entender que el talento no se desarrolla de manera espontánea, como acabo de señalar. Por ello, la capacidad debe entenderse como potencial, el talento como rendimiento en mayor o menor grado, de modo que el talento es el resultado de aplicar el esfuerzo personal, la voluntad, al desarrollo de lo que inicialmente no son más que dudosas
potencialidades.
Ningún autor como Gagné ha escrito más y con más claridad sobre la distinción entre dotación y talento, hasta el punto de que su modelo diferenciador de dotación y talento es uno de los más reconocidos en el mundo (Gagné, 2003; 2009, 2010, 2015).
El proceso educativo se convierte en la clave para transformar las capacidades naturales en capacidades sistemáticamente desarrolladas. Es obvio que este proceso tiene que ser sistemáticamente pautado. Dicho en otros términos, las capacidades o aptitudes en un campo o más no se convertirán en “operativas” (por así decirlo) de manera natural, es el entrenamiento pautado –lo que se materializa en los más diversos programas de intervención- y sistemático el que hará que esas capacidades contribuyan al desarrollo de las competencias en un campo dado.
Por tanto, el nivel de competencia y destreza, de pericia si se quiere, en un campo del saber, será el resultado de la proyección de la capacidad en dicho campo, siendo el rendimiento en el mismo el efecto del desarrollo educativo. De este modo, para ser competente en un campo hacen falta capacidades apropiadas a los requerimientos del mismo, pero también un programa de intervención adecuado y una nada desdeñable dosis de trabajo, esfuerzo y motivación por el logro y la excelencia.
El papel de la escuela, de la Universidad, y otros programas de intervención, será lograr que el potencial se convierta en rendimiento. Que las potencialidades se transformen en competencias[1]. Esto, como se comprende, tiene consecuencias educativas de primera magnitud, pues de lo señalado anteriormente se deduce de inmediato que todo talento que no se cultive puede perderse, pero para cultivar el talento hay primero que identificarlo. Así pues, identificación e intervención se convierten en dos ejes del desarrollo del talento. No parece necesario insistir en que la educación debe asegurar que el rendimiento de las personas se equipare con su potencial. No se trata de ser el primero de la clase, ni de estar por encima de tal o cual referencia evaluativa. Se trata simplemente de conseguir el óptimo de cada persona. De que cada uno se aplique, con las ayudas necesarias, a dar de sí lo mejor que pueda para, en último término, ponerlo al servicio de los demás, de la sociedad.
¿Es posible un sistema educativo orientado al desarrollo del talento?
Desde luego que sí. No solo es posible sino que es urgente que nos planteemos que nuestras sociedades no pueden subsistir con sistemas educativos que no estén dispuestos a caminar por la senda de la excelencia y la optimización de los resultados del aprendizaje de cada estudiante. Una enseñanza graduada que ignore sistemáticamente las diferencias individuales es, simplemente, un camino inadecuado para promover el desarrollo óptimo de las personas. Y entiendo que no hay educación de calidad si no se logra que el rendimiento de cada persona sea óptimo.
En el informe sobre los mejores sistemas educativos del mundo (Cf. Barber y Mourshed, 2007) se ponía claramente de manifiesto que, a pesar de que en los EE.UU. entre 1980 y 2005 el aumento del gasto en educación se había elevado, corregido por inflación, un 73%, y que la ratio profesor alumno había disminuido un 18%, el rendimiento de los alumnos medido por el propio Departamento de Educación se mantenía estable.
Parece claro, según estos autores, que los mejores sistemas educativos se caracterizan por: a) lograr que las personas adecuadas sean seleccionadas para ser profesores, b) que se les ofrezcan los medios para que se conviertan en buenos instructores y c) asegurar que el sistema es capaz de ofrecer la mejor instrucción posible a cada estudiante.
Un sistema educativo mejor es el que logra que sus estudiantes mejoren sus resultados. Y a pesar de las evidencias en los estudios internacionales de evaluación -que parecen mostrar lo contrario-, la mejora es posible y necesaria.
