En un post anterior criticaba el método de la lección magistral como estrategia docente habitual en nuestras aulas universitarias, más allá de valorar algunas de sus hipotéticas ventajas cuando se imparte bien y por docentes competentes en esa metodología. Pero, claro, para una lección magistral considerada como tal, se precisa de un docente, de un espacio y de los que acuden a escuchar (participar) tal lección. Pero, ¿qué sucede cuando se prescinde de esa relación presencial docente-estudiantes?
Muchos de aquellos que atacaban la lección magistral y se fueron subiendo al carro de lo nuevo, porque ya no se hacía preciso hablar en directo para 50-100 alumnos a la vez, vinieron a reproducir los vicios criticados de las artes propias de una mala lección magistral en formato presencial, mostrando un texto monocorde (aunque dentro del mismo existiese excelente contenido), monocolor y con un enfoque escasamente pedagógico y, por tanto, de dificultosa aprehensión por parte del lector.
De ahí surgió el que muchos teóricos de la educación a distancia nos esforzáramos por trabajar, con el fin de no calcar los vicios criticados de aquellas negativas lecciones magistrales presenciales. Por tanto, se era consciente (al menos yo lo era) de que una buena lección magistral podría tener efectos positivos en el aprendizaje de los estudiantes. Así, quienes estudiamos estos temas, desde la literatura científica de carácter psicopedagógico, deseábamos trasladar a los materiales didácticos para la EaD esas técnicas que valorábamos en ese excelente profesor que impartía magníficas lecciones magistrales.
Así, surgió numerosa literatura científica y de divulgación, ofreciendo técnicas y estrategias didácticas apropiadas para la elaboración de materiales escritos, en aquella iniciática educación a distancia, que supusiesen un calco o, en el mejor de los casos, superasen los efectos de unas excelentes lecciones magistrales. Para ello se elaboraron manuales, se realizaron estudios, se ofrecieron técnicas, etc., para cómo diseñar y producir buenos temas, unidades didácticas y, sobre todo, unas apropiadas guías didácticas, guías docentes o guías de estudio. Aunque desde los años 80 del pasado siglo personalmente escribí sobre estos temas, en este mismo Blog, recopilé en su momento algunas pinceladas para la estructura y elaboración de una buena
Guía didáctica. Sin embargo, sería la estructura o esquema de un tema o unidad lo que mejor nos serviría para “copiar” lo que venimos diciendo respecto a la buena lección magistral. En un probable próximo post abordaré esa concreción.
¿Cuánta reproducción en materiales para la EaD de aquellas criticadas prácticas?: textos escritos que imaginan a un busto parlante de profesor en un aula presencial, que no se mueve de la mesa, de su estrado o pizarrón, que no estimula, que no gesticula mínimamente, que no modula intermitentemente su tono y volumen de voz, que no acompaña su voz de otros recursos, que no detiene la exposición para comprobar el nivel de comprensión de sus estudiantes, que no estructura con sentido pedagógico su exposición, etc.
Esos eran los malos materiales de aquella educación a distancia de corte más convencional, aquella que soportaba casi todos los contenidos en textos impresos. Pero lo peor vino después. ¡Ahora sí que íbamos a ser modernos!
Llegaba Internet y nos burlábamos de aquellas aulas presenciales que se limitaban a reproducir conocimiento a través de insoportables lecciones magistrales. Ya la presencia no era necesaria, pero además, cada vez iban a ser menos necesarios aquellos primeros textos impresos para la educación a distancia. La red iba a proporcionar una educación moderna.
¿Y qué sucedió?, pues que sí, que se empezaban a trazar nuevos enfoques educativos basados en la red, en los sistemas digitales de enseñanza y aprendizaje. Pero lo peor era que en gran número de experiencias de esta “nueva” educación a distancia, se copiaba lo peor de la deficiente enseñanza presencial y de la mala educación a distancia tradicional. Es decir, se seguían impartiendo ¡lecciones magistrales! pero por Internet. ¿Cuánto pdf escrito de aquella manera que antes les refería?, ¿cuántos vídeos que calcaban milimétricamente los defectos de esa criticada lección magistral?, ¿cuánta relación distante y fría como la de aquel profesor presencial distante y frío?, ¿cuanta reproducción, en fin, de conocimientos escritos que posteriormente se nos exigiría que memorizásemos y reprodujésemos?
De tal manera, educación a distancia, educación virtual, en línea, e-learning…, sí, pero calcando los vicios de la peor educación presencial y mera reproductora de contenidos, ¡pues vaya negocio! Seguiremos.
Escribe: Lorenzo García Aretio