Por Ángel Fidalgo
Existe un consenso general de que la motivación es crucial para el aprendizaje; de hecho, la motivación es el combustible de un motor, sin importar cómo se emplee ese motor. Se suele decir que si el alumnado está motivado, logrará un aprendizaje profundo, empleará menos esfuerzo, participará activamente en su propio proceso de aprendizaje e incluso llegará a disfrutar tanto de la materia como de los procesos cognitivos derivados del aprendizaje.
También se dice que para que el alumnado esté motivado, es imprescindible que el profesorado lo esté. Si un docente no está motivado cuando imparte clase, será difícil que logre transmitir la energía, la ilusión, la pasión y el amor por el aprendizaje.
A pesar de la masificación en las aulas, de leyes educativas que con frecuencia no abordan los problemas reales del aprendizaje, de la carga de trabajo administrativo, de los méritos que se exigen para progresar, de la necesidad constante de actualizar conocimientos, del dominio de las tecnologías y de la incorporación de procesos pedagógicos novedosos —sin contar con los problemas emocionales que el profesorado enfrenta— se nos pide que, al entrar a nuestras clases y al interactuar con el alumnado, lo hagamos motivados.
Según el Informe del Defensor del Profesor (2021-2022), un 78% de los docentes atendidos presentó ansiedad. Es un dato alarmante que refleja la realidad emocional que muchos profesores viven. Y a pesar de todo esto, ¿saben qué? La mayoría de los docentes que conozco logran llegar al aula con motivación, como si todos esos problemas los metieran en una mochila y la dejaran fuera del aula. Así son las personas que enseñan por vocación.
Sin embargo, a pesar de esa batalla constante contra los obstáculos, de esa resistencia a las tempestades del mar educativo, muchas veces no logramos motivar a nuestro alumnado. Y cuando esto sucede, algunas personas recurren a la innovación educativa, porque dicen que puede ser una herramienta para motivar.
¿Es esto realmente cierto? Las innovaciones pueden ser motivadoras por su novedad, por contenidos espectaculares, por el uso de últimas tecnologías o por la introducción de nuevos procedimientos metodológicos. Sin embargo, es cierto que el profesorado no cuenta con una agencia de marketing que le produzca contenidos impactantes ni utiliza las últimas tecnologías del mercado (con Moodle ya nos damos por satisfechos). Así que, la motivación que debemos buscar en cualquier método de innovación educativa es la innovación en los procesos.
Para identificar la innovación en los procesos de aprendizaje, tenemos que despojarla de la influencia de los contenidos y de la tecnología. Es esencial que en cualquier divulgación de innovación educativa se clarifique qué procesos son los realmente innovadores, cómo se ha conseguido romper con la inercia de la desmotivación, en qué indicadores se basaron para medir la motivación del alumnado y con qué herramientas la evaluaron.
Así pues, desde este blog hago un llamado a quienes divulgan la innovación para que, además de resaltar sus bondades, incluyan una explicación de qué procesos utilizaron para lograr motivar al alumnado y a sí mismos. Les aseguro que cualquier docente con vocación estará dispuesto a implementar ese método.
Tomado de Investigación e Innovación educativa
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ingrese su texto en esta ventana. Aparecerá publicado pasadas unas horas. Muchas gracias.