Escribe Pablo Rodríguez Universidad de California, Berkeley (Tomado de Universidad, si)
La transferencia del conocimiento es una función imprescindible de nuestras universidades. En los últimos años, muchos medios de comunicación, así como docentes e investigadores universitarios, se han referido a esta función como una de las tres misiones de la universidad, junto a la docencia y a la investigación. Estos discursos se han centrado, en la mayoría de las ocasiones, en la transferencia de conocimiento a las empresas, y en la importancia de ésta para el desarrollo económico, el avance científico-tecnológico y el incremento de la productividad y de la competitividad. De hecho, las Oficinas de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI), creadas recientemente, focalizan sus esfuerzos en la relación de la universidad con el entorno empresarial. Pero, ¿se reduce la transferencia de conocimiento a la relación universidad-empresa?, ¿es realmente la transferencia de conocimiento la tercera misión de la universidad?
Reducir la transferencia del conocimiento a la relación universidad-empresa puede conllevar el aislamiento de la universidad dentro de la sociedad en el tejido empresarial, corriendo el riesgo de que la universidad se conciba como una empresa más dentro del sistema productivo, sometiéndola a las reglas de competitividad y crecimiento (como ya nos avisó J. M. Ripalda en su ensayo “La universidad con condiciones”). El número de patentes y licencias conseguidas por las universidades y grupos de investigación suelen usarse como indicadores del desempeño de la función de transferencia, lo cual ensalza el conocimiento científico-tecnológico con valor mercantil y, consecuentemente, sitúa a las universidades politécnicas como las líderes en transferencia (Aldás et al. 2016). Esto coloca en un segundo plano al resto de los resultados de la actividad docente e investigadora de nuestras universidades y su transferencia a otros actores de la sociedad hasta el punto de poner estas actividades en peligro. Además, aunque no es el objetivo de este post adentrarse en los entresijos de la relación universidad-empresa, debemos tener presente que el fin último de la empresa privada es la generación de beneficios para sus propietarios o accionistas, mientras que a otras entidades, como organismos gubernamentales y empresas públicas, podemos presuponerles la misión de la búsqueda del bien común de la sociedad.
Pero, ¿cuáles son esas otras entidades que pueden (o deben) incorporar a su actividad el conocimiento derivado de las universidades? La administración pública es una de ellas, aunque no la única. De hecho, científicos de todo el mundo se manifestaron el pasado 22 de abril en la March for Science para exigir a sus gobiernos la adopción de políticas públicas basadas en evidencia científica. Por ejemplo, las políticas públicas referidas a cambio climático deben incorporar el conocimiento científico actual en la materia para alcanzar de forma eficiente y eficaz los objetivos que se planteen, al igual que las políticas en materia de educación, urbanismo o cualquier otro ámbito. Una encuesta relativamente reciente (descargable aquí) nos muestra que la mayoría de los miembros de la comunidad universitaria española (estudiantes, PDI y PAS) considera que la universidad debe intensificar sus relaciones con las universidades españolas y extranjeras, la administración pública y el gobierno, las empresas, y las ONGs y asociaciones voluntarias. Además, a parte de la transferencia del conocimiento para que pueda ser aplicado por los diversos agentes sociales, las universidades deben divulgar los resultados de su actividad al público general. El desempeño de esta función de divulgación ha mejorado tras la creación de las Unidades de Cultura Científica y de la Innovación (UCC+I). Por lo tanto, podemos concluir que la transferencia de conocimiento debe englobar a todos los actores de la sociedad, incluyendo a las empresas, pero sin reducirse a las mismas, y la divulgación al público general.
El paradigma de la transferencia nos ofrece un modelo principalmente basado en una comunicación unidireccional (si bien, en algunas ocasiones ésta se presenta en un marco de colaboración). Bajo este modelo, la universidad es el emisor del mensaje, y el resto de la sociedad su receptor activo, que debe actuar incorporando el mensaje recibido. Pero, ¿no debe la universidad actuar también como receptor en este proceso comunicativo? La comunicación de la universidad con el resto de actores de la sociedad no puede ser unidireccional, sino bidireccional, o mejor dicho, multidireccional. Los docentes e investigadores deben ser capaces de descifrar los problemas de las sociedades contemporáneas para poder así redefinir su actividad académica. Es decir, una de las tareas de la universidad es la de orientar su actividad docente e investigadora (al menos en parte) hacia la búsqueda de soluciones a los problemas de la sociedad regional y global, como aquellos concernientes a los derechos humanos, el medio ambiente, la igualdad de género y la justicia social y económica entre los pueblos.
Esto no significa que toda actividad académica deba estar enfocada a la resolución de problemas concretos o a satisfacer necesidades manifiestas por parte de las sociedades humanas. La investigación básica sobre, por ejemplo, la historia natural de una especie de pez endémico del sureste peninsular o sobre los lienzos de la Anunciación de la Sala Capitular de la Catedral de Santiago, si es transferida a la administración pública, podría ayudar a mejorar la gestión de nuestro patrimonio natural y artístico. E independientemente de si los resultados de estas investigaciones tienen una aplicabilidad presente o futura, su transferencia efectiva a docentes (de dentro y fuera de la universidad), alumnado y público general, derivaría en el desarrollo cultural de nuestra sociedad.
Por lo tanto, la tercera misión de la universidad, más que la transferencia del conocimiento, englobaría todos los aspectos relacionados con su compromiso con la sociedad, como muchos autores han defendido y a lo que algunos han denominado Extensión Universitaria (Tiana 1997). A través de su misión social, la universidad debe trasmitir a la sociedad los resultados de la investigación y docencia y, al mismo tiempo, a partir de su conocimiento de la sociedad y su integración en la misma, debe reformular coherentemente su actividad docente e investigadora.
En este sentido, cómo la docencia universitaria debe contribuir a la mejora de nuestra sociedad no es una cuestión baladí. Uno de los retos pendientes de nuestra universidad es la educación en valores como parte de la formación integral de los estudiantes (Elexpuru Albizuri et al. 2013), para que estos se desarrollen tanto como profesionales competentes como ciudadanos comprometidos con la mejora de la sociedad. Si bien, la misma encuesta nombrada anteriormente (ver aquí) nos muestra que la comunidad universitaria española parece tener claro que la máxima prioridad de la universidad debe ser la formación de buenos profesionales, mientras que la formación de buenos ciudadanos no es reconocida como una de las principales funciones de la universidad. Con el permiso del lector, no me entretendré a analizar esta dualidad, pero otras firmas del blog ya han escrito sobre ello (ver aquí y aquí).
Para concluir, me gustaría invitar al lector a formar parte de la siguiente reflexión: ¿debemos llamar al compromiso social de la universidad la tercera misión?, ¿esta denominación implica que la misión social de la universidad es menos importante que la docencia y la investigación? Los estatutos de la Universidad Autónoma de Madrid (disponibles aquí) o la visión de la University of Oxford (ver aquí) nos invitan a una lectura diferente. Estas y otras universidades presentan su compromiso con la sociedad no como la tercera misión, sino como el marco posible que engloba las misiones de docencia e investigación. De esta forma, las actividades de docencia y de investigación de la universidad estarían supeditadas a la misión social, estando éticamente orientadas a la mejora de la sociedad regional y global.
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