Escribe Carlos Magro
Educar es un acto de amor, dijo ayer para cerrar su intervención el paleontólogo Ignacio Martínez Mendizábal. Y como no puedo estar más de acuerdo, me he permitido la licencia de tomárselo prestado para titular este post.
Ayer estuve en Perales de Tajuña (Madrid) en la presentación de la I Feria de Innovación y Creatividad en Educación (ICE) en una mesa redonda sobre Innovación educativa que compartí con Clara Isabel García, directora del CTIF Madrid Este, Héctor García Barnés, periodista de El confidencial e Ignacio Martínez, profesor titular de Paleontología de la Universidad de Alcalá e investigador del proyecto Atapuerca. Ayer fui aPerales de Tajuña (algo menos de 3.000 habitantes) a hablar de utopía y educación (este texto debe mucho a Ferrán Ruiz Tarragó, Pablo Jarauta y Paulo Freire).
En noviembre de 1516 se publicó en la ciudad de Lovaina el libro de Tomás Moro, Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía y, ayer, en Perales, más que conmemorar el libro quise celebrar el nacimiento de una palabra. Pocas veces conocemos con tanta precisión el origen de una. Antes de que Tomás Moro escribiera su libro, no existía la palabra utopía. Moro recogió dos palabras griegas al mismo tiempo:eutopia, buen lugar y outopía, ningún lugar. Su intención no era ofrecernos “una visión placentera de la realidad. Su inscripción en el aquí y ahora es total, muy distante de la imagen idealizada que se ha tratado de trasladar” (Francisco Martínez Mesa). Tomás Moro nos enseñó a buscar los medios reales y precisos para mejorar nuestra existencia. Convenció a sus contemporáneos de que podían proyectar un mundo mejor. El mundo moderno posterior, dice Zygmunt Bauman en Tiempos líquidos, “debería ser un mundo optimista. Un mundo que debería tender a la utopía. Un mundo convencido de que una sociedad sin utopía no es habitable”.Donde no hay utopía el presente lo ocupa todo.
La utopía está vinculada al inconformismo (Amable Fernández Sanz), a las posturas críticas, a la idea de revolución, de transformación social, de progreso, de proyecto. Las utopías se proyectan pero no se habitan (Pablo Jarauta). No se puede vivir en una imagen pero sí necesitamos de imágenes para vivir.Semánticamente la utopía es lo opuesto a escaparse, nos dice Bauman. Utopía es lo opuesto a evadirse. “Las personas en general tendemos a preferir ocuparnos de temas gratificantes o de interés inmediato más que involucrarnos en asuntos complejos o que sólo son relevantes a largo plazo, especialmente si trascienden la esfera individual. La evasión también es desinterés de esforzarnos, de cooperar, es desplazar el discurso de la mejora compartida al de la supervivencia individual. Evadirse implica distraerse de pensar, es desentenderse de inquietudes, es optar por limitar al máximo los dolores de cabeza y las preocupaciones y centrarnos en lo que nos gratifica”, sostiene Ferrán Ruiz Tarragó en su excelente Evasión y utopía.
A la educación en las últimas décadas le ha sobrado evasión y le ha faltado utopía. Nos ha faltado poética y nos ha sobrado burocracia.
¿Dónde han quedado los sueños de una educación diferente, de una educación centrada en el alumno y de un futuro mejor a través de la educación?, ¿cómo podemos transformar la educación para hacerla más relevante y adecuada a nuestros tiempos?, ¿cómo podemos formar ciudadanos inquisitivos y participativos,ciudadanos molestos y no simplemente alumnos que pasen de curso, aprueben exámenes y saquen buenas notas? (Rafael Feito. Escuelas democráticas). ¿Cómo podemos hacer de la educación un agente de transformación y no solo de transmisión? (Ramón Flecha y Iolanda Tortajada).
