Por Alberto Sánchez Rojo
Universidad Complutense de Madrid Asistente de Edición de Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria
Siempre que pensamos en la teoría de algo, lo que se nos viene a la cabeza es todo un corpus de escritos que, transmitidos a lo largo de la historia y reelaborados una y otra vez, aportan certeza a nuestro conocimiento compartido sobre ese algo. Es por esta razón por la que al teórico se le suele relacionar con los libros y con el estudio –actividad a la que por cierto está dedicado el último número de la revista a cuyo consejo editorial pertenezco–. Ahora bien, igual que el estudio no tiene por qué realizarse sólo a través de libros, la teoría tampoco se reduce necesariamente a la actividad del estudio. Hay una capacidad que se hace necesaria para todo aquel que se dedique seriamente a hacer teoría y que es previa e incluso más importante que la del estudio. Esta es la capacidad de observar la realidad y de asombrarse de lo que uno ve. No por casualidad el theoros era considerado el la Grecia Antigua como “aquel que ha dado un paso atrás desde el mundo urgente en el que está implicado en cuanto viviente, y lo tiene ahora ante sí a la manera de un espectáculo conformado como un todo” (Ronchi, 1996, 9). Pues bien, algo sucedió en el proceso de edición del presente número de la revista Teoría de la Educación que me hizo pararme en seco, observar, asombrarme y empezar a actuar como un verdadero teórico. Este asombro constituye el origen de la presente entrada.
Como en la gran mayoría de las revistas, la nuestra tiene un apartado dedicado a las recensiones bibliográficas y, para este número, yo personalmente me iba a encargar de hacer una que iría dedicada al último libro del Profesor de la Universidad de Barcelona Jaume Trilla, La moda reaccionaria en educación. La lectura del libro me enganchó y, si bien estaba de acuerdo con muchas cosas, había otras muchas que en absoluto compartía, de manera que, a la hora de redactar la recensión, me salió sin buscarlo un texto bastante crítico. Compartí el escrito con mis compañeros del Consejo Editorial de la revista y, de repente, al Director se le ocurrió que quizá al autor le gustaría contestar. Así se lo propusimos, el autor aceptó, respondió y una recensión bibliográfica se transformó, de repente, en un medio para la discusión intelectual de carácter pedagógico. Esto me hizo pensar en las recensiones, en el secundario papel que ocupan de manera general en nuestras revistas y en lo desaprovechadas que están. Era necesario hacer un poco de teoría sobre ellas.
Si bien las primeras recensiones, que empezaron a aparecer en el siglo XVIII, tenían un carácter meramente informativo, a partir de mediados del siglo XIX algunas revistas académicas comenzaron a ser más selectivas en los libros que reseñaban, otorgándoles a su vez no sólo un carácter informativo, sino también evaluativo (Orteza y Miranda, 1996). No se trataba ya de simplemente exponer las obras más relevantes de la materia a tratar, haciendo un breve resumen de su contenido, sino que era necesario evaluar la obra en cuestión a partir de otros trabajos publicados sobre el tema. Así pues, no podía encargarse cualquiera de hacer estas recensiones, sino que, a la fuerza, debía ser alguien experto quien las realizase. Esto hacía que las recensiones publicadas en cada número diesen una idea general del estado de la cuestión del momento con relación a la disciplina que abordase la revista, pues, si bien los artículos sirven también para esto, la estructura requerida y las limitaciones de espacio, hacen que las temáticas abordadas sean mucho más específicas.
