Escribe Pello Salaburu
La primera plaga
La inesperada llegada de un virus que se ha acercado de forma sigilosa a nuestras puertas desde esa lejana China, nos obligó a encerrarnos en casa y a alterar proyectos, propósitos y planes que nos habíamos trazado para encarar el año que apenas había comenzado. En nuestro ámbito, las universidades tuvieron que reciclarse a toda prisa y se vieron obligadas a convertirse, de la noche a la mañana, en centros en los que la clase presencial tradicional se transformaba en una especie de rudimentario estudio de televisión organizado con medios muy limitados en el propio hogar. Y en no pocas ocasiones, con el resto de convivientes revoloteando en las inmediaciones, tratando de recuperar el espacio que la universidad les acababa de robar. Luego, a las semanas, muchos investigadores observaron con estupor que no tenían dificultad alguna en tomarse un blanco en el bar, aunque seguían sin poder acceder en condiciones a sus instalaciones para continuar investigando.
La primera plaga convierte la universidad en un plató de televisión.
Mientras el personal sanitario se disponía y se exponía a combatir un mal de cuyas consecuencias tampoco se sabía demasiado («una simple gripe», nos dijeron), el resto nos convertíamos, también de la noche a la mañana, en expertos epidemiólogos, experimentados virólogos y especialistas en política sanitaria, aunque quizás no tuviéramos claro los límites entre esos campos. Así, términos como PCR, anticuerpos igG, igM, test de antígenos o serológicos, etc., pasaron a formar parte de nuestras conversaciones diarias en los balcones, primero, y en los bares y paseos, después. Y nos especializamos también en la crítica a la gestión política, siempre errática, por supuesto, de nuestros gobernantes.
La disponibilidad y el esfuerzo de los investigadores vs. el silencio de los gestores
Los investigadores que no estaban ligados directamente al sistema de salud, pero para quienes esos conceptos, aunque aplicados en otras especialidades, eran el padrenuestro de cada día desde hacía años, observaron con estupefacción que, a pesar de ofrecer su ayuda, el sistema se mostraba muy remiso a contar con ellos. Eran comportamientos inentendibles (por no explicados) para el resto de ciudadanos que, salvo en lo tocante a la inmunidad de rebaño, siempre nos hemos comportado como ovejas en este tema. Con excepciones, claro, que no afectan a la mayoría. Así, los mensajes se cruzaban: «test, test, test, PCR’s, por favor» decía la OMS. Y muchos científicos, en todas partes, algunos de gran prestigio internacional, señalaban: «Los hacemos nosotros, podemos, llevamos años, tenemos laboratorios». Las universidades incluso requisaron las máquinas que podían hacer esos test, precisamente con ese objetivo. Pero lo cierto es que acabaron llenándose de polvo, mientras nadie conocía de forma real el grado de penetración del virus.
Porque quienes tenían en sus manos la gestión sanitaria no mostraban demasiado interés en la oferta, ellos mismos se encargarían. Hasta que meses después se llegó a un punto de colaboración modesta, menor a la deseable. Quizás haya sido una política sanitaria correcta, pero no se ha explicado. Y la información transparente, que no la ha habido, es esencial en tiempos de pandemia. Más, cuando encaramos un virus de especial habilidad en el regate corto y maestro en el bombeo al centro del área, que actúa con tanta desvergüenza, que cada semana que pasa pilla a todos con el pie cambiado.
La información transparente es esencial en tiempos de pandemia.
Sin embargo, el empeño combinado de gobiernos, empresas privadas y, sobre todo, el esfuerzo descomunal que durante meses han hecho miles de científicos, a nivel mundial, quizás como nunca se recuerda en la historia, batiendo records a medida que el virus pulveriza los suyos, ha tenido también su premio. Tenemos las primeras vacunas, administradas con sabios criterios mercantiles por las farmacéuticas correspondientes.
La segunda plaga, en versión USA
El origen de la segunda plaga nos lleva hasta Washington. Allá ha reinado durante cuatro años un hombre dispuesto a romper todos los moldes imaginables de la política moderna. De forma paralela a la pérdida de lo que llamamos educación que no es, en definitiva, sino la forma de mostrar un poco de civismo, fue capaz de socavar los fundamentos de la civilización norteamericana, que acabó gobernada por un gran y peligroso bufón.
Ya no se trataba de que aquella sociedad, como lo ha hecho siempre, mirase por sus intereses. Ahora se iba un paso más allá: mediante la creación de una realidad paralela, el presidente se rodeó de acólitos que sustituyeron el conocimiento por la fe, con una vuelta súbita a la Edad Media, a la par que corroían muchos de los cimientos que han conformado esa gran nación.
