lunes, 5 de noviembre de 2018

De la inflación educativa y las desigualdades sociales

Escribe Manuel Valdés

En una entrada pasada reflexioné sobre el número de universitarios en el sistema educativo español, planteando que, más que un número excesivo, lo que existía era una flagrante desproporción dentro de la Educación Terciaria a favor de la Universidad y en contra de los Ciclos Formativos de Grado Superior (ver aquí). Sostuve, además, que no era partidario de afirmar que el número de universitarios era demasiado elevado porque el mercado de trabajo no ofreciese empleos cualificados a todos ellos. Quisiera ahora extenderme algo en estas cuestiones, reflexionando especialmente sobre su relación con la desigualdad social y educativa.
El número de universitarios provoca acalorados debates. De un lado, los hay preocupados por el efecto que un sistema más selectivo y de menor volumen tendría sobre la desigualdad en el acceso a la Universidad; y de otro lado, los hay que se preocupan por el creciente nivel de subempleo de los egresados universitarios dada la muy específica demanda de profesionales muy cualificados de nuestro mercado de trabajo. En tanto que no es sencillo quitarles la razón a unos o a otros, el debate sobre el número de universitarios es difícil de resolver.
Desde hace décadas hemos estudiado la relación entre la expansión educativa (el crecimiento del número de alumnos matriculados) y la desigualdad en el acceso a un cierto nivel del sistema de enseñanza. Hoy sabemos que la expansión educativa es una condición necesaria para lograr esa reducción de la desigualdad. De lo contrario, la Universidad seguiría reservada para los alumnos socialmente más privilegiados.

Lo que aún no hemos resuelto es si la expansión es una condición suficiente para la reducción de la desigualdad educativa, especialmente en niveles muy avanzados en la vida escolar de los alumnos como es el nivel universitario. Todo dependerá de la propensión a ir a la Universidad de los alumnos de distinta clase social que hoy no se matriculan en el nivel universitario; es decir, de la composición social de la cola de potenciales alumnos que hay a las puertas del sistema universitario: si son mayoritariamente alumnos de clases acomodadas, un mayor espacio no tiene por qué significar una menor desigualdad porque quienes lo ocuparán no serán alumnos de clases bajas.
En cambio, sí podemos afirmar que una reducción del espacio en la Universidad provocará un aumento de la desigualdad porque, como mostré en un artículo anterior (ver aquí), la propensión a ir a la Universidad es mucho mayor entre las clases altas, lo que significa que son quienes primero entran y quienes saldrían los últimos de haber un menor espacio en la Universidad. No sabría decirles qué pasaría con la desigualdad educativa si mañana decidimos abrir 200.000 nuevas plazas universitarias, pero si lo que hacemos es reducirlas, sepan ustedes que, en términos relativos, saldrán más alumnos de clases bajas de la Universidad que alumnos de clase alta.
Hay quien entiende que, entonces, no hay más debate. Al fin y al cabo, tanto si hemos reducido la desigualdad al abrir el millón y medio de plazas actuales en la Universidad, como si menos universitarios harían aumentar la desigualdad educativa, es imposible afirmar que tengamos demasiados universitarios. Pero es importante continuar algo más allá, porque seguro que los alumnos universitarios de clase baja no se contentan con obtener un título que acredite su formación, sino que esperan sacar partido de él a la hora de consolidar una cierta posición en la estructura social y ocupacional; es decir, esperarán que una menor desigualdad educativa signifique una menor desigualdad social.
En Economía y Sociología de la Educación manejamos una hipótesis que llamamos inflación educativa, donde se plantea que el valor de una titulación académica es doble. De un lado, se entiende que toda titulación presenta un valor intrínseco que refleja el desarrollo competencial, conocimientos adquiridos y habilidades concretas que se le pueden presuponer al portador de un título. De otro lado, la titulación tiene un valor relativo, relacionado con la escasez o abundancia de dicha titulación. La educación es así considerada un bien posicional, cuyo valor depende del número de portadores de la titulación académica en cuestión.
Se entenderá entonces que el valor de una credencial educativa esté íntimamente relacionado con la expansión educativa que haya experimentado el nivel de que se trate. El crecimiento de la matriculación universitaria podría haber provocado una merma del valor intrínseco del título si pensásemos que esa expansión ha dado lugar a un sistema universitario menos selectivo y menos exigente, donde las ya referidas competencias, conocimientos y habilidades presupuestos a un título dejan de ser garantizados en todos los titulados. Y también tendrá esa expansión educativa un efecto directo sobre el valor relativo del título, pues la credencial universitaria significa menos o, mejor dicho, garantiza menos cosas, cuando es compartida por un 30% de la población en vez de por, digamos, un 10%. Se diría entonces que la inflación educativa que afecta al nivel universitario habría provocado una pérdida del valor de dichas titulaciones.
Les dejo al final de la entrada unas cuantas referencias para el lector interesado en dicha hipótesis y su aplicación al caso español. Pero quiero ofrecerles una primera aproximación a partir del Estudio sobre Opinión Pública y Política Fiscal del Centro de Investigaciones Sociológicas. En mi anterior entrada ya les describí la forma en que he construido esta base de datos (ver aquí), y he añadido ahora una nueva variable que divide a los encuestados de entre 35 y 69 años en siete cohortes de edad: cohorte I (1949-1953), cohorte II (1954-1958), cohorte III (1959-1963), cohorte IV (1964-1968), cohorte V (1969-1973), cohorte VI (1974-1978) y cohorte VII (1979-1983).

