Por Paullet Delgado de EDUNEWS
En el 2020 publiqué una nota sobre cómo el burnout afectó a los docentes durante la pandemia, pero este problema ha seguido a pesar de que la cuarentena terminó hace tiempo. Este padecimiento es también conocido como el síndrome de desgaste profesional o de fatiga crónica y no es nada inusual; de hecho, fue introducido por primera vez como un diagnóstico en 1974 por el psicólogo Herbert Freudenberger y representa síntomas físicos como agotamiento, fatiga, dolores de cabeza frecuentes y trastornos gastrointestinales, insomnio y dificultad para respirar.
Para la escritora, periodista y autora del libro Can’t Even: How Millennials Became the Burnout Generation, Anne Helen Petersen, esta es una condición dominante de los Millennials porque es algo que se ha ido reforzando desde la infancia: la idea de que se debe estar trabajando todo el tiempo, ser productivos 24/7.
El problema con el burnout es que, a diferencia del agotamiento, es que se llega a un punto donde no se puede seguir más, pero se tiene que seguir adelante, ya sea por muchos días, semanas o años. Es buscar una sensación de logro que sigue aún después de aprobar alguna meta (el examen final o el semestre), pero esa sensación nunca llega. El psicoanalista especializado en síndrome de burnout, Josh Cohen, describe esta sensación como cuando “has agotado todos tus recursos internos, pero no logras liberarte de la compulsión nerviosa de seguir adelante a pesar de todo”. La generación Millennial ha aprendido que ser adulto es como un verbo: estar adulting. Esta etapa no es más que una lista de cosas por hacer y que nunca termina: trabajar, cocinar, limpiar, ir al supermercado, atender a los hijos, hacer ejercicio, etcétera. Y muchas de estas cosas, que deberían ser agradables, se vuelven una carga agotadora porque pasan a ser algo más en la lista de pendientes.
La autora Anne Helen Petersen escribe que “esa es una de las expresiones más inefables y frustrantes del agotamiento: toma cosas que deberían ser agradables y las reduce a una lista de tareas, entremezcladas con otras obligaciones que deberían completarse con facilidad o diligencia. El resultado final es que todo, desde las celebraciones de bodas hasta el registro para votar, se tiñe de resentimiento, ansiedad y evasión. Tal vez mi incapacidad para afilar los cuchillos se debe menos a una cuestión de pereza y más a ser demasiado bueno, durante demasiado tiempo, en ser un Millennial”. Cada vez se está normalizando más que el planeta está muriendo por el cambio climático, la preocupación por una crisis financiera o si surgirá una nueva pandemia, si habrá una nueva guerra y de qué manera eso afectará el mercado global. Aunque se atraviesan situaciones sumamente difíciles, éstas se ven como normales porque es la única manera de sobrevivir. Es por eso que “el burnout no es un lugar para visitar, es nuestra residencia permanente”, menciona Petersen.
El burnout docente
Con esto en mente, no es sorpresa ver que las y los docentes también sufran de este síndrome. Muchas veces esta profesión cuenta con cargas de trabajo insostenibles que incluyen el diseño instruccional, preparar las clases y exámenes, calificar, impartir la clase, análisis de datos, contactos con padres, madres o tutuores, tareas estandarizadas, entre muchas otras. Cuentan con una lista de cosas por hacer interminable que termina ahogando incluso al educador más apasionado.
Como se mencionó anteriormente, el síndrome del trabajador quemado afecta a todas las profesiones; sin embargo, según una encuesta realizada por Rand, se demuestra que los docentes tienen el doble de probabilidades de estar más estresados que otras áreas laborales. La Asociación Estadounidense de Investigación Educativa (American Educational Research Association) apoya estos datos con su propio estudio, donde concluyeron que el 40 % de los educadores de Estados Unidos tienen posibilidades de tener ansiedad en comparación con los que trabajan en el sector salud (20 %) o los de oficina (30 %). Según otra encuesta realizada por Gallup en el 2022, los educadores de nivel K-12, es decir, desde preescolar hasta bachillerato, fueron la profesión con mayor síndrome de burnout en Estados Unidos en ese año. En esta encuesta, el 44 % de los maestros encuestados contestaron que se “sienten agotados a menudo o siempre”.
