Me he referido en multitud de ocasiones, conferencias, artículos científicos y de divulgación, talleres, etc., a la necesidad de formar, capacitar, a los equipos que van a acometer programas educativos en formatos no presenciales. Estos cambios drásticos, ¿disrupciones?, en el hacer y entender la educación no se improvisan, no deberían improvisarse.
Lo que sucede es que nos encontramos actualmente ante una emergencia mundial, centros educativos cerrados en unos cien países y 800 millones aproximadamente de estudiantes de todos los niveles educativos que se tienen que quedar en casa. Más allá del incentivo hacia la cultura del teletrabajo, oportunidad en positivo que puede darnos la pandemia, se hace necesario, igualmente, arbitrar medidas conducentes a mantener el tono, la tensión y la actividad educativa sin la necesidad del cara a cara, de la presencia física entre profesores y estudiantes y de estos entre sí.
Desde hace más tiempo que el teletrabajo, esta última posibilidad ya está inventada. La educación a distancia cuenta con una larga historia. Y no pretendo remontarme a la realidad de que, desde las señales de humo, el tambor, las banderas, las campanas, palomas mensajeras, pictogramas, escritura jeroglífica, el alfabeto, las cartas, el correo postal, el telégrafo, teléfono, etc., podíamos comunicarnos en la distancia y, también aprender sin necesidad del contacto directo....
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