martes, 6 de octubre de 2020

¿Merece la pena hacer el doctorado en España?

 Escribe José Manuel Torralba

¿Merece la pena hacer el doctorado en España? Esta es una pregunta recurrente sobre todo en ámbitos académicos.

La carrera investigadora en España es dura, incierta, sometida a vaivenes, infra-financiada, infravalorada, insegura… La sensación de congelación de plazas en el sistema público es opresiva y la falta de interés por los doctores del sector industrial, preocupante. La senda para hacer carrera académica, además, es tortuosa y no asegura en ningún caso que, realizado el esfuerzo oportuno, se consiga llegar a una estabilización profesional.

En esta entrada analizo una serie de datos y aspectos estructurales del sistema universitario que nos permiten dar respuesta a este interrogante.

El número de doctores en España y su grado de vinculación

Comencemos analizando algunos números: en España, en el año 2017, había 71,5 mil estudiantes de doctorado.

¿Son muchos? Son menos que los 198,3 mil de Alemania o los 112,3 mil del Reino Unido, pero más que los 66,9 mil de Francia o los 27 mil de Italia (Figura 1). Por otro lado, es de reseñar que España es uno de los países en los que hay más equilibrio entre hombres y mujeres que hacen el doctorado.

Figura 1. Número de estudiantes de doctorado (por sexo) (2017)

En cuanto a los aspectos «cualitativos», en la figura 2 se puede comparar el número de investigadores a jornada completa por país. Si bien es cierto que formamos muchos doctores, un aspecto reseñable es que en otros países emplean en tareas investigadoras a muchas más personas con otros perfiles.

doctorado España y otros países investigación jornada completa

Figura 2. Numero de investigadores a jornada completa por país (2007 y 2017)

Y, si además nos fijamos en la figura 3, comprobamos que, en España, la mayoría de investigadores está en el sector público. Sin embargo, en países con un sistema de I+D+i robusto, como Suecia, Dinamarca, Holanda, Reino Unido, Francia o Alemania, la mayoría de investigadores están empleados en el sector privado.

Figura 3. Investigadores por sector (2017)

Todo lo anterior es coherente con el hecho de que, tal y como se reporta año tras año en el informe COTEC, España no es uno de los países que lidere la innovación en Europa y, además, el sector privado se involucra menos que los países líderes en contribuir a la inversión en I+D.

Podríamos resumir estos tres datos de forma conjunta en que en España se forman doctores suficientes, que forman parte casi en su totalidad de lo que llamamos “personal investigador” del país, y que, en un porcentaje elevado, trabajan en el sector público.

Los doctores y el sector privado: ¿condenados a entenderse?

El número de doctores empleados en el sector privado es un indicador que se tiene en cuenta a la hora de medir cualquier índice de innovación, y ese número en España es muy bajo.

Si el sector privado se involucrara y apostara por la I+D+i, contrataría muchos doctores e incrementaría la inversión en I+D+i que permitiría acercarnos a ese 2% del PIB que llevamos décadas persiguiendo; e, incluso, nos podría aproximar a ese 3% de países realmente innovadores. Por su parte, un mayor número de doctores en la industria aumentaría la capacidad de ésta para hacer y desarrollar innovación.

En ese sentido, lo que sostengo es que no necesitamos menos doctores. Necesitamos que nuestra industria, tal y como ocurre en Europa, contrate más doctores.

Lo cierto es que las cifras de doctores en el sector privado son preocupantes y todavía más si consideramos el grado de preparación de estas personas y todo lo que podrían aportar a las empresas. A continuación y sin ánimo de ser exhaustivo, señalamos algunas de las características que, teóricamente, les son propias, pensando sobre todo en doctorandos de áreas científicas.

  1. El doctorado es un periodo formativo que permite a aquellos que lo superen poder desarrollar, de forma autónoma, una actividad innovadora. Una persona que hace un doctorado, además de formarse y especializarse en una rama del saber en la que deberá aportar nuevos conocimientos, adquirirá destrezas en el uso de equipamiento avanzado (en doctorados experimentales), sabrá como manejar, clasificar y depurar información de bases de datos y, en todo caso, sabrá cómo estructurar un proyecto de innovación/investigación.
  2. En cuanto a eso que llaman habilidades blandas, tendrá que haber desarrollado cualidades para expresar, resumir, sintetizar ideas y cómo plasmarlas por escrito (y en muchos casos en inglés). A lo largo del doctorado habrá preparado y realizado diversas presentaciones (en congresos, en su grupo de investigación, en reuniones con empresas…), por lo que sus habilidades de comunicación serán muy superiores a las de un graduado o un master.
  3. Además, de forma necesaria, habrá trabajado en colaboración con otros doctorandos o doctores de su propio centro o de otros con los que se colabore, porque la mayoría de la financiación de la investigación es colaborativa e internacional. Como diríamos en inglés last but not least, habrá superado y resuelto, la mayoría de las veces en solitario, numerosos problemas: suministros de material, reparaciones de equipos, problemas logísticos en el uso de equipos, discrepancias con su supervisor, entre otros.

