En la entrada anterior (ver aquí), hacíamos alusión a la transformación que se ha producido en las bibliotecas desde la irrupción de las nuevas tecnologías y, particularmente, de la edición digital. Sin embargo, ese no ha sido el único cambio que han traído las TIC a las universidades. Desde hace 20 años las tecnologías están influyendo en la investigación a todos los niveles, y ahora nos encontramos ante una segunda oleada de cambios tecnológicos que están modificando lo que hasta ahora parecía inamovible: la docencia. Cada año corremos a mirar los informes que publica Gartner para saber el último invento en tecnología educativa que se va a poner de moda, y lo que se constata y se consolida ahora en las universidades mundiales y, también en las nuestras, son principalmente los campus virtuales, plataformas digitales o asignaturas online, y la creación y consumo de contenidos digitales.
Es verdad que todavía es mayoritaria la docencia que se lleva a cabo de forma presencial, pero también se está impartiendo una docencia digital en donde los profesores y los estudiantes se encuentran en «plataformas». Los profesores se comunican con los estudiantes para contestar a centenares de mensajes; editan e intercambian miles de archivos relacionados con los temarios y las explicaciones de las clases; reciben y entregan trabajos, ponen notas, etc. El “profesor digital” tiene que realizar un sinfín de tareas que antes no hacía y que ahora debe añadir a la impartición de las clases presenciales. Sin regularlo ni reconocerlo, la transmisión del conocimiento se está trasladando del aula física al aula digital por la puerta de atrás. Pues bien, si a este tipo de docencia “híbrida” le añadimos la velocidad y el atomismo de las asignaturas que configuran una titulación, prácticamente no hay tiempo para leer ni libros en papel ni libros electrónicos. Al menos es lo que nos dicen los estudiantes; y así es como este tipo de nueva docencia digital es la que está expulsando los libros de las universidades.
La paulatina desaparición de la edición y lectura de libros en soporte papel es, desde mi punto de vista, el cambio más profundo que se va a producir en los próximos años en la educación superior, no solo porque los libros cambien al formato digital, sino porque el “proceso cognoscitivo” que nos ha ofrecido la lectura de libros durante siglos no va a ser el mismo. De hecho, ya no lo es. La comprensión lectora de conocimientos profundos, el desarrollo de la memoria y de determinadas capacidades intelectuales que se adquiere con el hábito de lectura de libros no está claro que queden garantizados con la lectura de libros y documentos electrónicos. El libro en papel era una obra acabada en sí misma que ofrecía al lector un conjunto de ideas relacionadas entre sí, y que permitía al estudiante lo propio de la educación superior: conseguir un pensamiento estructurado, profundo y abstracto del mundo. Pero el libro electrónico es más que eso, ya que permite acceder a un conjunto de conocimientos infinitos que se encuentran interconectados en la red. Los libros digitales son en realidad una puerta a un inmenso ecosistema de información en donde el lector viaja a todo tipo de conocimiento complementario -cosa muy loable sin duda-, pero, también, en muchos casos, perjudicial, si en ese viaje el estudiante pierde de vista al autor y su relato. Los libros digitales que se están editando hoy en día copian de forma mimética a los libros en papel, pero no siempre va ser así. Las TIC crearán nuevos sistemas de información enriquecidos en tiempo real por los propios autores y lectores mediante inteligencia artificial. Los nativos digitales de las próximas generaciones aprovecharán de una forma natural toda esta nueva concepción del aprendizaje digital y, los libros digitales, si es que existen, convivirán con otros miles de recursos de información, pero no tendrán el mismo protagonismo en la educación que han tenido los libros en soporte papel.
Hay algunos problemas de fondo en este tipo de docencia digital sobre los cuales los expertos (neurólogos, psicólogos, sociólogos y pedagogos) nos alertan: (1) la lectura digital en la red cambia el tiempo y la pausa necesaria para reflexionar e interiorizar las ideas; lo que se ofrece ahora es un viaje constante a informaciones digitales infinitas de la red. (2) La existencia de informaciones sin autoría que pueden ser falsas, manipuladas o irrelevantes. (3) La atracción que supone esta nueva forma de lectura «multimodal» de recursos digitales a través de todo tipo de artilugios tecnológicos con pantallas móviles, tabletas y ordenadores, está por ver si es relevante para un tipo de aprendizaje del conocimiento estructurado y profundo como el que se imparte en la universidad. (4) El “viaje constante” que nos ofrecen las TIC está sustituyendo la educación basada en la lectura pausada, concentrada y reflexiva de los libros impresos, y aún no tenemos la perspectiva suficiente para valorar si estos cambios son o no positivos.
Recuerdo unas palabras de un profesor de arquitectura, en un claustro, defendiendo la necesidad de una educación sin tanto movimiento: las ideas -decía- necesitan, como el buen vino, un tiempo de maceración en la cabeza de los estudiantes. Una educación acelerada es superficial e impide que el talento emerja.
Es evidente que estamos entrando en un nuevo modelo educativo «conectivista», que pretende cambiar no solo los elementos que configuraban la docencia universitaria presencial sino el mismo conocimiento estructurado a partir de conceptos, teorías, leyes, métodos y contenidos que los libros expresaron durante siglos en las universidades. Que “la naturaleza del nuevo conocimiento científico va a surgir de la conexión de millones de datos que nos proporcionan las TIC”, es algo de lo que nos alertan autores tan diferentes como Cris Anderson, Manuel Castells, Stephen Downes o Tony Bates y, si esto es cierto, son palabras mayores que apuntan cambios sistémicos en la docencia y en la investigación de las universidades.
Es urgente que los diversos agentes implicados en la docencia universitaria, profesores, estudiantes, bibliotecarios, informáticos y demás expertos y profesionales reflexionemos juntos sobre los modelos educativos que las TIC están introduciendo en la universidad, muchas veces por la puerta de atrás, y principalmente impulsados por el interés de empresas tecnológicas y grandes monopolios de la información y comunicación.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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