Escribe Javier Tourón
En el mes de marzo el Mundo publicó el ranking de los 100 mejores colegios de España que suele elaborar cada año, y entre las páginas de ese día se incluyó un artículo mío que se tituló: "Fomentar el talento". Nada nuevo dije, pero resumí en unos pocos párrafos un conjunto de ideas que pueden tener un lugar aquí. Reproduzco ahora el texto tal como lo escribí originalmente, añadiendo algunos énfasis a los que me incita su re-lectura. Al final de la entrada incluyo un enlace con la página del diario, tal como apareció en su día. Espero que os resulte de interés.
“No se puede hablar en serio de educación ignorando el desarrollo del talento”
España es un país curioso, peculiar. Tenemos una de las legislaciones más prolijas de Europa en materia de alta capacidad y su atención; pero es de los países en los que la distancia entre la “ley y la vida” es mayor.
¿Sabemos qué es la capacidad y el talento? ¿Sabemos cómo identificarlos? ¿Existe un protocolo común científicamente validado? ¿Es realmente necesario atender diferencialmente a los más capaces? ¿Tiene implicaciones para el desarrollo social del país no identificar y ayudar a los más dotados? ¿Hay evidencias que permitan responder con solvencia y apoyo científico a estas y otras preguntas relacionadas?
La respuesta a todas estas cuestiones es: sí. Trataré de dar algunas pinceladas breves.
“Personas de alta capacidad son aquellas que demuestran un nivel de aptitud sobresaliente (definido como una capacidad excepcional para razonar y aprender) o competencia (desempeño documentado o rendimiento que los sitúe en el 10% superior, o por encima, respecto al grupo normativo) en uno o más dominios. Los dominios incluyen cualquier área de actividad estructurada, con su propio sistema simbólico (las Matemáticas, la Música, la Lengua...), o su propio conjunto de destrezas sensorio motrices (la Pintura, la Danza, los Deportes...). El desarrollo de la capacidad o del talento es un proceso de toda la vida”.
La capacidad o aptitud es la materia prima que ha de ponerse en juego, junto con otras muchas condiciones personales, familiares, escolares y ambientales, para que se convierta en competencia o talento. Es decir, entre las capacidades y el talento media el trabajo y las circunstancias personales y ambientales en las que nos desenvolvemos.
Nadie “es” o “deja de ser” por el hecho de obtener una puntuación determinada en un test dado [puntuación que depende del día, del test, del examinador, del examinado, que varía con el tiempo, que está sujeta a un error de medida inevitable, ..., vamos como para tomarlo como una especie de condición indeleble para cada persona, como una especie de sello imborrable]. Esto ya no lo cree nadie que se haya estudiado seriamente el asunto que nos ocupa. Es fácil entender que nadie nace pianista, ni ganador del Tour de Francia, o violinista… Algunos nacen con condiciones (aptitudes, que no son más que meras potencialidades) para serlo… pero si se dan las ayudas o circunstancias favorables para ello.
Dicho esto, lo evidente es reconocer que entre la capacidad y la competencia media el trabajo, el esfuerzo, el tesón, la determinación y tenacidad. Sin embargo, nadie podrá llegar a resultados sobresalientes o excepcionales sin las condiciones y las ayudas precisas. Pero tampoco llegará a ser eminente quien ponga mucho trabajo y no tenga las condiciones oportunas, como parece obvio. Cualquier ejemplo del deporte, la música y otras muchas actividades lo prueban. Se hace cierto aquello de que quod natura non dat salmantica non praestat.
Pero si el talento es un cierto punto de llegada (siempre en desarrollo), lo imprescindible es conocer la capacidad de cada escolar para estimularla adecuadamente asegurando, hasta donde esto es posible, un óptimo desarrollo. Quien más capacidad tenga más lejos debería llegar.
