Escribe: José Quintanal
En nuestro último post, publicado en este mismo blog el pasado 15 de julio, defendíamos la necesidad de una nueva mentalidad en la educación del siglo veintiuno, la cual permitiera sintonizar mejor la pedagogía, con el estilo de vida que nuestra sociedad lleva a cabo en estos momentos.
En nuestro último post, publicado en este mismo blog el pasado 15 de julio, defendíamos la necesidad de una nueva mentalidad en la educación del siglo veintiuno, la cual permitiera sintonizar mejor la pedagogía, con el estilo de vida que nuestra sociedad lleva a cabo en estos momentos.
Continuando con esta idea, diremos que el punto de partida para esta nueva mentalidad, nosotros la situaríamos no en las escuelas, donde estamos convencidos que el cambio vendrá determinado más por las circunstancias contextuales que por los intereses didácticos, sino en los Centros de Formación Inicial del Profesorado. Estos son, o al menos debieran ser, laboratorios donde los cambios pedagógicos se hagan en primera persona, para que sus estudiantes, viviéndolo en la experiencia formativa, luego, cuando vayan al aula, lo integren con su propio estilo, y lo desarrollen de modo natural en su forma de enseñar.
La enseñanza y el aprendizaje que se lleva a efecto con los maestros, debiera en estos momentos ya implementar nuevas formas de trabajar. Nosotros en este post vamos a centrar el tema en las TIC, si bien pensamos que el cambio debiera ser mucho más amplio y todavía más profundo. Para focalizar el tema, diremos que sería necesario que las tecnologías, tanto de la información como de la comunicación, resultaran para estos futuros docentes, unas herramientas propias de la cotidianidad. Tristemente, no es así. Y habría que darse prisa, pues el tren de la vida no para, y la escuela no se puede permitir el distanciarlo.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo cambiar esa formación de los futuros docentes en los presupuestos que viven hoy nuestras escuelas de Magisterio? El qué cambiar parece claro:
- En primer lugar, sabemos todos que las TIC han de imbuir los procesos formativos de los futuros maestros. Y lo digo porque un repaso somero a los nuevos planes de estudio que ya se acaban de implementar en el marco del EEES, hacen explícita esta integración de la tecnología en la didáctica formativa. Todos. No obstante, nuestra crítica no viene fundada en su necesaria integración, que la compartimos, sino en el modo en que se hace: Los entornos virtuales de aprendizaje, se supeditan a la magistralidad del conocimiento, que desde el estrado se transmite aún en el marco del aula tradicional, o donde la evaluación de los saberes, se basa en criterios de rigor aplicativo mediante exámenes escritos. Este planteamiento no resulta nada lejano al que se venían sustentando en las décadas, lustros o siglos precedentes. No se trata de hacer ningún lavado de cara. No. Será necesario concebir una nueva forma de hacer didáctica, personalizando los aprendizajes, supeditando la tecnología al papel que deben ocupar los estudiantes como medios recursivos y primando la adquisición de nuevas formas de aprender y por ende, de enseñar.
- Además, en el contexto de dichas escuelas, pensamos que es necesaria una nueva forma de gestionar el conocimiento. Las bibliotecas deben convertirse en centros de recursos, y no sólo de nombre, sino con un estilo de actuación y desarrollo que responda realmente a dicho nombre, donde los medios trasciendan el papel para integrando éste como uno más, resulten contextos de trabajo colaborativo y en red, y no meras salas de consulta que limiten las relaciones a peticiones, de obras, de horas o de materiales. Las aulas, lo mismo. ¿El EEES aboga por nuevas formas de trabajo, donde el conocimiento se genere y desarrolle? Pues algo habrá que cambiar también la “vida” académica del aula. Tendría que ser diferente. Sin embargo, hemos de reconocer que, pese a que se están aplicando algunas experiencias novedosas, lamentamos que éstas no sean ya una realidad, habiendo generado una nueva forma de trabajar. Malamente cambiará la escuela del futuro, sin cambiar también, en este sentido.
- Y por supuesto, habrá que contemplar un cambio, y profundo, en la mentalidad de la competencia docente; al fin y a la postre, la meta final de la formación inicial del profesorado. Será preciso transformar ese “saber hacer”, por nuevas formas donde se consideren la iniciativa y la creatividad, o del desarrollo personal, como metas en sí mismas, más que objetivos necesarios a cumplir.
Se trataría, en resumidas cuentas, de plantear nuevos planes de estudio (qué paradoja nos resulta abogar por un cambio cuando se están prácticamente estrenando los anteriores), en los que desaparezcan las TIC del apartado de “metodología”, para diluirlas en las actividades formativas, por buscar nuevas formas de relación y de convivencia pedagógica, y que los estudiantes las apliquen, con la misma naturalidad con que se venía utilizando el libro de texto, la libreta o el lapicero. Ese será el “cómo cambiar”, que al inicio del post señalábamos, y que tendremos que posponer a una nueva entrega, pues habrá que analizar no sólo otras formas de hacer, sino tomar además en consideración, nuevos intereses personales, nuevas necesidades educativas, y… otra perspectiva didáctica. Pues, también en esto, tendrán que cambiar nuestras Escuelas de Magisterio.
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