No cabe duda de que cuanto peores sean los resultados de un sistema educativo más perjudicados serán todos los alumnos, pero particularmente los más capaces, porque son los que presentarán un déficit mayor entre sus posibilidades y sus realizaciones.
Se percibe en muchos países, España no es una excepción pero tampoco un caso único, una cierta obsesión por eliminar las diferencias de los escolares –algo, por otra parte, completamente imposible- pretendiendo que todos sean más iguales. Incluso se afirma que la escuela está para promover la igualdad (hablaré de esto en el apartado siguiente). Mejor podríamos decir con Eisner que “La buena escuela no es la que ignora las diferencias individuales; las incrementa. Eleva la media e incrementa la varianza”.
Un sistema educativo mejor, a mi juicio, es aquel que promueve la personalización educativa y la flexibilidad curricular, permitiendo que cada alumno pueda llegar tan lejos como su capacidad y motivación permitan, a tanta velocidad como sus condiciones personales para aprender faciliten, con tanta amplitud como su curiosidad intelectual y creatividad favorezcan.
¿No es posible realmente una educación así? ¿Están los sistemas educativos condenados a perseguir la abstracción del “alumno medio” para siempre? ¿No podríamos conseguir que los profesores se convirtieran en facilitadores del aprendizaje de sus alumnos en lugar de protagonistas del trabajo escolar o académico? ¿No podríamos hacer de las escuelas, de las universidades, verdaderos centros de aprendizaje en lugar de ámbitos prioritariamente de enseñanza?
Se habla, como ya escribí en otras ocasiones, con frecuencia de la sociedad del conocimiento (mejor diría de la información). La educación en la Sociedad del Conocimiento –de la sociedad conceptual, como la llama Pinch- exige diversos cambios de capital importancia para el sistema educativo. En primer lugar es precisa una redefinición del aprendizaje. Aprender ya no es ‘saber cosas’ sino saber gestionar la información, saber plantearse nuevos problemas y nuevos modos de resolverlos, es aprender a tomar decisiones sobre el propio trabajo.
Por otra parte, es precisa una redefinición de la enseñanza. La tarea de los profesores en esta sociedad tan cambiante no es precisamente responder al último producto del cambio sino enseñar a los alumnos a saber acomodarse a él.
Ahora lo importante ya no es qué se enseña sino cómo se enseña. La importancia reside en lo que se aprende, no en lo que se enseña. Lo que interesa no es enseñar sino aprender, transferir el protagonismo de la actividad al alumno, que es quien debe hacer suya la información y transformarla en conocimiento significativo y funcional para él. Ya no se trata de transmitir contenidos, que por otra parte estarán desfasados en poco tiempo, sino de fomentar hábitos intelectuales. Aquí reside una de las claves y el mayor de los retos del sistema educativo en una sociedad en la que los resultados fáciles a corto plazo priman sobre cualquier otra consideración.
Como consecuencia de lo anterior, será necesario que el profesor cambie su papel de actor al de orientador, de expositor de conocimientos al de asesor, transfiriendo al alumno el protagonismo que, por otra parte sólo él tiene; el alumno es el aprendiz, aunque no es tan seguro que siempre aprenda, como le ocurre al profesor. Lograr una implicación personal a través de la acción es uno de los retos de la educación moderna, que va mucho más allá de la profusión de medios tecnológicos, como a veces puerilmente se piensa. Para saber lo que queremos hacer, tenemos que hacer lo que queremos saber, podríamos decir recordando aquella máxima, tan actual, del estagirita. El alumno debe pasar de espectador a protagonista, de sujeto paciente a sujeto agente.