Este estrés y agotamiento no solo afectan la vida de los docentes y su trabajo, sino también la de sus estudiantes, ya que las y los maestros no pueden darles la atención adecuada. Devlin Peck, un entrenador de diseño instruccional y consultor de aprendizaje electrónico, escribió en su portal que, incluso, “los estudiantes bajo la tutela de profesores con alta ansiedad tienden a tener un peor desempeño académico, particularmente en materias como matemáticas, y pueden desarrollar sentimientos y conductas negativas”. Pero la carga laboral no es la única causa, también está la microgestión y falta de autonomía. Muchas veces, la creatividad y autoexpresión de la comunidad docente se ve sofocada por las políticas del aula o de la institución, lo que les desmotiva con el tiempo. Aunado a esto, en varias ocasiones cuentan con herramientas de enseñanza inadecuadas como un internet lento, materiales insuficientes, infraestructura inadecuada o ineficiente, etcétera.
No hay que olvidar que también está el factor del estudiantado, especialmente aquellos con conductas problemáticas. Ya que en estos casos, suelen ejercer el papel de cuidadores y docentes al mismo tiempo, sobre todo al lidiar con los estudiantes desafiantes, abusivos o con necesidades especiales. Todo esto acelera el agotamiento de los maestros. Aunado a estos factores, está la falta de apoyo y las presiones externas, como los gobernantes con sus pruebas estandarizadas, los sistemas de calificación, las familias y la propia sociedad.
Otra causa del aumento del estrés y el síndrome del trabajador quemado fue la pandemia de COVID-19. Debido a que muchas, si no es que todas las instituciones educativas, cambiaron de la noche a la mañana a un modelo virtual de emergencia, sin darle la preparación adecuada a los educadores, éstos tuvieron que adaptarse rápidamente a usar nuevas tecnologías para seguir haciendo su trabajo de manera efectiva. Según una encuesta realizada en el 2022 por la Asociación Nacional de Educación de Estados Unidos (NEA por sus siglas en inglés), el 55 % de los encuestados piensan abandonar la profesión antes de lo planeado, citando dificultades por la pandemia y el burnout como razones principales.
Además, en esta encuesta, el 67 % de las personas encuestadas mencionaron que consideran el agotamiento laboral como un problema muy grave y un 90 % afirmó que sentirse así es un problema grave, especialmente al haber tantas vacantes no cubiertas. Sobre esto, alrededor del 74 % de los docentes dijeron que tuvieron que asumir tareas adicionales para cubrir la escasez de personal. Mientras tanto, el 80 % de los docentes informaron que tuvieron que realizar más trabajo que el que les correspondía en sus funciones y responsabilidades debido a vacantes laborales no cubiertas. Por este motivo, muchos docentes no pudieron con el cambio y renunciaron, provocando una gran escasez y más carga laboral para los que sí se quedaron. En su investigación, NEA reportó que más de 500,000 educadores abandonaron su trabajo después de la pandemia.
Alexandra Robbins, autora del libro The Teachers: A Year Inside America’s Most Vulnerable, Important Profession, escribió para EdWeek que los docentes no sufren de burnout, sino que están destinados a fracasar. Robbins menciona que las tasas de “tensión laboral” (estrés por un trabajo de alta demanda y bajo control) son más altas para las y los docentes que para el promedio de los trabajadores. Robbins menciona en su artículo que leyó dos publicaciones que consideran el burnout como «contagioso» incluso, por la relación estrecha que tienen entre compañeros, sin abordar las causas fundamentales que llevan a los docentes a ese estado. Para la autora, más que ser contagioso, los educadores “se ven obstaculizados por sistemas escolares pésimos, funcionarios ignorantes o administradores desconectados de la realidad”. No es que solamente sufran de burnout, son parte de un sistema que los lleva al extremo.
Por otro lado, uno de los problemas del burnout es que no existe una manera exacta de medirlo. Si bien, los investigadores han buscado maneras de hacerlo y existen ciertas formas que han ido ganando popularidad, como la de Maslach, todas enfrentan problemas porque cada caso tiene diferentes causas. Kevin Leichtman, autor de The Perfect Ten: Ten Students, Ten Mindsets, One New Definition of Perfection, escribió un artículo para EduTopia donde explica que inventó la escala de burnout de Leichtman con la que “busca proporcionar una comprensión clara del proceso de agotamiento específicamente para los educadores”, explica el autor. Leichtman menciona que, si bien, cada caso es diferente, existen ciertas tendencias entre síntomas y umbrales variables, los cuales pueden ayudar a descifrar en qué nivel de burnout se encuentra cada educador.