Esta idea es la que se ha mantenido hasta la fecha, no obstante, con el paso del tiempo y debido al actual estado de evaluación externa permanente a investigadores y expertos que deseen consolidarse en su carrera, las recensiones se encuentran hoy bastante de capa caída por no ser una prioridad. De hecho, no lo son ya ni los libros, debido a que la estandarización cientificista del ámbito académico otorga mucho más valor a los artículos publicados en las revistas de impacto que a los libros. Ahora bien, esto no debería ser así, sobre todo en campos como el educativo, directamente relacionados con las Ciencias Sociales y las Humanidades. Tal y como precisamente sostiene Trilla en el libro que recensioné, “en las humanidades y en las ciencias blandas, mal que les pese a las agencias de evaluación, los libros (ensayos, tratados…) siguen jugando un rol mucho más destacado que los artículos para dar a conocer nuevas ideas, teorías, métodos o experiencias y para debatir sobre ello” (Trilla, 2018, 189). Es por este motivo por el que en nuestro campo siguen haciéndose necesarias las buenas recensiones.
Ahora bien, tal y como hemos ya señalado, atendiendo a las circunstancias actuales, no resulta nada fácil conseguirlas, haciéndose la tarea del editor de recensiones una misión a veces casi imposible. Es curioso atender a la cantidad de excusas que puede recibir un editor cuando propone la realización de una recensión a un especialista y, para ejemplo, véanse las que señala Felber (2002), que van desde el silencio como respuesta, a «estoy muy ocupado», pasando, literalmente, por «todo mi mundo, de principio a fin, se está desmoronando». Si la mayoría de las veces nos encontramos con estas excusas es porque los autores saben que ser recensionado en una buena revista aún da cierto prestigio, que ellos también publican obras que desearán ver recensionadas y que, por lo tanto, no conviene quedar mal con la revista. Eso sí, nuestro tiempo es limitado, los autores necesitan puntos en su currículum y las recensiones no les aportan prácticamente nada a nivel de reconocimiento (East, 2011). Así pues, es necesario encontrar alternativas. Una de ellas es que el autor recurra a colegas, muchos de los cuales terminan por aceptar recensionar su libro, aunque no siempre de muy buena gana y como «favor personal». Otra opción, que acaba por ser la más utilizada, es recurrir a estudiantes de posgrado, que desean iniciarse en la carrera académica y para quienes, por lo tanto, es una oportunidad para ver su nombre por primera vez escrito en una revista de impacto. El problema de esta alternativa, siguiendo a Navarro y Abramovich (2012, 41), es que “se produce una asimetría entre el poder del autor, ya consagrado, y el poder del reseñador, todavía por darse a conocer”, de manera que tanto el rigor como la sinceridad en el aspecto evaluador de la recensión aparecen como más que cuestionables.
La consecuencia de esto es fácil de averiguar, el contenido de la recensión termina siendo lo de menos y lo que importa es aparecer, primando de nuevo, como en sus orígenes, el aspecto meramente informativo de la recensión. Ahora bien, en un mundo académico abierto al ciberespacio, donde tenemos toda la información que deseemos a un solo clic y donde al final son las redes las que terminan informando de las principales obras del momento en cada materia, el sentido de hacer recensiones se irá poco a poco perdiendo. Su prestigio actual, herencia de un pasado exclusivamente offline, irá despareciendo, de repente un día una revista decidirá excluir la sección y poco a poco irán siguiéndola las demás. Sin embargo, la recensión es mucho más y puede ir mucho más allá de aquello en lo que la estamos convirtiendo. De hecho, podría llegar incluso a convertirse en un formato académico respetable.
Para este fin, en primer lugar, necesitaríamos que los autores de recensiones perdiesen el miedo a expresar libremente sus apreciaciones. Esto implica, por un lado, contar con autores de recensiones que no se vean coaccionados por asimetría de poder alguna y, por otro, autores de obras que sepan aceptar las críticas, las cuales habrán de realizarse siempre de manera constructiva (Lee, Green, Johnson y Nyquist, 2010). Esto permitirá que quien elabora la recensión atienda en primer lugar a quien debe atender; a saber, al lector/investigador y no a la editorial o al autor de la obra. La tarea de quien recensiona, y esto suele cumplirse más en el ámbito de las Ciencias Experimentales, es fundamentalmente para con su campo, de manera que debe poder evaluar la obra que tiene entre sus manos libremente (George y Dharmadhikari, 2008). Y no sólo eso, sino que su escrito debe ir más allá del texto, pues, tal y como señala Johnson, es importante “apuntar hacia lo que el autor puede estar escondiendo, o sintiéndose incapaz de revelar excepto a través de la ironía u otros recursos. Lo que no aparece puede decir mucho más que lo que está presente” (Johnson, 1995, 230), concluye el autor, siendo por eso que lo que se pide de un buen reseñador es una aportación propia y original y no meramente un informe objetivo de la obra.
