Por Ramón Besonías
Hace un año, los estudiantes escribían en WhatsApp frases cortas con emoticonos en sus móviles. Hoy graban notas de voz o emiten directos de vídeo. La palabra escrita va desapareciendo en sus hábitos cotidianos. Se expresan oralmente y en formatos audiovisuales. Incluso cuando usan Chat GPT desde su móvil, optan por hablar con el asistente, no escribir el prompt.
Hace unos días, pedí a mis alumnos que estimaran en tanto por ciento el uso del móvil desde que se levantan hasta que se duermen. La media de su percepción subjetiva de uso es del 60-70%. El tiempo que dedican a escribir tanto en papel, en un ordenador o en sus móviles es escasa. Igualmente, no muestran preocupación por una ortografía y caligrafía correctas. Lo perciben como una obligación educativa inútil. Sin embargo, reconocen el efecto negativo de la falta de lectura y del escaso uso de la palabra escrita en su vida cotidiana como factores que influyen en su escritura y comprensión, aunque no muestran preocupación, más allá del pragmatismo de obtener mejores calificaciones.
Su percepción de Chat GPT es igualmente pragmática. Creen que sirve para ahorrar tiempo y esfuerzo, no tanto una herramienta creativa o competencial. Si les ahorra leer y comprender, copian y pegan. Reconocen que un alto porcentaje de docentes les piden ese tipo de tareas rutinarias que una IA puede hacerles con facilidad. No saben hacer esquemas ni apuntes propios. Suelen estudiar a pelo, leyendo y releyendo el libro o los apuntes que proporciona el docente, subrayando y memorizando pocos días antes del examen. Prefieren entregar tareas por ordenador que manuscritas para ahorrar tiempo a través de transcripciones mecánicas. El uso de la palabra escrita se reduce a las tareas de aula. El resto del tiempo no escriben y, salvo excepciones, confiesan no ser lectores por placer.
Bajo este escenario, ¿qué mejora real puede suponer una medida punitiva como rebajar la nota de la EBAU por faltas ortográficas? La medida parece una salida desesperada ante una situación que excede nuestra voluntad.
Confieso que en mis clases de Filosofía concedo un valor escaso a las faltas de ortografía. Las hago saber, aconsejo y sugiero, pero no penalizo. Me preocupa más la comprensión lectora, el análisis crítico de contenidos, la argumentación lógica, la expresión oral, el debate razonado. Creo que es este el campo de batalla de las nuevas generaciones. Para ello uso cualquier herramienta que sirva, sea un vídeo, un texto, un meme, un reel, un podcast, una película, su serie preferida, la última noticia que les suscita interés… o la IA generativa. Intento convertir toda herramienta en una oportunidad para pensar y crear ideas nuevas compartidas. Si escriben sin h o con v, no me importa, con tal de que aquello que dicen pase por su intelecto y genere un razonamiento bien hilvanado.
La corrección lingüística es consecuencia del ejercicio cognitivo, no al revés. Disiento de aquellos que consideran que escribir mal influye negativamente en la profundidad y capacidad de razonar, aunque comprendo sus razones. Quien escribe estas líneas da fe de ello. Aprendí a escribir por mi motivación hacia la lectura y otros centros de interés, ajenos a la escuela; la ortografía y la gramática llegaron después. Existen numerosos ejemplos de adultos -también docentes- que no tienen faltas de ortografía y sin embargo muestran dificultades para construir un texto argumentativo que ofrezca un mínimo de profundidad y coherencia lógica. El hábito no hace al monje.
Intento ser optimista y tomar lo que tengo a mano en clase para hacer de ello una oportunidad de aprendizaje. Estoy convencido de que los formatos audiovisuales y la IA son aliados esenciales de ese aprendizaje; por eso intento reducir la influencia que sobre mis alumnos posee el uso indiscriminado y acrítico de imágenes, vídeo, noticias. Marido en mis clases diferentes formatos de lenguaje, que basculan del texto al vídeo y viceversa, de la imagen y el audio al texto, del texto a la oralidad, y al revés. En ese trasvase de formatos se activan y refuerzan capacidades cognitivas que propician un aprendizaje persistente, que el alumno utilizará en futuros aprendizajes y entornos diversos.
Poner el acento en la ortografía denota no solo un erróneo enfoque a los problemas de comprensión y análisis que presentan nuestros alumnos, sino también un enroque contra la inevitabilidad de repensar nuestra enseñanza. Tengo esperanza en las nuevas generaciones de docentes, que de seguro tendrán menos prejuicios a la hora de flexibilizar los métodos de evaluación y de usar recursos extraídos de la forma natural de aprendizaje de los alumnos. ¿Tendrán más faltas ortográficas? Quizá. Pero no será un impedimento para imaginar, pensar, crear, si ellos mismos y sus alumnos ponen en marcha las neuronas.
La IA acelerará la facilidad para crear resúmenes, esquemas, análisis, guiones... sin faltas ortográficas, pero esto no tiene por qué suponer un déficit en competencias lingüísticas si abordamos nuestra intervención en el aula desde modelos creativos que refuercen capacidades cognitivas, trascendiendo el mero dominio de la ortografía. Sí considero importante reforzar la lectura y el análisis de mensajes multimodales. Leer no es exclusivamente leer texto; la lectura supone capacidad y hábito de observar y analizar cualquier formato de lenguaje, ya sea un poema o un reel en las redes sociales.
Creo honestamente que las instituciones educativas están errando el enfoque con el que acometer un cambio de paradigma que asusta y nos hace sentir vulnerables, adoptando una actitud regresiva, de defensa contra lo desconocido. Prohibir móviles y reforzar la ortografía a través de medidas punitivas hablan más de la impotencia de los adultos que de la posibilidad de mejorar la educación real de nuestros alumnos. No podemos enfrentar la realidad desde la defensa de presupuestos pedagógicos con los que los docentes aprendimos cuando éramos niños o adolescentes. Estamos obligados a maridar tradición con creatividad, vino viejo en odres nuevos. Humanismo tecnológico que no tenga miedo a hibridar diversos lenguajes, que active el ingenio y proactividad del alumnado, que reimagine el mundo.
Tomado de IA educativa
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