A partir de ello he elaborado el gráfico adjunto, donde se muestra la evolución del porcentaje de población en cada cohorte de edad que posee una titulación universitaria (que da cuenta de la inflación educativa), y la evolución del porcentaje de titulados universitarios que desempeñan una profesión que requiere de dicha cualificación, es decir, ocupaciones bajo los epígrafes 1 y 2 de la Clasificación Nacional de Ocupaciones (que da cuenta del valor de la titulación en términos del retorno ofrecido a su poseedor en el mercado de trabajo).  Y lo que puede observarse es que, conforme aumenta el porcentaje de población que en una cohorte posee un título universitario, el porcentaje de universitarios de esa misma cohorte de edad que desempeña un empleo que requiere de dicha cualificación disminuye.
Gráfico 1. Evolución de la proporción de titulados universitarios y de la proporción de universitarios que desempeñan una ocupación que requiere de cualificación universitaria por cohorte edad

Fuente: Elaboración propia a partir del Estudio sobre Opinión Pública y Política Fiscal del CIS 2013-2017.
Habrá quienes vean en este tipo de argumentos y resultados prueba de la necesidad de un sistema universitario más selectivo y con un menor número de alumnos matriculados, dado que el mercado de trabajo no es capaz de absorberlos una vez titulan. Pero, como bien ha apuntado el profesor Javier Vidal en este mismo blog (ver aquí), el principal problema de estas argumentaciones es que tienden a situar el foco de atención en la oferta de profesionales cualificados, cuando debiera incidirse, más bien, en la rigidez de nuestro mercado de trabajo que, o bien relega a esos egresados universitarios a ocupaciones para las que su nivel de cualificación es irrelevante, o bien los expulsa fuera del país para que sean otras sociedades las que se beneficien de la tremenda inversión que hemos realizado en cada uno de esos talentos emigrados.
Lo que debiéramos preguntarlos viendo el Gráfico 1 es: ¿a qué clase social pertenece ese creciente número de egresados universitarios que no encuentran un empleo que requiera del grado de cualificación para el que han sido formados? Pues del total de encuestados que, independientemente de su edad, habían finalizado estudios universitarios y no desempeñaban una ocupación que requiriese de dicha cualificación, el 75% pertenecía a una familia donde ninguno de ambos progenitores desempeñaba cualquiera de las ocupaciones recogidas bajo los epígrafes 1 y 2 de la Clasificación Nacional de Ocupaciones; es decir, tres de cada cuatro personas que no han obtenido un trabajo de cualificación universitaria tras titular en la Universidad pertenecían a una familia donde ningún progenitor desempeñaba una profesión de tales características.
Recapitulemos: puede ser que estemos llevando más alumnos de clases bajas a la Universidad al aumentar el tamaño del nivel universitario, reduciendo así la desigualdad educativa, pero lo cierto es que eso ha provocado un porcentaje creciente de titulados que luego no desempeñan una ocupación acorde con su titulación, los cuáles son, en su inmensa mayoría, titulados de clases medias y bajas.
