Por Melissa Guerra Jáuregui
Debido a la pandemia por COVID-19, el concepto de resiliencia, popularizado por la psicología positiva, estuvo en boca de todos. No obstante, en este mundo postpandémico no solo se necesita ser resiliente para salir avante en esta “nueva normalidad”, sino de todo un arsenal que no está a disposición de muchos: las emociones positivas.
Según Barbara Fredrickson, existen 10 emociones positivas que provocan cambios en nuestro desarrollo cognitivo con el fin de ampliar, transformar y construir:
Pero ¿cómo nos ayudan nuestras emociones diariamente? Muchas cosas pueden suceder en el transcurso de un día, por ejemplo, podemos despertar con ánimo o desánimo, con energía o sin ella; tener un argumento con alguien en el trabajo para después encontrarse con otras situaciones desafortunadas en casa. Todas estas situaciones se pueden afrontar de maneras diversas, pero en todas ellas sería ideal tener la inteligencia emocional suficiente para darles cauce y solución, evitando reacciones que puedan afectarnos a nosotros mismos y a terceros.
En la educación, la inteligencia emocional es un tema poco explorado y aplicado dentro de las aulas, ya que el enfoque en el currículo hace que se dejen de lado aspectos importantes en el crecimiento del infante, creando a su vez a universitarios incapaces de reaccionar adecuadamente a situaciones de su vida estudiantil, laboral o personal.
Por ende, el aprendizaje emocional se vuelve fundamental, ya que este nos permite identificar, comprender, controlar y expresar efectivamente las emociones. Asimismo, crea consciencia de las mismas, con el fin de actuar de la mejor manera posible ante cualquier situación.
Es importante destacar que todas las emociones trabajan para nuestro bien. Por ejemplo, después de llorar sucede un efecto tranquilizador, puesto que se liberan endorfinas que generan una sensación de paz y bienestar.
Por consiguiente, emociones como la tristeza, la ira, el miedo, la desesperación, etc., aunque usualmente son catalogadas como «negativas», al ser gestionadas adecuadamente, es decir, cuando sabemos e identificamos lo que sentimos, son más fáciles de abordar, esto debido a que existe una concientización interna de lo que nos sucede.
Ahora bien, en este boom de digitalización (debido a la pandemia) es muy común perder el sentido de la realidad, puesto que las redes sociales están llenas de información (o desinformación), que muchas de las veces más que beneficiar, afectan a las personas. La dismorfia corporal es un ejemplo sencillo, pero complejo que alude a esta situación; se promueve una realidad alternativa que no existe (cuerpos perfectos, vida perfecta, etc.), causando en muchos jóvenes una distorsión que puede tener repercusiones graves de salud (mental, física o ambos casos). Por ende, las modas de las redes sociales han influenciado comportamientos, hábitos alimenticios, de compra, entre otros; por ello es importante reconocer y entender nuestras emociones ante tanto “bombardeo” de información.
Por su parte, el mundo educativo también fue impactado por los estragos de la pandemia. Un estudio demostró que, para los estudiantes, el cambio más significativo que tuvieron al migrar de la presencialidad a un formato en línea fue la comunicación; mientras que los docentes opinaron que su mayor obstáculo fue la conexión a Internet (colocando a la actitud del estudiante en segundo y la comunicación en tercero).
Consecuentemente, en ambos ejemplos, la comunicación fue un rasgo en común que se “perdió” durante la pandemia, pero ¿cómo es eso posible?, ¿no se supone que la tecnología nos debería ayudar? Aunque la tecnología y el mundo digital nos “conectan”, a su vez nos desconectan de lo que somos: seres humanos sintientes y conscientes con virtudes y defectos.
Entonces, ¿cómo se liga esto con las emociones positivas? Sencillo, las emociones positivas no solo nos generan bienestar, sino crecimiento personal. Por tanto, fortalecer la autoestima y el sentido de logro, por ejemplo, nos permitirá entender que somos valiosos como personas individuales, las cuales merecen respeto y consideración; por lo que, al momento de ver un post en redes sociales que nos pueda afectar, seremos capaces de entender que mucho de lo que se ve es falso y no tiene por qué hacernos sentir anímicamente mal. En el ámbito educativo esto se vería reflejado en que, independientemente de las capacidades, notas académicas o conocimientos, cada estudiante es valioso por lo que logra hacer, deshaciéndonos de la idea de que una persona solo es apreciada por lo que realiza “exitosamente”.
Estas son algunas sugerencias para trabajar internamente las emociones positivas:
- Ser agradecidos y expresar gratitud.
- Ser asertivos.
- Desarrollar la empatía.
- Practicar mindfulness.
- Actuar de manera generosa.
- Dar críticas constructivas.
- Tomar momentos para reflexionar sobre nuestras acciones.
- No reprimir emociones.
- Prestar atención a nuestras emociones y reconocerlas.
- Realizar ejercicios de respiración para aliviar el estrés y la ansiedad.
¿Cómo puedo aplicar las emociones positivas en el aula virtual?
Es importante saber que aun cuando se desarrollaron competencias tales como la organización, el autoaprendizaje, la adaptación y las relacionadas con la tecnología, el desenvolvimiento de habilidades como la comunicación, la resiliencia, la resolución de problemas y la lecto-escritura se vieron gravemente afectadas durante este periodo.
