Sobre el peso de su estigma, la innovación ha sido empleada como término que define, como adjetivo que califica o como sustantivo que brinda autonomía. Bajo estos abordajes que la identifican primero, y concretan después, la innovación ha sido transformada en un concepto que incluye en su definición aquello a lo cual define, ya que en toda innovación existe necesariamente una hipótesis de transformación.
Es así como dos momentos pueden delimitar aquello que se asume como innovador: la introducción de algo nuevo y la producción de una mejora a partir de ello. Son estas las condiciones sine qua non que de entrada se exigen como requisitos para identificar a cualquier cambio como innovador. Sobra decir que sin ello ningún cambio, por coyuntural que sea, gozará de esta privilegiada condición.
A estas alturas es fácil identificar dos importantes adjetivos que suelen acompañar a la definición de innovación: nuevo y transformador. Sobre este particular, lo nuevo asume su relatividad al mostrar su doble acepción: lo que no se conoce bajo un contexto determinado (escuela, cuerpo académico, colectivo social, etc.) pero sí en otros, y lo que se muestra conocido a raíz de una invención (lo que nunca se había inventado y por ello nadie lo sabe o conoce). Por su parte, la condición de transformador es totalmente subjetiva, ya que es el sujeto (o grupo) el que determina si un cambio es transformador, o se trata simplemente de un ajuste a sus dinámicas de actuación y pensamiento, y lo que es más relevante, si estas conllevan una mejora sustancial. Dicho de otra manera, la transformación es vista como un avance en el discurrir evolutivo de los procesos naturales de las personas o los grupos, que ven así afectados (por ello y a partir de ello), sus hábitos, ritos y significados, y no como un giro radical bajo el que se violentan sus esquemas de convivencia, acción y pensamientos. En el primero de los casos se sume que la innovación es un proceso, en el segundo de ellos se cataloga como un producto.
Bajo estas reflexiones, cabe preguntarse si la introducción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) dentro de las dinámicas de trabajo institucionales reúnen las condiciones para ser clasificadas como estrategias transformadoras, toda vez que se da por hecho que en principio suponen un cambio novedoso, entendido como algo que se conoce por primera vez dentro de los planteles educativos donde se emplean, ya sea que recientemente se hayan introducido o bien mejorado en su calidad y volumen.
Resulta complejo discutir con pertinencia el papel que juegan las TIC en las dinámicas de trabajo académico, ya que de una u otro forma siempre se acepta que éstas mejoran con el adecuado uso de dichas tecnologías. Queda entonces por averiguar si esta mejora, que se asume de facto, es o no transformadora. La forma más directa y recomendable de saber cuál es su condición a este respecto es verificar si se encuentra asociada al sistema educativo del que forman parte, lo que implica considerar a la institución educativa, pero sobre todo a las personas, los procesos endógenos, sus interacciones casuales y causales, sus prácticas institucionales, vividas y ocultas, los problemas que de ello se derivan, etc., lo que en conjunto integran los componentes y normas del sistema.
Sin estas circunstancias como mediadoras es difícil entender cómo las TIC puedan lograr introducir cambios sustanciales al sistema, por lo que siempre es más sencillo situar el impacto de sus efectos transformadores en los productos que se esperan de ellas, la mayoría vinculados al proceso administrativo, por lo que muy raras veces se observa su impacto transformador en el quehacer educativo de los integrantes, es decir, en la práctica educativa de los maestros y estudiantes (en sus teorías, métodos, medios, sistemas, modelos, valores, patrones de conducta, etc.). A lo más que se aspira con esta visión reduccionista es a introducir tenues cambios en la práctica docente, todos ellos orientados a replantear el formato con el cual los maestros interactúan con los administradores educativos (reorganizan los procedimientos o modifican los existentes). Quienes así lo aceptan, demuestran su falta de actitud para la innovación educativa. A partir de aquí se justifica hablar de la subjetividad con la que se aborda la intención transformadora, en este caso para las TIC.
Desde estos escenarios, la innovación vista exclusivamente como algo novedoso solo es un pretexto para alimentar utopías y construir aforismos legitimadores. Bajo esta escenografía se certifica la permanencia de muchos maestros, quienes asumen que innovar es cambiar el pizarrón de madera por la pantalla de plasma, la lámina de papel por la plantilla electrónica, y el libro de texto por el documento digital. No se dan cuenta de que el simple cambio no implica transformación, por más que intenten aferrarse a la ilusión de aquello que se brinda novedoso y seductor a sus sentidos. Al final del día no se trata de mejorar lo que siempre se hace, sino de evolucionar hacia mejores estados, donde la realidad vigente sea transmutada por la intervención de quienes buscan mejorarla. Quienes así se conducen parecen ignorar que no existen falsas creencias, sino tan solo falsos creyentes, por lo que convierten a las Tecnologías de la Información y la Comunicación en los nuevos fetiches de su práctica educativa.
Mediante ellos pretenden exorcizar a los viejos demonios de la insuficiencia, el bajo rendimiento, la falta de vocación y de actitud para la enseñanza, ignorando que la innovación precisa de grandes dosis de actitud y aptitud, de estrategias rectoras y de sustratos teóricos que las expliquen y justifiquen como proceso, de una visión sistémica que alimente el ideario colectivo, pero sobre todo de hechos concretos que en una sucesión cronológica se acumulen fortaleciendo las aspiraciones ideológicas, cognitivas, éticas y afectivas de toda la comunidad académica. Desde estos baluartes todo puede ser posible la solución de problemas, la interacción social, la reorganización administrativa, la mejora docente, la toma de decisiones, e incluso, la tan olvidada investigación educativa. Así, y solo así, la innovación llegará a los planteles educativos para quedarse.
Artículo completo: Villarruel Fuentes, M. (2012). Innovar desde las tecnologías de la información y la comunicación. RIED. Revista Iberoamericana de Educación a Distancia, volumen 15, nº 1. [en línea] Disponible en: http://ried.utpl.edu.ec/?q=es/node/98
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