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lunes, 18 de marzo de 2019

La universidad en funciones

Escribe Fernando Broncano

Permítaseme tratar un tema algo viejuno pero que de tiempo en tiempo debemos recordar: el de las funciones de la universidad. Cuando uno lee informes como el bien conocido de la CRUE “La universidad española en cifras”, y observa datos como el envejecimiento prematuro del profesorado, la financiación decreciente al mismo tiempo que la creciente exigencia a las universidades para que alcancen niveles de excelencia investigadora, nos encontramos con un escenario en el que, para decirlo sin términos catastrofistas, la universidad debe ordenar algunos de sus objetivos porque no parece sencillo cumplirlos todos. He aquí, desde mi parcial punto de vista, cuáles serían esos objetivos tal como se han ido configurando a lo largo de la historia y cuáles son algunas de las contradicciones en las que se halla inmersa:

1. Producción, reproducción y distribución de las capacidades cognitivas, técnicas y hermenéuticas de una sociedad

  • Esta es la contribución más clara como bien público del sistema universitario. No es por supuesto el único sistema sobre el que recaen estas funciones (muchas otras instituciones, contribuyen a ellas, por ejemplo todas aquellas donde se realiza alguna forma de investigación, o aquellas dedicadas solamente a la investigación), pero el sistema universitario es con mucho el espacio donde estos bienes públicos se producen, preservan y distribuyen de manera más definida y como obligación institucional.
  • En tanto que bienes públicos, estas funciones tienen mala realización desde un sistema de mercado de servicios, de ahí que cuando la universidad se ordena en formas subsidiarias a las demandas del mercado, estas funciones se pongan en riesgo. Desde la revolución científica, la provisión de estos bienes públicos se ha realizado tradicionalmente por varias formas de esfera pública que se formalizan en diversos sistemas de reconocimiento y autoridad.
Por muchas razones, el sistema universitario español ha atendido generalmente a otras demandas y funciones con prioridad, de manera que tenemos un sistema de conocimiento que en el mejor de los casos cabe calificar como desequilibrado.
  • Es interesante recordar que la universidad que llamamos humboldtiana, aunque de hecho se desarrolló como tal en el primer tercio del siglo XX unió la docencia y la investigación como parte imprescindible del sistema universitario.
  • La universidad anterior fue mayoritariamente docente y sólo ocasionalmente investigadora, pero en el siglo XX comenzó a soportar el peso mayor del sistema de investigación. Esta creación de funciones transformó completamente las viejas universidades basadas en colegios (anglosajonas) o en facultades (modelo francoalemán) dando paso a nuevas organizaciones como fueron los departamentos.
En lo que respecta a esta función de reservorio de capacidades sociales, hay varios fenómenos contemporáneos que conviene señalar:
  1. La irrupción de la gran ciencia o tecnociencia que desborda completamente las posibilidades de muchas universidades como fuente de investigación y convierte a muchas de ellas en meros sistemas de reproducción.
  2. La competencia educativa y hermenéutica de las universidades con nuevos agentes educativos, especialmente con los grandes monopolios mediáticos, que emergen con fuerza en la sociedad de medios de comunicación como nuevas fuerzas que pretenden el monopolio del capital cultural.
  3. En el caso español, paradigma de un sistema económico débil, se produce un desbalance entre un sistema económico básicamente de servicios, y en buena parte especulador respecto a un sistema de investigación que ha generado una gran cantidad de investigadores doctores muy preparados. El sistema económico español ha apostado por la regla de que es más beneficioso pagar investigación que producirla. No me refiero solamente a la tecnología. Ocurre algo similar con las humanidades y las ciencias sociales.
La tensión básica entre la provisión de bienes públicos y su apropiación privada por lo que llamamos el sistema de mercado se produce actualmente de manera fundamental en estas tres líneas de tensión que, en el caso español, tiene su propia coloratura por el débil lugar que tiene en la división internacional del trabajo.

