“La escuela debería ser el espacio donde aprendamos a vivir esperanzados,” afirma, nada más comenzar esta conversación, y sin anestesia previa, Fernando Trujillo, profesor de la Universidad de Granada, investigador del Grupo CAAS, socio fundador de Conecta13, autor de varios libros e innumerables artículos y, sobre todo, gran amigo, además de un excelente, inteligente e incisivo conversador.
Esta primera afirmación de Fernando, nos recuerda aquello que tantas veces defendió el pedagogo brasileño Paulo Freire, “que no hay mañana sin proyecto, sin sueños, sin utopía, sin esperanza, sin el trabajo de creación y desarrollo de posibilidades”. Que la escuela (y la educación) es o debería ser, ante todo, creadora de posibilidades, de inéditos-viables.
Que no se puede educar sin soñar, y que soñar es imaginar horizontes de posibilidad.
La escuela como el espacio para aprender a vivir esperanzados es lo que han sostenido y sostienen, desde hace muchos años, numerosas educadoras y educadores de todo el mundo cada vez que se niegan “a distribuir las vidas en distintas orillas” (Graciela Frigerio, 2005).
“No tenemos que asumir nuestro origen para definir nuestro punto de llegada”, continua Fernando. Educar es luchar por generar condiciones de posibilidad para todos. “La educación es un terreno de lucha. No es un terreno de la neutralidad” (Fernando Trujillo).
Así que educar debe ser siempre un acto de resistencia a la reproducción de las desigualdades (Graciela Frigerio, 2004).
Oponerse a transformar diferencias en desigualdades y “rehusar a ser cómplices de un sistema de atribución de lugares, que hace que ciertas vidas sean marcadas por la dote de lo pensable, mientras que otras estén marcadas por la ausencia de dote y, por ello mismo, limitadas a su reproducción” (Graciela Frigerio, 2005).
Son muchos los y las educadoras que, a diario, trabajan por una escuela y sueñan en una escuela, entendida como dispositivo y no solo como lugar físico, que tiene “el potencial para proporcionar a cada cual, independientemente de sus antecedentes, de su aptitud o de su talento natural, el tiempo y el espacio para abandonar su entorno conocido, para alzarse sobre sí mismo y para renovar el mundo “ (Masschelein y Simmons, 2014).
Pero ese sueño es también nuestra pesadilla. Ese sueño es también el desafío pendiente de nuestra escuela. O mejor, como plantea el propio Fernando, es el principal desafío de nuestra sociedad, “porque la sociedad no ha sabido construir una escuela de la esperanza. La sociedad ha sabido construir una escuela que se limita a reproducir y a replicar lo que ella misma es: los dramas de la sociedad, las discontinuidades de la sociedad, las rupturas de la sociedad. Las quiebras de la sociedad las hemos repetido en la escuela.”
Un reto, o un sueño, que ahora más que nunca debe ser afrontado colectivamente.
“Soñar colectivamente es un desafío que se les plantea a todos y todas las que luchan por la reinvención de la educación, desde la perspectiva de su democratización, en la escuela y en otros espacios educativos.” (Ana María Araujo Freire)
Soñar colectivamente es asumir la lucha por las condiciones de posibilidad. La educación sigue Fernando es un terreno de juego basado en el conflicto y en el que se confrontan los distintos modelos sociales que nos rodean y que se vinculan con lo económico, con lo político, con lo cultural.” Por eso educar es siempre tomar partido.
Con permiso de Co.labora.red
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