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jueves, 4 de febrero de 2021

La movilidad inmóvil

 Escribe Javier Vidal

El movimiento de los sofistas

Peter Watson, en su libro Ideas (Watson, 2006) considera que los sofistas, en el siglo XXVII a.C. (antes del COVID), fueron la primera forma de educación superior (en el mundo occidental al menos) al convertirse en maestros que viajaban de un lado al otro impartiendo clases a cambio de unos honorarios (p. 211). Con el tiempo, los profesores se hicieron más cómodos, dejaron de ser nómadas y fueron los estudiantes los que se movían de una institución a otra para aprender (cuando podían). Hay diferentes concepciones del movimiento, pero aquí voy a referirme solo a una: el movimiento como traslación.

Este movimiento de traslación es el que se ha producido en los estudiantes que han participado en los programas de movilidad (nada como llamar a las cosas por su nombre). Los programas se basan en la primera ley del movimiento que Newton expuso en su Principia Mathematica: si un cuerpo está en reposo, algo tiene que suceder para que se traslade a otro lugar. El cuerpo puede ser estudiantil y el estado de reposo puede ser la universidad en la que se ha matriculado. En consecuencia, si no provocamos que los estudiantes se muevan de una universidad a otra, será difícil que suceda.

Provocar la movilidad es promoverla.

No hace falta entrar ahora en el detalle de los objetivos primarios y secundarios de estos programas, ni en enumerarlos, ni en glosar el éxito que han tenido en algunas regiones del mundo. Doy por entendido que todo esto se conoce. En mi opinión, los objetivos son buenos y en muchos casos se han conseguido. Mi enhorabuena y reconocimiento a todos los que han contribuido a ello.

Parménides tenía razón

Yo tenía la impresión de que la disputa entre Heráclito y Parménides se había zanjado a favor del primero, pero, en el 2020 el COVID-19 le ha dado la razón a Parménides: el movimiento es imposible (más propiamente, ya que estamos en un blog académico, El Ser es inmóvil). Tal y como vamos, parece claro que no podremos movernos fácilmente desde nuestra universidad a otra. Y me sigo refiriendo a ese movimiento de traslación en el espacio del conjunto de átomos que nos componen. Ni el teletransporte de Star Trek sería posible en este contexto sanitario, porque los átomos del famoso virus (por no decir del virus viral, que es más moderno, pero suena a redundancia) se desplazarían con nosotros. Así que, estudiante, paciencia y aprovecha lo bueno de tu universidad.

Como bien saben, el término universidad tiene más que ver con el concepto de gremio  que con la idea de universal o globalidad. Sin embargo, en las últimas décadas, la movilidad de los estudiantes entre diferentes universidades se ha extendido, enfatizando la idea de globalidad de la universidad. Si, para explicar el éxito de esta idea, no fuese suficiente el objetivo de que los estudiantes mejoran su formación, su experiencia vital y su conocimiento de otras sociedades o culturas, tenemos la motivación extra de que la internacionalización es parte intrínseca de varios rankings mundiales. Sea tanto por el objetivo loable como por el práctico, a pesar de lo que diga Parménides, parece necesario hacer algo para que los programas de movilidad sigan cumpliendo su función. Hagamos lo posible para seguir dándole la razón a Heráclito y que todo siga fluyendo.

Movimientos virtuales

La solución adoptada, para participar en programas de movilidad sin movernos es mantener el nombre y añadir un adjetivo: movilidad virtual. Hay varias definiciones de este concepto, pero todas podrían resumirse en usar las TIC (MEET, TEAMS, ZOOM, …) para disfrutar de los beneficios de la movilidad (traslación) sin tener que moverse. Vamos a superar la contradicción de denominar movilidad a algo que requiere no moverse y vamos a entender que es preferible mantener la marca de programa de movilidad (aunque no lo sea) para facilitar la comprensión del objetivo del programa. Asumo, por lo tanto, que movilidad virtual es un nombre que identifica una actividad que no requiere movilidad. Vivimos con muchas contradicciones y esta no es la mayor ni más preocupante. Así que, avanzo.

Una paradoja más: la movilidad virtual es una actividad que no requiere movilidad. 

Lo que promovemos con los programas de movilidad virtual, en concreto, es que los estudiantes de una universidad puedan cursar asignaturas de otra universidad sin moverse de casa. Pero los estudiantes también cursan asignaturas de su propia universidad desde casa. Desde hace tiempo, esto sucede con las universidades a distancia, pero ahora se ha generalizado en universidades presenciales. Digo generalizado porque en las últimas décadas del siglo I a.C. (antes del COVID) las universidades presenciales ya se habían lanzado a la conquista del mercado de estudiantes no presenciales. El mercado ya está abierto. No obstante, este hecho se ha generalizado dramáticamente desde marzo del 2020 y parece que seguirá siendo así algunos meses o años, con el riesgo de transformarse en una provisionalidad permanente. Con esta otra contradicción estamos más familiarizados. En consecuencia, desde un mismo lugar físico los estudiantes cursarán asignaturas propias y ajenas. Ya hemos llegado.

Mi argumento es que el tipo de enseñanza al que me estoy refiriendo desdibuja la frontera entre lo que es mío y lo que es de otros. La movilidad de traslación deja explícito en edificios, clima, comida y, casi seguro, cerveza, que nos encontramos en otro lugar. La movilidad  virtual, no. Además, la movilidad de traslación requiere recursos económicos, lo que limita el número de estudiantes que pueden beneficiarse de ello. Pero la movilidad virtual está al alcance de todos aquellos que tengan los medios para seguir desde casa una asignatura de la propia universidad. A estas alturas, casi todos. Los programas de movilidad dejan de ser lo que eran, sin hablar de los diferentes tipos de interacciones sociales que dejan de ser posibles en la distancia física. Ahora, ponen sobre la mesa nuevas posibilidades.