2. Formación de profesionales

Aunque el sistema de profesiones nace en la Edad Media, se origina tal como lo conocemos en las prácticas normalizadoras del estado moderno, y en particular en el siglo XIX, donde se crean sistemas mixtos que son a la vez de educación y control y que conocemos como disciplinas.
  • Son sistemas mediante los que el estado define estándares por los que concede ciertos privilegios prácticos.
  • Mientras que el viejo sistema escolástico de facultades se basaba en una cierta concepción del árbol de los saberes, las modernas disciplinas tienen un doble anclaje, por un lado en la organización social de la ciencia y la tecnología, por otro en el control social de la práctica profesional. Las titulaciones son, desde que se constituyen los estados modernos basados en el biopoder, sistemas normativos de acreditación con carácter jurídico.
  • Los procesos de normalización de todos los aspectos de la práctica técnica han discurrido en desarrollo creciente. Todavía hace unas décadas, en los países anglosajones se hablaba de profesiones liberales, pero ahora están cada vez más reguladas sus actividades (por ejemplo, el examen de abogado para el ejercicio en USA, o el sistema de colegios profesionales en España). El proceso Bolonia hay que entenderlo como uno de los múltiples pasos que se han dado en la normalización de títulos. Como suele ocurrir en el estado tan burocrático español, las normas generales han conducido a un barroco complejo de normas de competencias, destrezas, etc., …, que tratan de amparar bajo un supuesto lenguaje científico lo que no son sino sistemas de control social.
Es muy interesante comprobar cómo el desbordamiento de nuevas titulaciones que han surgido por la debacle del sistema tradicional de disciplinas plantea una huida hacia el formalismo y a la creación de un complejo sistema de agencias de control que no es sino una especie de máscara burocrática para esconder la falta de un sistema fluido de aprendizaje de los errores y de prudente comprobación de las capacidades reales de quienes son egresados del sistema universitario. Este barroco sistema se asienta sobre un clima de profunda desconfianza del sistema político acerca de la universidad y sus miembros. Se ha constituido una cultura de la sospecha permanente que intenta imitar la esfera pública de la ciencia pero que en realidad constituye un sistema autoritario de inspección no diferente del que desarrolló el sistema franquista.
La función de formación de profesionales no siempre está en buena armonía con la función de producción y reproducción del conocimiento.
  • Continuamente se escucha la demanda de acompasar las titulaciones a la demanda del mercado, pero lo cierto es que nadie sabe lo que demanda el mercado ni si lo que ocurre es una demanda subjetiva de padres y alumnos.
  • La distribución de la matriculación en 2012-14 nos da unas pistas muy interesantes sobre las relaciones entre la universidad y el famoso mercado: Ciencias sociales y jurídicas: 47,6%; ingenierías y arquitectura 21,7% (baja desde el anterior 27,3%); artes y humanidades 9,7%; ciencias de la salud 15,1 % (se duplica desde el anterior 7,7 %; ciencias, 5,9% (baja desde el anterior 7,6%). La interpretación de los datos es ambigua. Por un lado obedecería a la percepción de los alumnos y padres sobre las expectativas de encontrar trabajo, y tal vez la perspectiva subjetiva refleje la realidad objetiva del mercado de trabajo.
  • Pero estos datos nos dan una imagen bastante penosa sobre la estructura económica del país, centrada sobre todo en los aspectos gerenciales más que productivos e innovadores. Por otro lado, es indicativo también observar cómo las carreras que tienen un contenido más cercano a la primera función son deprimentemente minoritarias: las ciencias y las letras, que en su conjunto no alcanzan apenas el 16% del peso total sobre el sistema terciario.

3. La formación de élites

Una tercera función, asociada a la anterior, es la constitución de élites socio-económicas mediante un sistema de filtros y accesos.
  • Esta distribución de capital cultural y social a veces está ligada o relacionada con la primera función de creación y distribución de capacidades cognitivas, prácticas y hermenéuticas, pero no necesariamente.
  • Muchas veces, está ligada a marcadores y sistemas de acceso ocultos que tienen un claro carácter de clase, pues se basan en la reproducción del capital cultural en los sistemas educativos más básicos.
  • Para entender la diferencia que hay en la función de producción de élites y de conocimiento es muy útil mirar las listas de nombres (y géneros) de alumnos y profesores en las universidades más importantes del mundo, en particular las de Estados Unidos. Es fácil observar cómo muchas zonas se feminizan y llenan de apellidos que denotan orígenes extranjeros, mientras que otras (derecho, principalmente) están formadas mayoritariamente por apellidos (y orígenes) de la élite socio-económica.
  • En cierta forma, mientras que casi todos los países contribuyen con sus mejores jóvenes a la función capacitatoria de los países y zonas del centro, la función de génesis de élites sigue siendo un monopolio clasista. Esta es una de las razones por las que aún sigue siendo válido el dicho de Marx de que la universidad es un invento de la burguesía para que los pobres paguen la educación de sus hijos.
Aquí nos encontramos con objetivos contradictorios: por un lado la génesis de una élite científico-técnica investigadora, por otro lado, la génesis de una élite social.
  • La primera se produce por medios más o menos meritocráticos, lo que no excluye que haya desigualdad de oportunidades en todas las fases del proceso de selección. La meritocracia es un invento del estado republicano y de la democracia.
  • La segunda es claramente desigualitaria desde el comienzo. La universidad esconde una serie de “accesos” ocultos a centros, titulaciones y medios que terminan siendo factores fundamentales de discriminación.
  • Uno de los más importantes son los económicos: los accesos a ciertas titulaciones como los MBA, las estancias de formación en las universidades extranjeras, el dominio de idiomas, etc., son marcadores de elaboración del capital cultural que están muy relacionados con el capital social y económico.
  • En este sentido, la llegada a la universidad es ya desigual. La degeneración y las lagunas de los sistemas educativos primario y secundario son la principal causa de que la universidad sea un entorno desigual. La calidad de la educación en estos niveles discrimina de forma notoria a los alumnos que llegan y el hecho de poder llegar a la universidad. Se diría que hereda ya una estructura clasista en la educación. A ello hay que añadir la creciente discriminación por razones económicas. Sin llegar a los niveles de Estados Unidos, nos estamos dirigiendo a un creciente predominio de la función de formación de élites sobre todas las demás.
Algunos querríamos que además cumpliese una función redistributiva del potencial de cambio social, e igualación de oportunidades reales y de contribución a la creación de una sociedad más justa, más deliberativa, más democrática. Soy consciente de que estos últimos valores están en conflicto y disputa por quienes consideran la universidad simplemente como un sistema funcional. No importa. Los objetivos clásicos ya muestran que la universidad española actual, las cincuenta públicas y las treinta privadas, ya están abocadas a limitaciones intrínsecas en sus objetivos y a tener que elegir entre ellos. Ojalá los rankings reflejen algún día cómo nuestras instituciones han decidido estos órdenes.

Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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