jueves, 5 de diciembre de 2019

De la meritocracia a la metritocracia: ¿no nos estaremos equivocando?

Escribe José Manuel Torralba

He participado en procesos de selección para la promoción a “professor” o “full professor” en varios países europeos, y he hecho “assesments” en alguno más de fuera de la Unión Europea. En todos esos países, además del proceso interno que sea, para conseguir llegar a la máxima categoría académica, se requiere obligatoriamente pasar por una evaluación externa por pares internacionales, normalmente encontrados entre catedráticos de reconocimiento internacional. Cuando he participado en esos procesos, siempre he recibido una guía, donde se me indicaba qué aspectos debía valorar (nunca cuantificar) para recomendar, o no, la promoción del o la candidata en cuestión.
Entre las virtudes que se exigen a cualquier candidato en nuestro entorno científico internacional, para llegar a la posición de catedrático, se exige, además de haber publicado mucho y bien, “ser un referente reconocido a nivel internacional en su especialidad y ser capaz de coordinar y liderar grupos”, es decir demostrar con claridad que se es un líder en su especialidad, y desde luego, transmitir con claridad la certeza de que con el “ascenso a catedrático”, esa persona hará crecer el prestigio y la proyección nacional e internacional de su universidad.
¿Cuántos de nuestros catedráticos o catedráticas superarían una evaluación hecha por pares internacionales de acuerdo con estos criterios? Pues bien, no tengo ningún reparo en decirlo: la mayoría de los catedráticos o catedráticas que campan en nuestro sistema universitario, no recibirían una evaluación positiva de acuerdo con estos criterios internacionales.
¿Cómo funciona esto en España? La única evaluación externa a la universidad contratante la hace la ANECA con la acreditación. Y es una evaluación puramente métrica, en la que se cuantifican méritos, que en la mayoría de las áreas de conocimiento más del 80% de los solicitantes consigue tarde o temprano. Es decir, que es un método de cualificación “de mínimos”, que permite que, con el pasar del tiempo, todo el mundo consiga alcanzar ese mínimo que exige la métrica. Se supone que es, consecuentemente, un umbral mínimo de calidad que cualquiera que quiera ser profesor permanente funcionario en nuestro sistema, debe alcanzar.  También se supone que es la comisión de selección nombrada al efecto (“el tribunal”), la que debe valorar los méritos de los candidatos presentados, a través de uno o varios ejercicios presenciales, donde se puede discutir con los candidatos y donde esa comisión, más allá de los papeles, de la métrica, debe discernir quién de los que se presenta cubre mejor las expectativas que deben esperarse de un catedrático.
Este proceso nos lleva a varias disfuncionalidades importantes. La primera es que la comisión en cuestión la forman catedráticos y catedráticas que fueron seleccionados por este mismo procedimiento, que no conocen otra manera de hacer las cosas. Y proceden, de forma compulsiva, a establecer por escrito una serie de méritos (basados en los mismos criterios o parecidos a los de la acreditación de la ANECA), que dan lugar a un resultado numérico que clasifica de forma automática a los concursantes. Y digo concursantes, teniendo en cuenta que, en muchas ocasiones, la mayoría, hablamos de un único concursante, que al haber sido acreditado por ANECA y haber pasado el umbral, ya puede hacer los ejercicios más desastrosos del mundo, que difícilmente se le negará el acceso a la cátedra. Otra disfuncionalidad que ocurre con frecuencia es que cuando hay más de un concursante, los miembros de la comisión presionan para que el peso de los méritos se ajuste de la mejor manera a “su candidato”. En cuanto haya una mayoría que presione en una dirección, ya no sería preciso ni siquiera celebrar el concurso, porque una vez que la métrica ordene a los concursantes, dará igual todo lo que ocurra en el supuesto debate con ellos, que lo hagan bien o mal, que los proyectos docente/investigador sean mejores o peores; ya que aquel que saque una décima por encima del que más saque, tendrá asegurada la plaza. Yo he presenciado concursos donde la plaza la ha conseguido la persona que tenía más “papers”, independientemente de su nula capacidad de comunicación, su escasa capacidad de liderazgo, su inexistente proyección internacional, sin haber creado nunca un grupo o escuela, etc, etc. Pero era el que sacaba la nota más alta en el sacrosanto baremo numérico establecido. Y si tenemos en cuenta que muchos engordan esa métrica simplemente pegándose a un buen grupo donde solo vegetando se engorda el currículo, las métricas son muy perversas y van en contra de los (las) que tienen que construirse a sí mismos. A este respecto escribí, ya hace muchos años una reflexión titulada “Sobre los parásitos científicos y las acreditaciones”.
Este perverso sistema, que además fomenta al máximo la peor de las endogamias, hace que nuestro cuerpo de catedráticos de universidad, en España, posiblemente sea el más mediocre, a la par que numeroso, de toda la Europa occidental. Hoy es muy fácil encontrar una comisión formada por cinco catedráticos y catedráticas, con muchísimos menos méritos (en el sentido Europeo) que muchos de los concursantes que se presentan. Esos catedráticos mediocres se amparan en la métrica para promover/defender “sus” candidatos por encima de cualquier otro argumento y hace que la bola de nieve de la mediocridad aumente de forma exponencial.
Si esto es así, ¿por qué no eliminamos las comisiones de selección, y directamente promovemos a catedrático aquel o aquella que venga con más nota desde la acreditación de ANECA? O directamente un administrativo de alto rango podría hacer los cálculos y promover al ganador. ¿Para qué hacer perder el tiempo a cinco personas muy ocupadas?
Es triste ver como generaciones de profesores aspiran a su promoción dedicando su tiempo y esfuerzo a engrosar sus métricas, olvidando que un catedrático es mucho más que una máquina de hacer “papers”. Pero no es culpa de los que aspiran a ser catedráticos, la culpa es del sistema, que es malicioso y está conduciendo a la situación que ya tenemos y que es muy difícil de revertir.
Creo que nos estamos equivocando. Degradando la figura de Catedrático estamos, además, degradando nuestro sistema universitario, que a vistas de sistemas donde impera la meritocracia, cae en la más absoluta humillación. Entiendo que en un sistema de extrema rigidez donde la única manera de ascender, con el tiempo, es el ascenso a catedrático, se utilice este ascenso para mejorar la situación económica. Pero no es asumible, en un mundo competitivo, que prácticamente el 100% de un colectivo alcance la máxima categoría de ese colectivo. Como no existe una empresa donde todos los directivos son CEOs, ni un hospital donde todos los trabajadores son jefes de servicio, ni un ejército donde todos los jefes son generales, salvo en el ejército de Pancho Villa. Y estamos transmitiendo que somos el ejército de Pancho Villa
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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