Son cuatro niveles; el primero es ser apasionado, pero abrumado. Es cuando el docente ama lo que hace. Se siente comprometido, por lo que asume más tareas, lo que comienza el burnout. El segundo es sentirse abrumado y cínico, que es cuando esa pasión del primer nivel no está dando resultados como un mejor salario, mejor evaluación, o algo, pero solo hay más carga laboral, lo que comienza a sentir cinismo hacia la profesión. El nivel tres es cuando es completamente cínico y empieza a sentirse agotado. Aquí puede empezar a sentir que es imposible ser un buen educador, que todo y todos son culpables del estado de la educación y no importa lo que haga las cosas no cambiarán y esos sentimientos no se quedan en el aula, los acompaña a casa, impactando otras áreas de su vida. Por último está el colapso por un agotamiento total. Ya el burnout forma parte de cada parte de su vida, afectando su bienestar y poniéndolo en modo de supervivencia. Leichtman menciona que en este punto hay dos opciones: “salir o volver a comprometerse”; es decir, o abandonar el aula o recuperar su pasión.

Otra cosa de la que pocos hablan sobre el síndrome del trabajador quemado es el sentimiento de culpa que esto trae. Es verdad que para muchos educadores esta emoción es parte de su día a día: culpa por tomarse vacaciones, faltar por enfermedad, por salir a tiempo del trabajo, no terminar de calificar, etcétera. Este sentimiento surge de querer hacer todo lo posible por sus estudiantes, mientras que al mismo tiempo, se sienten abrumados y agotados por su carga laboral, la falta de apoyo y cualquier cosa que pase a su alrededor; se sienten mal por no poder completar todo lo que quisieran. Crystal Foxx de NEA menciona que “la responsabilidad no recae en los educadores, sino en los responsables políticos que perpetúan un sistema que crea este ciclo de culpa, ya que no es posible que una persona logre hacer todo sin sacrificar algo, como la familia o el tiempo personal”.
Apoyando a los docentes a sobrellevar el síndrome del trabajador quemado
Debido a que la tolerancia de estrés y manejo de emociones de cada persona es diferente, es imposible dar una respuesta que aplique a todas las personas a la hora de evitar el síndrome de burnout; sin embargo, un lugar para empezar es estar pendiente de los primeros signos de agotamiento.
Tomando en cuenta la escala de Leichtman, si una maestra o maestro desde el nivel uno busca ayuda y empieza a tomar medidas, es muy posible que evite llegar al último nivel. La organización Education Support escribe en su portal varios consejos para evitar el síndrome del burnout. Empezando por ser conscientes de sus emociones, nivel de estrés y salud. Usar estrategias como la atención plena, meditación, llevar un diario o hablar con otras personas para estar al pendiente de cómo está y cómo se siente, para poder pedir ayuda o dar un paso atrás si es necesario. Sobre esto, la organización advierte que “ser consciente y comprender el estrés, el agotamiento y la salud mental es invaluable para comprenderse a uno mismo”.
Tomar el control de su bienestar, aprender a equilibrar el trabajo y la vida personal, buscar momentos para descansar y relajarse. De acuerdo con Education Support es normal para los docentes poner primero a sus estudiantes, pero está bien ponerse primero y no sentir culpa por hacerlo. “Si quieres cuidar y ofrecer la mejor educación a tus alumnos, también tienes que dedicar tiempo a recargar energías y cuidar tu salud y bienestar”, señala la publicación. Cuestionarse si puede con más carga laboral. Tomar más trabajo con la meta de querer ser mejores en lo que hacen y por sus estudiantes no es algo malo, sin embargo, antes de hacerlo, la organización recomienda cuestionar el propósito de las tareas que tomará, si va más allá de las responsabilidades normales, si es algo que tiene tiempo de hacer sin que impacte las otras áreas de su vida y sin agotarlo. Detenerse y pensar si es algo realmente necesario. Con este último punto en mente, Education Support aconseja a los educadores recordar que a veces es necesario decir que «no», que está bien no poder hacerlo todo, ya sea por falta de tiempo, por exceso de trabajo, o porque no tendrá mucho impacto sobre los estudiantes.
Otro punto importante es tomarse días de salud mental si lo necesitan. Ya sea antes de sentirse agotados o si ya sufren del síndrome del trabajador quemado, es bueno tomarse tiempo para recuperarse. Ya sea un día laboral, un fin de semana o un día feriado, es necesario relajarse y darse el tiempo de recuperarse emocional y físicamente. Por último, la organización aconseja aprender a pedir ayuda y obtener apoyo cuando lo necesite. Ya sea hablar con colegas, amistades, familiares o expertos, hacerlo puede hacer posible salir de este síndrome. El Tec, por ejemplo, tiene programas como el TQueremos donde proporcionan apoyo emocional.
¿Has experimentado burnout? De se así, ¿qué medidas has tomado? ¿Qué consejos podrías dar a otros docentes?
Tomado de EDUNEWS del Tec de Monterrey
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