Algunas predicciones

Partimos entonces de que las universidades autorizan a sus estudiantes a cursar asignaturas  de otra universidad desde su casa, reconociendo su aprendizaje, su calificación e incluyéndolo en su expediente académico. Ahora vienen las preguntas:

  1. ¿Podría una universidad autorizar a todos los estudiantes de una asignatura a participar en un programa de movilidad virtual para cursar una asignatura de otra universidad? No veo por qué no.
  2. ¿Podría una universidad ofrecer varias asignaturas virtuales de otras universidades a todos los alumnos de una titulación? No veo por qué no.
  3. ¿Podría una universidad ofrecer una titulación cuya organización se base en asignaturas virtuales de otras universidades? Aquí podría encontrar algún problema, pero aceptadas [1] y [2], no veo fácil impedirlo y lo veo muy atractivo para muchas universidades o situaciones.
  4. Pero ¿qué puede llevar a una universidad a aceptar un número elevado de estudiantes de otra universidad?

La respuesta a esta cuarta pregunta surgió al leer un artículo en University World News (9 de enero de 2021) escrito por Marguerite J. Dennis en el que hace predicciones para la educación superior en 2021 y siguientes. Empieza el artículo con la relación de sus predicciones en 2005 y en 2014. A juzgar por el grado de acierto, convendría tener en cuenta las que hace ahora. Pero la que me inspiró esta entrada del blog fue una que hizo en 2014: las universidades se comprarán cursos on-line unas a otras.

Las tres primeras preguntas tienen una respuesta clara y positiva, si incluimos este nuevo elemento motivador: las universidades podrán comprar cursos, de los que existen o a demanda. Quien dice comprar dice hacer convenios. Yo no veo nada que lo impida. A partir de aquí, se me ocurre que puedan existir universidades que vean un negocio o una estrategia de supervivencia en este tipo de venta. También podría ser que universidades conciban una estrategia de marketing basada en la oferta de los mejores o más mediáticos profesores del mundo.

Si tenemos prisa, transformamos los MOOC (Massive Open Online Courses) en LROC (Local Restricted Online Courses) y ya tenemos los cursos hechos. También podrían existir profesores free-lance especializados en diseñar e impartir cursos online magníficos, con Instagram, Tik Tok y directos (Clases) en Twitch (Facebook es para mayores). También podría suceder que reconocidas agencias de acreditación certificasen la calidad de los cursos y su adecuación a los niveles superiores del Marco Europeo de Cualificaciones. Podría seguir, pero creo que ya he dejado clara mi idea.

Las universidades ya no son lo que eran, ¿y…?

Hago esta reflexión para enfatizar una preocupación más general: las universidades ya no son lo que eran. Los espacios físicos que dan nombre y la esencia de nuestras instituciones están dejando de cumplir dicha función. En Salamanca, Yale o Cambridge tardará un poco más, pero en otras se empezará a notar pronto.

¿Cuántas universidades se denominan por el nombre de dónde tienen localizada su sede? ¿Cuáles no? La oferta geográficamente localizada no será suficiente.

La forma en la que estamos acostumbrados a organizar la enseñanza ya no es imprescindible. No solo hay otra forma de hacerlo, sino que hay otras instituciones que ya lo están haciendo. Quizás, como los sofistas que mencionaba al comienzo, los profesores universitarios del futuro viajen virtualmente para enseñar a cambio de unos honorarios. Quizás, los estudiantes del futuro no se moverán ya de casa para poder acceder a los mejores profesores del mundo.

Tenemos que resolver los problemas del presente, pero abordar los del futuro. Creo que las restricciones de ahora se convertirán en lamentos. Ya está sucediendo. Intentamos controlar el monopolio de la educación superior por las universidades y nos lamentamos de que haya empresas que lo rompan, ofreciendo otro tipo de formación superior diferente a la universitaria, y más adecuada a sus necesidades. No es que la universidad pierda su identidad, es que otras universidades (gremios) se están organizando y no les hacemos falta: sigan con lo suyo que yo haré lo mío. Ahora se abre la posibilidad de que lo que ofrecen otros gremios sea aceptado por nosotros: la virtualidad de la oferta lo hace más patente. ¿Cómo nos resistiremos?

¿Qué hacemos con la tradición?

Hay que cambiar los supuestos sobre los que tenemos montada nuestra teoría de la Educación Superior, de las instituciones de Educación Superior. ¿Cómo? Algunas pistas están en lo que he llamado La universidad informal . Es decir, utilizar las estrategias que las universidades siguen cuando se salen de las limitaciones de lo que se considera formal, regulado.

El consuelo que nos queda es que la necesidad de este cambio no es nueva: les sucedió a los sofistas y al Cambridge de Newton. Bertrand Russell en su libro Ensayos sobre educación (1967), hablando de lo que debe ser la universidad hace décadas decía que mientras nos apoyemos solamente en la tradición, lucharemos en una batalla que está perdida (Russell, 1967, p.222). Me parafraseo a mi mismo diciendo que lo más importante de la tradición es crearla. Creo que es el reto que tenemos por delante.

Lo más importante de la tradición es crearla.

Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores 

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