lunes, 13 de febrero de 2012

Más allá de la Educación Universitaria a Distancia, está su función social


Escribe: José Quintanal

La vida nunca se nos muestra con el rigor que presenta una moneda, que tiene dos caras perfectamente complementarias. No todo es blanco o negro. Lo que algunas veces resulta un hándicap, otras ocasiones supone una ventaja o un beneficio, si se sabe aprovechar. Y me estoy refiriendo a la Educación a Distancia, cuya mayor barrera es precisamente, salvar su distancia, sobre todo física, con respecto a los estudiantes, y mantener en la medida de lo posible, el nivel de oferta, medios y recursos que los pueda aproximar, mínimamente a las que tienen a su alcance los demás.


Pero como digo, no todo es negativo. A veces, la distancia, el aislamiento, la ruralidad de la institución universitaria, le permite a ésta, llevar a cabo una muy importante labor social. En primera persona lo conocí en mis tiempos de novel maestro (maestro-escuela, se le decía por aquellos lares), cuando la universidad me brindó la oportunidad de una formación superior, cuyo proceso me fue envolviendo de modo participativo en el desarrollo cultural de mi entorno cercano. Y no era ninguna excepción. Como yo, miles y miles de estudiantes, en todo el país, han podido acceder a la enseñanza superior, mediante procesos de aproximación cultural de la propia universidad. Su carácter “a distancia” es el billete que le permite llegar tan lejos, remotamente y contribuir de modo significativo al progreso de su entorno. Cada estudiante, un elemento dinamizador, perfectamente podía decirse. Gracias a esa implicación que tuvo mi querida UNED en los medios rurales, en el mundo del trabajo, en las comunidades en vías de desarrollo, el potencial humano se ha disparado, y sus egresados, hoy ya forman parte de cuadros de mando e intermedios, catapultados por su espíritu de trabajo y fruto de los medios que a su alcance dispuso un día esta universidad.


Este es un hecho que trasciende las propias fronteras, pues he podido comprobar que cada universidad a distancia, por el hecho de serlo, aprovechando su propia idiosincrasia, se vuelva como ninguna otra institución docente en el desarrollo social del medio, en virtud del compromiso que indefectiblemente adquieren sus estudiantes. En una visita reciente, a centros rurales, asociados a una universidad estatal latinoamericana, tuve el privilegio de constatar esa “labor” tan importante que, en la medida que es capaz de inculturizarse, la universidad aproxima su cultura y su ciencia a entornos deprivados, convertida así en agente regenerador que desarrolla una interesante labor social. En sus centros, estas instituciones cuentan con bibliotecas, recursos tecnológicos, materiales formativos, y de comunicación, y cuantas posibilidades se disponen hoy en día, en un centro formativo para conectarlo al mundo de la cultura y el saber. Esto es mucho, para poder intervenir en el contexto, y contribuir a su desarrollo. Pero además, se cuenta con un elemento más, quizá el más importante: personas implicadas. Los estudiantes de estos centros han salido de su propio seno, conocen como nadie sus necesidades, pues no en vano, las viven en primera persona, y están implicados, participando como nadie en su propio desarrollo; incluso, en algunos casos, llevan años trabajando por él, así que en el momento que cuentan con medios, se ponen en marcha con la mejor de las voluntades que es su compromiso personal.


De este modo, los Centros que en contextos sencillos están asociados a la universidad, transcienden su función formativa y desarrollan labores fundamentalmente educativas, con proyectos de mejora, inserción sociocultural, potenciación de valores, dignificación humana, inclusión, alfabetización,… desarrollo de primera clase, de calidad. Cultura no universitaria que convierte a la universidad en cultura de la vida.


Este es el mejor futuro que podemos auspiciar para la enseñanza superior a distancia: contribuir, significativamente, al progreso de los pueblos.
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