lunes, 2 de julio de 2018

¿Podemos estar sobrecualificados?

Escribe Javier Vidal

Uno de los temas más debatidos sobre la planificación universitaria es la necesidad de que exista una adecuada relación entre la oferta formativa de las universidades y la demanda del mercado de trabajo. Se asume que cualquier desajuste es perjudicial. Si hay una oferta excesiva se está produciendo, de alguna manera, un derroche de recursos (sean públicos o privados); si hay una oferta deficiente, se pondría en riesgo el adecuado funcionamiento de los puestos de trabajo que requieren personal con alguna cualificación específica y, con ello, el bienestar, productividad o competitividad de un país.
Ante un posible desajuste, hay dos opciones: corregir las demandas del mercado o modificar la oferta de las universidades. Se asume que el mercado “es como es” (que diría Perogrullo) aunque, en ocasiones, se intenta modificar lanzando mensajes del tipo “el mercado debería contratar más doctores”, con escaso impacto. Así que, solo queda la segunda opción: las universidades deben adecuar su oferta a las necesidades del mercado. Si hay mucha oferta, habrá que reducirla.
En primer lugar, debemos dejar claro que cuando se habla en este contexto de “cualificación” no nos referimos a las capacidades de un individuo. Nos referimos exclusivamente al nivel del título académico obtenido. Por lo tanto, para analizar el problema planteado, se compara el título adquirido en la universidad con el título demandado para conseguir un puesto de trabajo o para ejercerlo.
El tipo de ajuste también es de dos tipos. En la literatura académica se ha distinguido entre ajuste vertical y horizontal. El ajuste vertical es la relación adecuada entre el nivel del título y el nivel de título requerido en el trabajo. Un tipo de desajuste vertical es la sobrecualificación. Por ejemplo, un individuo que haya obtenido un título universitario y esté contratado para un puesto que solo se requiera el título de bachiller está sobrecualificado. Este es uno de los problemas principales.
La segunda opción es el ajuste horizontal, que es la relación adecuada entre el área académica del título y el área del puesto de trabajo. Es decir, un graduado en historia que esté trabajando en un banco podría tener este tipo de desajuste. Este ajuste, más difícil de analizar, esta afectado por muchas más variables y más complejas de entender. Entre ellas, las preferencias de los individuos por un trabajo menos ajustado laboralmente pero que permite llevar la vida personal que deseas. Por ejemplo, prefiero este puesto de trabajo porque no quiero moverme de ciudad. Así que este desajuste puede ser o no un problema para el individuo y la sociedad.
En general, es bueno ajustar la oferta a la demanda. Que una fábrica de coches deba ajustar su ritmo de producción a las demandas del mercado, es razonable y económicamente necesario.  Pero un titulado universitario no es un producto tan definido como un coche. Además de ser inteligente y tener deseos, el ser humano es mucho más flexible. En fin, se puede decir, si temor a exagerar, que un titulado universitario es un ser humano, con todo lo que eso conlleva. Por eso, considero que hablar de sobrecualificación implica una serie de presupuestos erróneos que pueden hacer que el planteamiento de la solución sea tremendamente dañino. Aunque tiene varias acepciones, el prefijo “sobre-“ tiene implicaciones negativas e indica el tipo de acciones correctoras. Puedes tener sobrepeso o sobrecarga de trabajo, y se resuelve reduciendo peso o reduciendo tareas: reducir es la solución. Esta es mi preocupación, que usar el término “sobrecualificación” parece implicar que debemos reducir la cualificación, en este caso, de las próximas generaciones.
Desde el punto de vista analítico, hemos mejorado, porque en su momento a este fenómeno se le llamo “sobreeducación”. Alguien se debió dar cuenta de que no era políticamente correcto decir de alguien que le sobra educación. Además, medir la educación o la formación, en general, es muy difícil, así que revisó el concepto para adoptar el término “sobrecualificación”. Pero creo que en el fondo el enfoque es el mismo: ¿para qué formarse más si no hay puestos de trabajo? La solución: reducir la oferta universitaria. Lo que implica: aunque alguien quiera estudiar, no va a encontrar dónde.
Como la única vía es la de modificar la oferta, hablamos de “sobrecualificación” en lugar de “infracontratación”. ¿Y si este fuese el único problema, es decir, que no hay puestos de trabajo cualificados? ¿Es posible que a alguien le sobren competencias, conocimientos, habilidades, …? ¿Debemos planificar para detener los procesos de formación cuando detectemos que el mercado no necesita tanto? ¿Asumimos que la formación que se recibe en las universidades sirve solo para ejercer un empleo o nos creemos que estamos preparando a ciudadanos para vivir y convivir pacíficamente en sociedad? A veces, el necesario análisis con lupa de los problemas nos hace perder el objetivo principal.
La estructura cíclica de los títulos de educación superior está diseñada para abordar este problema: un primer nivel (bachelor o grado) que permita ejercer una profesión general y un segundo nivel (máster) que permita especializarse en poco tiempo en algún campo con mayores y mejores posibilidades profesionales. ¿Estamos diseñando los programas de formación con estos objetivos?
Llegamos ya a la respuesta a la pregunta del título. No creo posible que podamos estar sobre cualificados, aunque nuestra situación sea tener un puesto de trabajo en donde no use todas las capacidades que el sistema educativo me ha ayudado a adquirir. En mi opinión, la educación, formación o cualificación no sobra nunca. Puede no ser útil o necesaria en un momento determinado, pero podría ser muy necesaria en momentos posteriores, incluso fuera del ámbito laboral. La frustración actual de las personas que tienen diversos títulos y no encuentran trabajos adecuados no se resuelve haciendo que las generaciones próximas tengan menos oportunidades de formarse.  Si necesitamos innovar, buscar soluciones nuevas a nuestros problemas como sociedad, no lo haremos reduciendo el nivel de cualificación de nuestros ciudadanos. Lo haremos aprovechando el potencial que ese nivel de formación nos da. Pero esto hay que creérselo, porque requiere décadas de inversiones mantenidas en educación e investigación, independientemente de los vaivenes de programas políticos y ciclos económicos.
Una última reflexión. Si reducimos la sobrecualificación, ¿qué grupos sociales creéis que serán los que tengan más difícil acceder a la Educación Superior? Sociedades justas, formadas y cultas: ese es el gran objetivo.
Tomado de Studia XXI con permiso de sus editores

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