Esto hace que haya quien se atreva a señalar que, en la recensión, no sólo es importante la información y la evaluación, sino también la reflexión (Oinas y Leppälä, 2013). Es el aspecto reflexivo el que convierte este formato en una verdadera aportación, susceptible de ser contestada e incluso citada, pues hablamos de un trabajo original que va mucho más allá de la obra a la que se refiere y de los elementos evaluadores objetivos que pueda aportar la disciplina dentro de la que se enmarque. Solo si empezamos a fomentar este elemento de reflexión podremos dar algún futuro a las recensiones académicas, ya que las transformaremos en un espacio de de discusión, teniendo sobre los artículos la ventaja de seguir un formato más libre y menos limitado tanto en estilo como en formato, donde pueden aparecer expresiones y argumentos que difícilmente podrían ser aceptados en un artículo. A su vez, nos permite centrarnos exhaustivamente en una obra concreta que, en el caso de ámbitos como el educativo, puede estar revolucionando la disciplina. Hagamos de las recensiones algo interesante, revaloricémoslas, hagamos de ellas una performance (Jones, 2006). Este será uno de los propósitos de Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria a partir de ahora, de manera que animamos a expertos en la materia a realizar recensiones realmente críticas de obras que, llegado el caso, puedan ser respondidas por sus autores.
Referencias bibliográficas:
East, J. W. (2011). The Scholarly Book Review in the Humanities. An Academic Cinderella? Journal of Scholarly Publishing, 43(1), 52-67.
Felber, L. (2002). The Book Review: Scholarly and Editorial Responsibility. Journal of Scholarly Publishing, 33(3), 165-172.
George, S. y Dharmadhikari, A. (2008). Writing a Book Review: Frequently Asked Questions Answered. British Journal of Hospital Medicine, 69(2), 30-31.
Johnson, M. (1995). Writing a Book Review: Towards a More Critical Approach. Nurse Education Today, 15, 228-231.
Jones, K. (2006). Editorial Note: The book Review as “Performance”. Forum: Qualitative Social Research, 7(2), art. 27. Recuperado de: http://www.qualitative-research.net/index.php/fqs/article/view/87
Lee, A. D., Green, B. N., Johnson, C. D. y Nyquist, J. (2010). How to Write a Scholarly Book Review for Publication in a Peer-Reviewed Journal. A Review of the Literature. The Journal of Chiropractic Education, 24(1), 57-69.
Navarro, F. y Abramovich, A. L. (2012). La reseña académica. En L. Natale (Ed.) En carrera: escritura y lectura de textos académicos y profesionales (pp. 39-59). Buenos Aires: Universidad Nacional de General Sarmiento.
Oinas, P. y Leppälä, S. (2013). Views on Book Reviews. Regional Studies, 47(10), 1785-1789.
Orteza y Miranda, E. M. (1996). On Book Reviewing. Journal of Educational Thought, 30, 191-202.
Ronchi, R. (1996). La verdad en el espejo: los presocráticos y el origen de la filosofía. Madrid: Akal.
Trilla, J. (2018). La moda reaccionaria en educación. Barcelona: Laertes.
Cómo citar esta entrada:
Sánchez Rojo, A. (2019). El sentido de realizar recensiones bibliográficas en un mundo sobreinformado. Aula Magna 2.0. [Blog]. Recuperado de: https://cuedespyd.hypotheses.org/6516
Tomado de Aula Magna 2.0 con permiso de sus editores
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