Escribe José Blas García Pérez
El concepto de enseñar mucho como idea de cumplir con holgura los currículos nos ha introducido en una espiral donde “lo más” sustituye a “lo bueno”. Yo me he decidió a salir de esta rutina e intentar dotar a mis alumnos de herramientas que les ayuden a aprender mejor.
Aprender mejor para aprender más.
VEO
Observaba hace unos días esta imagen en INED21.
Otra de los magníficos textos recuadrados que el magazine resalta y que
siempre leo con la sana doble intención de racionalizarlos e
incorporarlos, una vez ajustados, en mi esquema de pensamientos
profesionales.
Es absolutamente cierto. Lo comento
frecuentemente con mis allegados y lo escribo recurrentemente en mi
blog, a modo de terapia: la evolución que cualquier alumno
realiza desde infantil (pasando por primaria y secundaria obligatoria)
hasta llegar a bachillerato es inversamente proporcional al interés por
aprender y directamente proporcional a deseo de finalizar estas etapas
educativas. Una rutina que expulsa a los alumnos de las aulas y
que convierte la idea abandonar el aprendizaje en la gran aspiración de
cualquier estudiante.
No soy nada ortodoxo y no he hecho nunca
una investigación longitudinal sobre el tema. Pero sí he acumulado
suficientes evidencias cualitativas al respecto a través de estudiantes
que he tenido a mi alrededor.
PIENSO
Para
reflexionar sobre el tema simplemente tenemos que observar la evolución
en torno a tres elementos (imaginación, curiosidad y creatividad) y ver
como la “escuela va aniquilando a las tres”. Nunca agradeceremos lo
suficiente a Sir Ken Robinson que haya sido capaz de delatar
públicamente tales asesinatos.
Con este tema mi razón y mi corazón
de maestro me insiste en la necesidad de corregir los errores que
estamos cometiendo, día tras día, en la enseñanza y de los que es
necesario salir: «O le damos la vuelta como un calcetín a esto de la Escuela y la Educación o seguiremos haciendo “el indio”» escribía, hace unos días, Manuel Jesús Fernández Naranjo
en estas mismas páginas, como grito desesperado ante la impotencia de
ver cómo el síndrome de Lampedusa (que todo cambie para que todo siga
igual) campa a sus anchas.
“Yo explico, tú haces ejercicios y luego te examinas… y a ser posible NO hables NI te muevas mucho”.
Con estas palabras comentaba Domi Mudarra a @balhisay en e-aprendizaje,
la manera en la que vivió dos cursos tras la incorporación a una
tutoría de primaria, tras muchos años de profesora de educación física,
guiados por los libros de texto y una metodología tradicional, hasta que
dijo: ¡basta!
El cambio de paradigma educativo es algo más que la permuta metodológica. Se trata de un cambio filosófico: El conocimiento no existe fuera de la conciencia humana.
El conocimiento no está en los libros de
texto. Quizás sí la información ordenada, aséptica, culturalmente
correcta y adecuada. ¿Es eso lo que queremos? eliminar la capacidad
crítica, anular la iniciativa, acomodarnos al “placebo del conocimiento
enlatado”? La metodología transmisora es un regalo envenenado al que nos han inducido las editoriales de libros de texto: no es necesario que trabajes,… nosotros lo hacemos por ti; tampoco es necesario que tus alumnos piensen pues todo lo que necesitan saber está en nuestros libros de texto.
Al memorizar, igualamos falsamente el
“aprendizaje” a la “memoria cortoplacista”: el conocimiento no se
demuestra en un examen de preguntas y respuestas fácticas, respondiendo
rápidamente a un hecho, dato o definición. Esencialmente estas preguntas
son inútiles porque se trata de cuestiones con respuestas únicas, que
convierten el aprendizaje en conocimiento inerte, estático, finalista y unidireccional.
Este tipo de preguntas eliminan la posibilidad de aprender cosas más
interesantes que fluyen por el aula cuando enseñamos al revés, y
conseguimos aprendizajes dinámicos, que se abren hacia nuevos retos y
que aparecen a través de variedad de imágenes y posibilidades.
Se trata convertir el aula en un espacio
de intercambios simbióticos y apasionados y el aprendizaje en un
elemento motivador basado en el desafío y la actividad mental constante,
distanciado de la monotonía de la recitación y la saciación por
repetición.
ME PREGUNTO
Qué prefiero, ¿enseñar mucho o que mis alumnos aprendan mejor?
La
escuela padece de estrés curricular. Uno de los problemas es que
tenemos prisa. Una prisa inducida por la presión que ejerce la necesidad
de finalización de programas y las exigencias de mínimos curriculares
para el curso siguiente. Un estrés derivado de la idea bancaria del
aprendizaje en la que cada imposición es a “plazo fijo”, un préstamo
“contra diploma”, un depósito en compartimentos estancos sin posibilidad
de comunicación.
Me pregunto si esa presión nos ha hecho
romper la necesaria narrativa de la educación, la estructura literaria
del aprendizaje, el fondo artístico del conocimiento. Me cuestiono si
tanta economía en educación nos ha llevado a recortar de lo esencial y
hemos convertido en dogma educativo la frase “vamos al grano“.
LAS DUDAS
Quizás
aprender a debatir, a trabajar con otros, a analizar datos y hechos, a
diferenciar distintos puntos de vista, a ser críticos, a relacionar
conceptos, a prever necesidades… en definitiva a transformar la
información en conocimiento, es proceso que se nos antoja demasiado
lento para los tiempos que corren.
Quizás
la solución es la que hacemos los docentes: tomar las riendas del aula,
cabalgar al ritmo del inexistente alumno medio y centrar toda la
enseñanza en el currículo, en las asignaturas.
Quizás el error está en olvidarnos del alumnado, el cual, absorto como OSNI
en la primera fila, se siente tan lejos de lo que ocurre en el aula
que, en su fuero más intimo, solo desea que finalicen las clases y huir.
Quizás otra escuela no es fácil, pero sí posible.
Tomado de INED 21 con permiso de su autor
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