Y eso nos lleva a otra hipótesis manejada en la literatura académica que dice así: si bien la expansión educativa puede reducir la desigualdad en el acceso a una titulación universitaria, incrementa la desigualdad a la hora de sacar partido de dicha titulación, dado que los empleadores pasan a valorar otras características del sujeto una vez que esa titulación pierde la capacidad informativa y discriminante que, en un contexto de mayor escasez, sí ofrecía. Esas otras características, como habilidades sociales (formas de hablar), redes sociales (familiares y amigos), determinadas características físicas (formas de vestir), rasgos actitudinales (una alta ambición profesional) o experiencias personales (periodos en el extranjero) tienden a ser más habituales entre los egresados universitarios de clase alta, de forma que, como resultado de la homogeneización educativa, principios de selección de tipo no meritocrático tienden a mantener la desigualdad en la consecución de una determinada posición social.

Expresado en términos más sencillos: la expansión educativa del nivel universitario habrá provocado, en el mejor de los supuestos, una traslación de la desigualdad, disminuyendo la desigualdad en la consecución del título universitario, pero aumentando la desigualdad en el provecho que las distintas clases sociales sacan de esa titulación.
En fin, les diré que entiendo perfectamente a quienes ven en la Universidad el mejor instrumento de promoción social de las clases bajas, pero si luego el título deja de garantizar el acceso a determinadas posiciones en la estructura ocupacional, las promesas que hicimos a los jóvenes universitarios de clase baja se ven frustradas. Entiendo también a quienes ven en la Universidad un sistema de formación que dota de profesionales cualificados al segmento del mercado de trabajo que así lo requiere, pero si el mercado se muestra incapaz de incrementar su demanda de profesionales cualificados, debemos responsabilizar al mercado, no a las personas que han invertido su tiempo y esfuerzo en adquirir dicha cualificación ni al sistema universitario que se la ha provisto. Sí les diré que creo, ya para acabar, que la Universidad adquiere con sus alumnos un compromiso de formación técnica bajo la promesa tácita de que el alumno podrá desempeñarse profesionalmente en aquello para lo que se forma si así es su deseo. Y creo que la Universidad debiera cuidarse mucho de cumplir las promesas que hace, especialmente con aquellos alumnos menos privilegiados que dependen más del título universitario para cumplir sus expectativas profesionales.
REFERENCIAS
Bernardi, F. (2016). Is education the great equalizer for the chances of social mobility in Spain? En F. Bernardi & G. Ballarino (Eds.), Education, occupation and social origin (pp. 168-181). Edward Elgar Publishing.
Bernardi, F., & Ballarino, G. (2014). Participation, equality of opportunity and returns to tertiary education in contemporary Europe. European Societies, 16(3), 422-442. https://doi.org/10.1080/14616696.2012.750729
Marqués Perales, I., & Gil-Hernández, C. J. (2015). Social origins and over-education of Spanish university graduates: Is access to the service class merit-based? Revista Española de Investigaciones Sociológicas, (150), 89-112. https://doi.org/10.5477/cis/reis.150.89
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores

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