La implantación decidida y la integración cabal de las tecnologías, no solo digitales sino educativa, pueden hacer posible esta aparente utopía, pero no porque facilitan el rápido acceso a la información y la hacen asequible; esto siendo mucho, es poco. La importancia de las tecnologías reside a mi juicio en dos aspectos básicos: la diferente función que adquieren en el proceso de enseñanza-aprendizaje profesor y alumno, permitiendo un desarrollo de capacidades diferentes, tanto para unos como para otros y en que el tratamiento de la información ya no es lineal y permite estructuraciones diversas. Por eso, la clave ahora es una educación que fomente hábitos intelectuales (sociedad del conocimiento), en lugar de la mera transmisión de conocimientos (sociedad de la información). Lo importante no es lo sabido, sino el saber. “Lo descriptivo cederá la primera posición a lo metodológico. Lo formativo tendrá mayor relevancia que lo informativo. El objetivo focal será una intensa y amplia preparación intelectual: aprender a pensar con rigor, hondura y creatividad” (Llano, A., 1994).
Consideraciones finales sobre el desarrollo del talento
Sabemos realmente cómo potenciar el desarrollo del talento de nuestros estudiantes, la investigación y la práctica educativas nos han mostrado el camino. Pero si es así, ¿por qué los sistemas educativos se obstinan en dejar de lado a sus estudiantes más capaces? ¿Por qué no nos tomamos más en serio el desarrollo del talento de nuestros alumnos más brillantes, que son los que más deberían aportar en la construcción y progreso de las naciones? Es un sin-sentido que debería cambiar de manera radical, entendiendo con más acierto lo que significa la equidad de los sistemas y planificando políticas educativas acordes con ello. Quiero hacer, para terminar, 8 consideraciones:
- El futuro de las sociedades se afianza en la promoción de la excelencia de todos sus ciudadanos.
- Es una imperiosa necesidad llevar a cabo procesos de identificación sistemáticos y periódicos de la capacidad intelectual desde las más tempranas edades para que ello permita intervenir estimulando el desarrollo del talento desde las edades escolares, para poder continuarlo en la Universidad.
- Es de justicia que el sistema educativo identifique activamente a los más capaces para ofrecerles la mejor educación posible, aquélla acorde con sus capacidades. Que los centros educativos conozcan el nivel de competencia de todos sus alumnos es esencial para que puedan darles, a cada uno, lo que realmente necesitan. Lo mismo se aplica a la Universidad
- Crear las condiciones para que los agentes sociales y económicos puedan intervenir en la financiación de programas de desarrollo del talento en las diversas edades, llevando el mecenazgo a los niveles de los países más avanzados.
- Vivir de espaldas a la existencia de jóvenes con alta capacidad supone desatender –por ejemplo, en España- centenares de miles de alumnos. Esto tiene como consecuencia el déficit de personas bien formadas que puedan aportar su talento al desarrollo científico, humanístico, tecnológico, artístico, deportivo, etc. de todo el país.
- Cultivar y promover el talento es una exigencia de la igualdad de oportunidades que lleva a dar a cada uno la educación que precisa, haciendo los sistemas educativos verdaderamente equitativos.
- Fomentar un sistema educativo que promueva la excelencia mejorará la educación de todos. Además, favorecerá que el talento de los más capaces sea puesto al servicio de la sociedad y liderará la construcción de un futuro mejor para todos.
- Los jóvenes con talento solo podrán lograr un desarrollo intelectual y personal pleno si se les permite desplegar todo su potencial intelectual sin barreras.
Me gustaría terminar recordando al apreciado profesor Stanley, de quien tanto aprendí, y terminar estas palabras señalando, como él decía refiriéndose a los alumnos más capaces, que no debemos olvidar que “ellos nos necesitan a nosotros ahora, pero nosotros los necesitaremos a ellos mañana”. Si lo olvidamos, pondremos en serio riesgo el futuro de la construcción social y del desarrollo de las naciones.
[1]
“Competencia” es definida por la OCDE como “la combinación de destrezas,
conocimientos y actitudes que posee una persona” (OCDE, 2005).
Tomado de Javier Tourón con permiso de su autor