Por todo lo anterior, no se termina de comprender por qué el sector privado español no hace una mayor inversión en intentar contratar doctores. 

La importancia de los equipos de investigación y de la dirección de tesis

El caso del sector privado no es el único que debe preocuparnos.  La decisión de hacer un doctorado debe hacerse con mucho cuidado.

Muchos candidatos a doctor entran en programas de doctorado sin apenas conocer dónde se meten.

Si cuando alguien se presenta a una posición en una empresa normalmente se informa de la solvencia de la empresa, el futuro doctorando debiera hacer lo mismo acerca del grupo en el que va a integrarse. No todos los grupos tienen una financiación relativamente estable (en España esto es habitual), con relaciones nacionales e internacionales consolidadas con otros grupos de referencia y que permiten intercambios de todo tipo. No en todos los grupos existe un ambiente saludable y no todos los supervisores están capacitados para dirigir una tesis.

Afortunadamente, cada vez más “IPs” siguen buenas prácticas y ya existen grupos en España que trabajan en unas condiciones que permiten un desarrollo formativo sano y “de valor”, con proyección internacional (e industrial en muchos casos) que, a su vez, permite una empleabilidad importante y eficiente.

En la figura 4 se analiza la salida profesional de 55 estudiantes formados como doctores en un grupo de investigación español. El grupo está ubicado en una escuela de ingeniería y realiza lo que podríamos considerar como investigación aplicada.

 

Muchos más de la mitad alcanzan una posición estable y permanente en un periodo de tiempo razonable. Un porcentaje significativo alcanza, lo que podríamos llamar, la posición más alta alcanzable, tanto si está en la empresa como en la academia. Y un número considerable lo consigue en el ámbito industrial.

Existen muchos grupos en España con un perfil de “colocación” parecido a este. Si el grupo es más “básico”, hay menos salidas en la empresa, pero se producen carreras exitosas en un porcentaje similar. Son grupos con financiación estable (en un porcentaje muy alto competitiva e internacional), con relaciones internacionales sólidas y con un funcionamiento que nada envidia al de una empresa eficaz.

¡Merece la pena ser doctor!

La formación de un doctor requiere de unos recursos cuantiosos. En EE.UU., calculando una inversión media de más de 500.000 euros por la formación de un doctor (sin considerar muchos intangibles), consideran que la principal fuente de financiación de la I+D+i del país son los miles de doctores que importan cada año “gratis”de entre los mejores doctores del mundo.

En España malogramos estos recursos porque somos “exportadores” de doctores. Muchas veces, nuestros mejores doctores buscan sistemas más prometedores para hacer una carrera científica o empresarial. Nuestras empresas aún no han descubierto el valor que tiene contratar un doctor (que, por cierto, es una formación que también les sale gratis, si no tuviéramos en cuenta los impuestos), que es una persona con una formación transversal incalculable, más allá de su formación específica en un campo de conocimiento.

Dicho todo esto, sigo sosteniendo que sí, que merece la pena hacer un doctorado en España, hoy. Pero puede merecer mucho más la pena si hacemos, entre todos, algunos deberes:

  • Debemos perseguir las malas prácticas en la formación de doctores, incluyendo las que se producen en la dirección de una tesis por parte de un supervisor incapacitado para ello. Para ello, debieran establecerse mecanismos de control de los programas y de los supervisores, más allá de los indicadores abstractos que se imponen en los programas de calidad. Esto merecería un artículo completo que dejo para un próximo post.
  • Se deberían publicitar los lugares y los supervisores que hacen bien las cosas, para que aquellos que sienten la vocación del doctorado, puedan elegir los mejores sitios, departamentos, grupos de investigación.
  • Debemos trabajar para que se reconozca el valor del doctorado en la administración pública. Es impresentable que el título de doctor apenas valga nada en cualquier oposición fuera del ámbito académico. Y desde luego ese valor se debe reconocer, también, a través de un salario superior al de un graduado/master.
  • Hay que trabajar, y mucho, para seguir intentando que nuestras empresas entiendan que un doctor en su plantilla es el mejor camino hacia la innovación, y que el valor de un doctor va mucho más allá del título de su tesis.

Es escandaloso el porcentaje de doctores empleados en la industria en comparación con países de nuestro entorno económico.

Y termino con una tarea más coyuntural. España, hoy, tiene una diáspora insostenible de doctores en el mundo. Por un lado, es bueno, porque nos ayuda a mejorar nuestras relaciones científicas a nivel internacional. Pero es nefasto para nuestra salud científica como país.

Nuestros mejores doctores debieran estar en nuestras universidades y centros de investigación, en nuestras empresas. Nuestro país debiera hacer un gran esfuerzo para retornar todo ese talento que está engrandeciendo nuestra competencia y haciéndonos menos competitivos (tanto en ciencia como en desarrollo tecnológico).

Es algo difícil, si no se modifican muchas estructuras de estabilización en el sistema y se acaba con la endogamia en el mundo académico y con los prejuicios en el mundo empresarial.

En resumen, merece la pena, en tanto en cuanto se apueste decididamente por la formación del talento y su aprovechamiento.

Pero hay que empezar cuanto antes, que ya vamos tarde.

Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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