Dicho esto, es fácil concluir que todos los centros educativos deberían tener la preocupación por determinar la capacidad potencial para el aprendizaje de todos sus escolares, lo que llevaría a identificar a los más capaces. ¿Y después?
Decía Aristóteles que “es tan injusto tratar igualmente a los desiguales, como tratar desigualmente a los iguales”. Es tiempo de aceptar las diferencias humanas y actuar en consecuencia.
No podemos seguir en una escuela que educa clases en lugar de personas. Que se centra en la enseñanza y no en el aprendizaje. Es preciso permitir que los alumnos progresen por el currículo de acuerdo a su capacidad demostrada y no en función de su edad, que no es un criterio pedagógicamente relevante. Es menester que lleguen tan lejos, tan rápido y con tanta profundidad como sean capaces de hacerlo.
A mi juicio, una escuela que no se platee este problema seriamente debería pensar si puede llamarse educativa, cuando fácilmente estará ignorando a una parte importante de su población de estudiantes.
Hay que volver a la escuela no graduada donde lo que importa es el aprendizaje, la formación intelectual y reconocer que ésta se produce a ritmos diversos en función de las condiciones personales, entre las que figura en lugar muy importante la capacidad intelectual, cognitiva.
Por eso, todo centro educativo que se precie, que merezca ese nombre, debe poder responder a esta pregunta sencilla, que no simple: ¿ofrecemos el nivel de reto y el estímulo intelectual a cada alumno en función de sus capacidades? [y quizá antes se eso se deberían preguntar: ¿sabemos cuál es la capacidad de nuestros alumnos?].
Que este es un problema educativo de primer orden lo evidencian las cifras de alumnos con rendimientos excelentes en los estudios internacionales de rendimiento, muy por debajo del de otros países. Lo mismo cabría decir de los rezagados.
Nuestro sistema educativo no potencia la excelencia, pero tampoco palía las deficiencias, por no hablar del abandono y otros problemas no del caso ahora.
No es una cuestión de recursos, es un problema de reconocer que debemos cambiar y luego plantearnos cómo hacerlo. Otros países lo han hecho y han mejorado.
Hay un último comentario que quisiera hacer. Además de la injusticia que supone para cada alumno singular y sus familias el no recibir la educación óptima, hay que añadir que no cultivar el talento provoca un déficit en el desarrollo social evidente. Ya señalé, en alguna ocasión, que la fuga de cerebros comienza en la escuela… Y es que las sociedades que no cultivan el talento de sus ciudadanos más capaces acaban empobrecidas cultural y científicamente y, no pocas veces, colonizadas por los que sí lo hacen.
Es imperativo, por ello, que este problema se aborde con seriedad, sin tacañería, subterfugios o excusas. Es preciso que todos los que trabajan en el ámbito educativo vean los talentos como algo emergente y educable y no como algo fijo e inmutable que lleve a decir que unos son y otros no. Porque no lo olvidemos “ellos nos necesitan hoy a nosotros, pero nosotros lo necesitaremos a ellos mañana".
Resumiendo, es preciso llevar a cabo procesos de identificación sistemática y periódica. Necesitamos un sistema proactivo, no reactivo.
Tenemos que promover una escuela menos graduada, más orientada a la competencia de los escolares que a su edad: permitir su movilidad por el currículo en función de su competencia demostrada
Deberíamos potenciar la personalización del aprendizaje y la flexibilidad curricular a través de las tecnologías digitales y la formación de los profesores.
Y, finalmente, facilitar el acceso a programas de intervención orientados al desarrollo del talento también fuera de la escuela, como campus de verano.
Quisiera terminar con una apelación a los agentes sociales: precisamos de la colaboración de todos ellos para que parte de su responsabilidad social corporativa (RSA) se oriente a la promoción del capital más valioso de nuestro país: nuestros niños y jóvenes de mayor capacidad.
(Desde aquí puedes descargar la página del periódico. El mundo?
Tomado de Javier Tourón con permiso de su autor
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