La tierra vuelve a ser plana, el virus no existe, los científicos no saben nada, el calentamiento global -con el frío que hace a veces- es un camelo.
El líder y el partido
Ya no vela por sus intereses, sino que admite como de interés general, cueste eso lo que cueste, lo que no son sino intereses personales –cuando no caprichos de niño mimado y maleducado– del nuevo tirano. Los republicanos se rieron al principio del bufón outsider, se callaron luego y, al final, acabaron siguiendo a pies juntillas todo lo que ordenase la Casa Blanca. Aunque el reinado acabó como el rosario de la aurora, el gran jefe cuenta con millones de seguidores. Y lo que es mucho más peligroso: cuenta, sobre todo, con el miedo instalado en la cabeza de la mayoría de los líderes republicanos. Si no le seguimos, piensan, podemos darnos por acabados. Brecht les queda lejos, aunque ya lo adelantó: si le seguimos también. Sobre todo, si le seguimos.
El futuro del partido republicano es muy incierto en estos momentos: un enfrentamiento con Trump puede acabar generando rupturas en su seno; el seguidismo puede acabar con la esencia del partido, y con sus líderes decapitados. Decapitados incluso literalmente, no sería la primera vez en la historia.
Esta segunda plaga ha tenido como consecuencia la aparición de enfermedades similares en otros países del mundo, con imitadores incluso más ridículos, aunque, por fortuna, con cuotas de poder más limitadas.
El Brexit, la tercera plaga
Uno de estos imitadores, no el más ferviente seguidor, ni siquiera el más apreciado discípulo (los dictadores no aprecian a nadie), pero en el fondo con posiciones similares en muchos temas, vive más cerca: su objetivo ha sido la ruptura de Europa. Y lo ha conseguido: al marcharse el Reino Unido, Europa ha quedado definitivamente aislada. Como en tiempos del Imperio. Así lo ven sus ojos. A diferencia de lo sucedido en Egipto, ni el agua se convierte en sangre ni nos llueven ranas, pero esta tercera plaga, junto con las dos citadas, es también muy peligrosa para todos nosotros.
Estas plagas van a tener repercusión en la universidad en los próximos años. No es bueno vaticinar lo que va a suceder: llevamos muchos años en los que nadie es capaz de predecir prácticamente nada. Pero podemos señalar algunos ámbitos que van a quedar marcados, como consecuencia de la experiencia acumulada en estos meses.
Lo que se puede atisbar
Nuevos modelos de enseñanza a distancia y presencial
Parece que la enseñanza a distancia y con la utilización masiva de las TIC, va a sustituir en parte a la enseñanza presencial. Con mucha más decisión de lo que estaba sucediendo hasta hace un año. La enseñanza no presencial obligará a las universidades a invertir más en estas tecnologías, contratar técnicos, planificar y reordenar la organización de las enseñanzas de forma menos rígida, etc. A medio plazo se producirán cambios en la estructura del profesorado y se plantearán incluso preguntas sobre los costes de mantenimiento de campus vacíos, si se repiten ciclos de pandemias.
Permítaseme un breve inciso para contar una anécdota reciente que sirve para ilustrar lo que digo. Hace unas semanas el estudiante Aaron Ansuini seguía a través de internet las clases del profesor François-Marc Gagnon, un reputado investigador de historia del arte en Concordia University en Montreal. Entusiasmado con lo que veía y oía en su ordenador, decidió dirigirse al profesor por correo electrónico para consultarle algunas dudas. Cuál no sería su sorpresa cuando descubrió que su profesor había muerto en 2019, a la edad de 83 años. Nadie le había comunicado nada: incluso los alumnos seguían recibiendo mensajes sobre el curso, enviados seguramente por un asistente.
Como sucedió antes con algunos cantantes, en la universidad los muertos pueden acabar resucitando para dar clase.
La movilidad internacional en «stand by»
Cada plaga repercutirá también de forma negativa en el trasiego internacional de los estudiantes, por problemas logísticos (vuelos, certificados, cuarentenas, etc.) o por problemas derivados de políticas absurdas: la marcha del RU ha acabado con el envío de lechugas y tomates a Londres, o por lo menos lo ha dificultado. Y lo mismo pasa con los ordenadores que llegaban desde allá.
La colaboración científica se fortalece
Pero tiene asimismo consecuencias mucho más demoledoras en nuestro ámbito: son los que afectan a los tan necesarios programas de intercambio de estudiantes. Confiemos, por el contrario, que el incremento de la colaboración a nivel mundial entre nuestros científicos haya acabado espoleada y mucho más fortalecida.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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