Desde que en 2007 John Bergmann y Aaron Sams sentaron los fundamentos de lo que a fecha de hoy se conoce como flipped learning (o aprendizaje invertido), el número de profesores que se han inspirado en esta propuesta pedagógica no ha hecho sino que incrementar. Lo que empezó como una iniciativa para asegurar que los alumnos que no asistían a clase pudiesen recuperarla a través de vídeos, pasó también a ser un hábito para los que sí iban a clase para revisar los conceptos explicados. En su libro “Flip your Classroom: Reach every student in every class every day” explican su experiencia.
Otro caso similar es el de Salman Khan, fundador de la Khan Academy, una organización educativa sin ánimo de lucro con el objetivo de crear material online que favorezca la educación. En una más que interesante TED talk (ver aquí) él mismo explica cómo los vídeos que grababa para su sobrino para explicarle matemáticas (él se encontraba en California y su sobrino en Texas) pronto se convirtieron en virales, siendo utilizados por muchos niños.
Pero el flipped learning no sólo son videos. Su premisa fundamental reside en que los aprendizajes teóricos se adquieren en casa, mientras que en el aula se realizan aquellas actividades en las que se necesita de la presencia simultánea de alumno y profesor. Muy probablemente, sin ser conscientes, muchos de nosotros ya llevamos años aplicando el aprendizaje inverso, aunque sea en pequeñas píldoras. Una lectura previa en casa, un cuestionario para revisar los conceptos trabajados o pedir un resumen serían sólo algunos ejemplos.
Las ventajas del flipped learning han sido ampliamente documentadas en la literatura (aprovechar mejor el tiempo en el aula, conceder al alumno de un rol más activo, favorecer un aprendizaje más personalizado, etc.), y en entornos menos masificados (educación primaria y secundaria) su uso está bastante extendido. Sin embargo, en el contexto de la educación superior hay todavía mucho camino por recorrer. Y es aquí donde es necesario reflexionar.
Recientemente tuve la oportunidad de impartir un curso sobre esta metodología en la Universitat Politècnica de Catalunya. La verdad es que el debate que surgió a medida que íbamos comentando herramientas y estrategias para implementarlo en nuestras aulas fue altamente enriquecedor. Y es precisamente esta discusión la que me gustaría compartir. ¿Cuáles son los retos del docente y de la universidad frente a esta nueva realidad? La verdad, ¡muchos! Veámoslos en detalle.
Si bien la filosofía detrás del flipped learning es muy simple, su aplicación no es tan inmediata. Entre las principales causas, la falta de tiempo, recursos y la formación del profesorado. Empecemos por la falta de formación. Si bien las universidades cuentan con un plan de formación (normalmente impulsado por el Instituto de Ciencias de la Educación o similar), dichos cursos son precisamente esto, cursos, es decir, pequeñas “cápsulas” en las que se dan los fundamentos pero hay poco espacio (de tiempo) para bajar al detalle y hacer el diseño, implantación y seguimiento. La pregunta a formularnos sería entonces, ¿por qué se destina poco tiempo? La respuesta la encontramos en el sistema de evaluación del profesorado. La labor del PDI es de docencia y de investigación. Si bien es cierto que las actividades docentes se tienen en cuenta a la hora de evaluar un profesor, son los resultados de investigación los que acaban teniendo un mayor peso. No es pues de extrañar, y sobre todo en aquellos perfiles con contrato temporal, que el tiempo libre que quede tras las clases, se destine a actividades que permitan asegurar una posición estable.
No es mi intención desmerecer la investigación (¡ni mucho menos! es esencial para avanzar la frontera del conocimiento), pero es importante no olvidar nuestro compromiso como docentes. Cada uno de nosotros tiene unas competencias determinadas y se sentirá más cómodo con un método de enseñanza u otro, pero es de suma importancia no caer en la monotonía y olvidar que tenemos que crear espacios de aprendizaje para que nuestros alumnos se puedan desarrollar como profesionales. La docencia debe transformarse, debe adecuarse a los nuevos tiempos y enseñar a los alumnos a detectar problemas y oportunidades de mejora, a encontrar las herramientas e información para solucionarlos y a saber discutir y respetar los distintos puntos de vista. El flipped learning permite el desarrollo de todas estas competencias. Sin embargo, para poderlo implantar con éxito es necesario formar primero al profesorado, no sólo en metodología, sino también en herramientas.
Nuestros alumnos son nativos digitales. Se trata de una generación hiperconectada, habituada a las multipantallas (utilización de diversos dispositivos), con tendencia al multitasking y a la repuesta inmediata. Una manera fácil de “engancharlos” es si utilizamos su lenguaje y creamos retos que les conecten con esta realidad. Esto significa que los profesores debemos dominar la tecnología que ellos han adquirido de forma innata. Y aquí, de nuevo, nos encontramos con la problemática del tiempo y el reconocimiento de las actividades del PDI. ¿No debería la universidad premiar a aquellos profesores que quieran mejorar su docencia? Sin embargo, el sistema actual no diferencia entre el profesor que imparte una asignatura, digamos de 3 ECTS, sin introducir mejora alguna en 10 años, que a aquél profesor que cada año intenta adaptar el aprendizaje a las necesidades de los alumnos y a los requerimientos del mercado. Quizás se verá algo reflejado en las encuestas de satisfacción, pero su impacto es muy bajo…
Y es aquí donde la universidad española debería replantearse su estrategia y los medios necesarios para poder ser un referente internacional en docencia. Si con la globalización y los avances tecnológicos el conocimiento y la información están a un click, ¿cómo tenemos que enseñar? Debemos aprender, antes de enseñar. Y no me refiero a los conocimientos y competencias técnicas, que en esto supuestamente ya nos hemos formado y nos estamos actualizando constantemente. Me refiero a las habilidades para conectar con nuestros estudiantes, hacerles más partícipes de su proceso de aprendizaje y que disfruten con lo que están estudiando. Hay muchos profesores que esta actitud de mejora continua en la docencia está ya en su ADN, hay otros que necesitan de apoyo para poder introducir estos cambios, y otros que tienen otros intereses… ¿No debería el sistema ofrecer los medios para estar a la altura de esta nueva realidad?
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de su editores
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