miércoles, 12 de febrero de 2020

¿Qué deparará la década de los 20 a las universidades?

Escribe María Antonia García Benau

Comenzamos la década de los 20 del siglo XXI e, inevitablemente, nos vienen a la memoria “los años 20” del siglo pasado. Aquellos fueron tiempos realmente convulsos, que comenzaron instaurando el voto femenino en Estados Unidos y acabaron con la tremenda caída del mercado de valores estadounidense, el famoso “Jueves Negro” (seguido por un lunes y un martes) y que dio lugar al conocido crack del 29 o la Gran Depresión. Entre medias, en España, bajo la dictadura de Primo de Rivera, cosas relevantes, como las pinturas de Picasso o Dalí, y curiosas, como la moda femenina y la estética, sin olvidar que, a finales de la década, las revueltas estudiantiles, apoyadas por los intelectuales, contribuyeron a la decadencia del régimen monárquico.
En las universidades españolas, una década antes, en 1910, se produjo un hecho fundamental que supuso un gran paso hacia la igualdad, como fue el inicio del libre ingreso de las mujeres en las universidades. Esta etapa, no exenta de dificultades y con una cuestionable aceptación social, supuso en la década de los 20 una pequeña consolidación de la presencia femenina en las aulas, que no llegaría a adquirir un verdadero sentido de igualdad hasta décadas posteriores.
Todos estos hechos, y otros también muy relevantes en el mundo de la política y la cultura, están en la mente de todos nosotros, y un siglo después siguen vivos en nuestros recuerdos.
Ahora estamos en 2020 y los retos de la sociedad y de las universidades son bastantes diferentes. Por ello, en este post me gustaría resaltar algunos aspectos que me parecen fundamentales para afrontarlos. Concretamente, me referiré a tres de ellos, dada la extensión lógica que debe tener un comentario de esta naturaleza.
El primero de ellos hace referencia a las Universidades Europeas. Me refiero a la importancia de impulsar esta iniciativa de la Comisión Europea de trabajar en un marco de redes de interconexión, poniendo en común plataformas, recursos, prácticas y experiencias, que permitan trabajar sobre planes de estudio o módulos concretos, sobre modelos de aprendizaje, de gestión y de cooperación, en un marco que refuerza la identidad europea. Esta iniciativa, que da ahora sus primeros pasos, supone un hito más, en pro de la internacionalización de las universidades, en la que la movilidad pasa a ser mucho más ágil tanto para estudiantes como para profesores y supone un nuevo avance sobre iniciativas ya consolidadas como los programas Erasmus.
Los efectos que este proyecto tendrá sobre el empleo de nuestros estudiantes aún están por ver, pero un mayor reconocimiento de los títulos universitarios, con mayores períodos de estancias en el extranjero, con un claro avance en el aprendizaje de otros idiomas y el fortalecimiento de la identidad europea, parecen valores que ejercerán una importante presión sobre la creación de empleo de los estudiantes universitarios.
El segundo de ellos es la contribución de las universidades a la Agenda 2030, en el marco de un renovado concepto de responsabilidad social universitaria. En esta década hay que trabajar por un modelo universitario más adaptado a la sociedad, y más comprometido con el planeta. El papel activo de las universidades con la consecución de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) debe definir las políticas universitarias, especialmente en lo que se refiere a la consecución del ODS 4, Educación de calidad, vinculado a nuestra labor de formación, y a los ODS 2, 3, 7, 9, 12 y 14, que abordan el hambre, la salud, la no contaminación, la innovación, la producción y la vida submarina, objetivos más vinculados a la investigación.
La Agenda 2030 interpela también a las universidades para que participen en este nuevo proyecto colectivo.
En el nuevo gobierno que acaba de arrancar, la Agenda 2030 aparece como un pilar fundamental y estratégico; esto supone que van a dedicarse muchos esfuerzos y recursos a su consecución. No obstante, no basta con la labor de los gobiernos, ya que alcanzar los ODS requiere el esfuerzo de todos y a todos los niveles; esfuerzo de las universidades, esfuerzo de las empresas e instituciones y esfuerzos de la ciudadanía.
El tercero de ellos se refiere a cuestiones más internas de las universidades, como son la necesidad de crear marcos normativos que permitan fortalecer la autonomía universitaria y facilitar una mayor heterogeneidad en el sistema universitario español. Lógicamente, esto va tremendamente unido a la necesidad de mejorar los sistemas de gobernanza y de financiación. Soy consciente de la dificultad de estos desafíos, pero no podemos ir dejándolos pasar década tras década. Una mayor autonomía universitaria exige un sistema de gobernanza distinto al actual. Ello requiere que, sin pudor, debamos ser capaces de poner en la balanza los aspectos positivos y negativos del modelo actual, y evaluar los cambios que nos llevarían a un modelo de universidad más acorde con lo que serán los empleos del futuro, para los que debemos formar a nuestros estudiantes. En este sentido, quiero subrayar la importancia de que se mire al futuro en cuanto a la preparación de los estudiantes para un mercado de trabajo cambiante y se abandone la inercia del pasado. El tema de la financiación requiere que las universidades puedan contar con los recursos necesarios para llevar a cabo esos objetivos, que miran al futuro y no solamente al curso actual. Y, por supuesto, pongamos en el lugar que se merece la accountability (rendición de cuentas), con la que las universidades devolverán a la sociedad parte de los recursos que de ella recibe, mostrando su eficiencia y eficacia en la utilización de los mismos.
Estrenamos década también con la creación de un nuevo Ministerio de Universidades. Aprovechémoslo y empujemos todos en el mismo sentido, porque esta década puede ser de gran importancia para la modernización de las universidades españolas.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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