Desde los inicios del siglo XXI, la caracterización de lo digital viene asociado a nuevos formatos de representación, como es la hipertextualidad, los microcontenidos, la organización reticular o en red de los contenidos y de las relaciones. También han tomado relevancia conceptos más complejos como transmedia y escenarios de realidad virtual y 3D. Literalmente, en palabras de Manuel Area, hemos pasado de la cultura del libro a los entornos digitales.
Sin dudas, la expansión de la realidad generada por este espacio digital produjo nuevas condiciones culturales y sociales, nuevas formas de generar conocimiento para dar respuestas también a nuevas situaciones propias de la interacción hombre-máquina. Así, la forma de comunicación comenzó a tomar una dimensión multidireccional, las interfaces nos permiten comunicarnos a través de todos los sentidos, no solo el textual. Comenzaron a tomar relevancia la realidad virtual que permite establecer experiencias de aprendizaje en entornos inmersivos que simulan, amplifican un contexto físico al que no podemos tener acceso.
El crecimiento exponencial de la información, nos llevó a introducir conceptos como Big Data, Inteligencia Artificial, Computación Cuántica, y así, nos encontramos en un escenario donde la tecnología comienza a tomar decisiones por nosotros, sobre nuestras intervenciones, sobre nuestra “huella digital” que ha crecido también de manera exponencial en estos últimos 2 meses, luego del confinamiento obligatorio a causa del COVID19.
Esta expansión tecnológica también ha generado un uso “masivo” de tecnología en la educación, sin embargo, la crisis del COVID19 nos ha puesto en evidencia que quizás todo lo “potencial” que resultaba el discurso de inclusión de tecnología y de ser competente digitalmente -con los recursos adecuados- fue posible concretarlo en estas escasas semanas.
Antes de marzo 2020, muchos vivíamos conscientes de estos grandes cambios que nos traía la tecnología, pero sin dudas estamos en presencia de una aceleración en estos tiempos, donde nos encontramos viviendo nuestra vida en “escenarios virtuales“, intempestivamente pasamos a vivir escenarios presenciales, en 3D, a escenarios virtuales en 2D. Así, el alto uso de las tecnologías nos constituye hoy como sujetos visibles.
Antes de marzo 2020, también veníamos escuchando que el uso de la tecnología digital no
garantiza una pedagogía innovadora, y mucho menos un mayor aprendizaje. Transformar la educación que incorpore tecnología requiere de una planificación en el tiempo, revisar el diseño de la enseñanza, la tarea docente, el sentido del aprendizaje y especialmente tener en cuenta lo posible y deseable en cada contexto. Así, la “novedad” no es la tecnología, sino el aporte que pueda generar esta interacción tecnológica en el desarrollo de otras formas de acción, pensamiento y aprendizaje que son parte de la complejidad educativa en red (Cristóbal Suárez, 2016).
En estos escasos 2 meses, la relación entre las Humanidades Digitales y la Pedagogía comenzó a tomar una relevancia significativa: lo digital como parte de lo pedagógico está ocupando un lugar central en estos tiempos, y en particular en la enseñanza.
La digitalización del docente supone no solo adaptarse a un software educativo, sino que implica un paso más, es decir, una transformación en las habilidades que lo lleven al desarrollo de una identidad digital. La dimensión conceptual de web 2.0 “reabre” la posibilidad de buscar un sentido pedagógico al uso de los beneficios de la red y las ventajas de la comunicación e información interactiva. Mucho se ha hablado del docente prosumidor, curador de contenidos, conceptos que toman fuerza y sustento concreto en estos tiempos, e interpela la labor docente en la adquisición consciente y reflexiva del uso de recursos de la Red.
Sabemos que las habilidades, la creatividad y la innovación tienen que abordarse desde la infancia y a lo largo de la vida académica pero, ¿cómo continuar, sin perder el camino, resignificando en la virtualidad?
Los tiempos actuales exigen una expansión y adaptación de los enfoques pedagógicos a las nuevas posibilidades existentes (Romero Frías, 2016):
- Participación en múltiples formas de cultura digital: cultura de las pantallas, de lo
- oral, del remix, de lo visual, de lo transmedia, del prototipo y del diseño.
- Reivindicación de la cultura libre y de una ética hacker.
- Potenciación de lo interdisciplinar/transdiciplinar/multidisciplinar.
- Trabajo en equipo en innovadoras formas de co-creación con el consiguiente
- replanteamiento de las formas de autoría y del reconocimiento académico.
- Exploración de formas de emprendimiento y de transferencia de conocimiento e implicación social ligadas a los fenómenos de digitalización y apertura.
Es tiempo de repensar las condiciones y posibilidades del entorno educativo de forma global: lo que añade Internet y el mundo digital no son solo herramientas, sino nuevas condiciones culturales y sociales para pensar los procesos de aprendizaje. Es necesario construir desde nuestros principios y enfoques educativos. También, es momento que comenzar a resignificar muchos de los paradigmas de docencia que se venían ejerciendo: hoy, en un nuevo entorno que se presenta totalmente digital pero que, cuando volvamos a las aulas, muchos imaginan que será también diferentes al que dejamos a comienzos de marzo del 2020.
Ahora, el desafío pedagógico que tienen las Humanidades Digitales será poder añadir significado educativo a los procesos de aprendizaje en un contexto de hibridación de entornos educativos formales, donde sin dudas la vinculación con nuestros estudiantes tendrá también repensarse en otros tiempos y espacios.
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Romero Frías, E. y Suárez Guerrero, C. (2018). Ciencias Sociales y Humanidades Digitales: un enfoque de aprendizaje cooperativo, abierto, público y experimental. En Galina Russell, I., Peña Pimentel, M., Priani Saisó, E. et al (coords), Humanidades Digitales: recepción, institucionalización y crítica (pp. 82-121). Ciudad de México: Bonilla Artigas Editores.
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