Nuestro sistema educativo está altamente burocratizado y parece más centrado en la eficiencia que en la equidad. Un sistema que nunca ha dejado de proclamar su aspiración hacia el cambio, pero que se ha embarcado en una espiral de reformas que, sin embargo, parecen alejarnos cada día más de la visión de la educación como un agente transformador de los individuos y de la sociedad.
“Al debate colectivo le falta el punto de utopía necesario para dibujar visiones inspiradoras y a la vez realistas de lo que podría ser un futuro educativo más productivo y satisfactorio” (Ferrán Ruiz Tarragó).
El cambio será posible si recuperamos nuestra mirada poética y nuestra capacidad de proyectar utopías. Pero entonces la pregunta es obvia: ¿cómo recuperamos nuestro espíritu utópico?
Pues asumiendo, como dijo Paulo Freire, que no hay cambio sin sueño, como no hay sueño sin esperanza(Pedagogía de la Esperanza. P. 116), que las cosas no son así, sino que están así. Lo debemos hacer superando tanto el optimismo ingenuo como la desesperación que han caracterizado el debate sobre el cambio educativo en los últimos tiempos. Lo debemos hacer reclamando de una vez el optimismo realista y crítico que demandaba Freire. Lo debemos hacer convirtiendo la escuela en una institución optimista como sostiene Miguel Ángel Santos Guerra.
Tenemos la oportunidad y la responsabilidad de trabajar por una educación mejor, por una educación transformadora. Por una educación utópica. Es un buen momento de trabajar por la escuela que queremos. “Son muchos los datos que demuestran que, aquí y allí, aparecen ventanas de oportunidad que son aprovechadas por paladines, a veces anónimos, de la innovación; docentes, sin más, comprometidos con su trabajo, pero con frecuencia carentes de apoyos, de orientaciones y, sobre todo, de reconocimiento.” (Franscec Pedró. 2015. Guía Práctica de la Educación Digital).
El cambio vendrá desde las personas, con los alumnos como protagonistas de su propio aprendizaje, con los maestros y profesores como agentes del cambio, empoderándoles, con formación, con reconocimiento, con liderazgo, con renovación pedagógica y con cambios organizativos. Trabajando desde el aula y sobre todo desde los centros educativos. Desarrollando proyectos educativos. Trabajando en equipo. Desde la colaboración y cooperación entre centros y profesorado. Con actitud y asumiendo nuestra responsabilidad.Desde un compromiso social por la educación y un compromiso profesional con la educación (Mariano Fernández Enguita. La educación en la encrucijada).
No tenemos datos sobre el futuro, por lo que no podemos predecirlo. Pero sí podemos soñarlo, imaginarlo, proyectarlo y comunicarlo. Sí podemos construir la utopía. Construir la utopía pasa por imaginar las visiones de futuro valientes, coherentes, inspiradoras y realistas que nos reclamaban Seymour Papert y Gaston Caperton en Visiones de la educación.
Visualizar nuestro futuro es al final definir nuestro presente. Es imaginarnos las preguntas que queremos respondernos. Imaginar nuestro futuro es el primer paso para cambiar nuestro presente. Quizá no podamos transformarlo todo pero cada día podemos transformar las cosas. Cada día podemos imaginar nuestro futuro para cambiar nuestro presente.
No olvidemos que “la imaginación y el sueño son fuerzas de cambio y vida” (Josep María Esquirol. La resistencia íntima). No olvidemos, como sostuvo Gloria Steinem, que “soñar, después de todo, es una forma de planificación”.
No olvidemos, en definitiva, que “enseñar exige comprender que la educación es una forma de intervención en el mundo.” (Paulo Freire. Pedagogía de la autonomía. p.97).
No olvidemos que la educación es un acto de amor (Paulo Freire. Education for Critical Consciousness). Recuperemos nuestra capacidad de soñar. Planifiquemos. Imaginemos el futuro que queremos. Hagamos el presente. Pensemos y construyamos nuestra utopía educativa.
Tomado de co.labora.red con permiso de su autor
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