Por ende, el docente debe tomar consciencia de que las emociones positivas y la inteligencia emocional juegan un papel considerable dentro de un ambiente virtual, puesto que no podemos negar que los humanos somos seres sociales por naturaleza, lo cual requiere de cierto “contacto” para llevarse a cabo. No obstante, también se comprende que, por la premura, la adaptación y sus implicaciones, la educación perdió una de sus bases fundamentales: la comunicación efectiva.
Las emociones positivas se pueden desarrollar mediante diversas estrategias, las cuales no son exclusivas para ambientes digitales:
- Desarrollar la empatía y el respeto mediante espacios de reflexión con los estudiantes. Dependiendo de la materia o el tiempo, puede aplicarse en un proyecto o dinámica.
- Implementar prácticas de mindfulness en algún momento del día. Pueden empezar alguna sesión de la semana con una práctica de atención consciente para liberar el estrés.
- Fomentar la crítica constructiva entre los estudiantes y proveerla como docente.
- Invitar a los estudiantes a participar en actividades sociales o deportivas en su comunidad.
- Socializar al principio del curso lo que se espera del estudiante y las reglas de convivencia para evitar conflictos posteriores que sean de carácter actitudinal.
- Pensar “fuera de la caja”, es decir, implementar dinámicas sorpresa, como trivias o quizzes, para impulsar el humor y la alegría, a través de una app o página web. Dichas actividades pueden estar relacionadas con un tema que estén actualmente estudiando para repasar conceptos clave, entre otros.
- Fortalecer la autoestima y el sentido de logro en los aprendedores. Aunque existen aulas con más de 40 estudiantes, es importante realizar un esfuerzo para hacerles saber que son valiosos e importantes como seres individuales, puesto que muchas veces los alumnos no tienen el apoyo en casa.
Aunque estas estrategias pueden sonar abrumadoras, podemos implementar estas medidas poco a poco para que las emociones positivas florezcan dentro del salón de clases a lo largo del curso escolar. Como docentes, el primer pilar que nos corresponde es mostrar interés, lo cual se puede evidenciar con acciones pequeñas para producir grandes cambios, por ejemplo, estar preparados para impartir nuestro contenido (así como manifestar interés en el mismo), presentar una buena actitud, ser puntuales, agregar dinamismo e innovación en las clases, entre otros.
Todo esto puede favorecer para tener mejores ambientes de aprendizaje, ya sean presenciales o virtuales, así como para obtener una mejoría en la actitud del estudiantado. Si bien existen grupos difíciles, que pueden dar unos masivos dolores de cabeza, es nuestra vocación ser pacientes y compartir el conocimiento con los demás.
Otro punto fundamental es que, sin importar la(s) estrategia(s) a implementar, siempre necesitan aterrizarse al nivel educativo y de competencias que se deban desarrollar, así como a la personalidad del grupo, puesto que unas podrán funcionar mejor que otras en función de los aspectos antes mencionados. Por ejemplo, no podríamos aplicar una trivia para fomentar la participación y la empatía con términos elaborados, mediante una temática complicada (p. e. la guerra de Ucrania y Rusia), para alumnos de 1er grado de primaria, puesto que sus competencias y conocimientos aún no poseen la madurez necesaria para “aterrizar” ese conocimiento, entenderlo y aplicarlo.
En este caso, podríamos hacer una trivia (a manera de concurso) con alguna temática con la que estén familiarizados (o algún contenido del currículo) para poder conocer sus opiniones, ceder la palabra a sus compañeros y enseñarles que, con respeto, tolerancia y paciencia, todos podemos tener nuestro turno para participar (fomentando valores y emociones positivas).
Por su parte, para estudiantes universitarios podríamos incluir alguna práctica de relajación (una vez por semana) debatir sobre alguna temática social (también podemos hacer relaciones interdisciplinarias, es decir, darle un giro diferente a un tema en particular de nuestra materia con alguna otra) para fomentar valores y emociones positivas, reflexionar sobre alguna fecha importante que se celebre durante el mes, etc. Todo esto tomando en cuenta la materia, la disponibilidad de tiempo, el interés del estudiante, entre otros. Lo importante es realizar acciones distintas para obtener resultados positivos y diferentes.
Hay que recordar que las emociones juegan a nuestro favor, siempre y cuando estemos conscientes de ellas y sepamos gestionarlas. Por tanto, las emociones positivas tienen un rol importante en nuestras vidas, ya que nos abrirán un horizonte inexplorado dentro de las aguas de este gran mundo digital, con el fin de salir avante y prosperar.
“Todo lo que siembras, cosechas; todo lo que das, recibes”. Es momento de reflexionar sobre el quehacer educativo y preguntarnos: ¿qué estoy sembrando?, ¿me gusta lo que estoy recibiendo de mis aprendedores?, ¿qué estoy haciendo bien en mi práctica docente para ambientes virtuales?, ¿cómo puedo mejorar y que esté a mi alcance?
“Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”.
Aristóteles
Tomado de EDU NEWS del Tec de Monterrey
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