miércoles, 10 de mayo de 2017

La sociedad del conocimiento y el impacto económico de las universidades

Escribe Jasmina Berbegal Mirabent (Tomado de Studia XXI con permiso de sus editores)

La sociedad del conocimiento es fruto de la combinación de cuatro elementos relacionados entre sí: la producción de conocimiento resultante de la investigación científica, la transmisión de este conocimiento a través de la educación y la formación, la difusión de las tecnologías de la información y comunicación, y finalmente la explotación por la vía de los procesos y las actividades de innovación tecnológica. Utilizando una aproximación sociológica constructivista, el conocimiento es una estructura social abierta, con una doble dimensión creativa e intelectual que intermedia entre la ciencia (en el sentido académico) y la cultura (sociedad).
Las habilidades para inventar e innovar son las claves y el motor que impulsa el crecimiento económico de la sociedad.
Por definición, toda organización crea y difunde conocimiento de una manera u otra. Un claro ejemplo lo encontramos en las universidades. Llegados a este punto, resulta imprescindible plantearse qué papel juegan estas instituciones en la sociedad y qué factores limitan/facilitan el desarrollo de sus funciones. Este debate no es nuevo. Si bien hay consenso sobre su importancia, son muchas las organizaciones, asociaciones y foros en los que se debate su papel e impacto en la sociedad.
La teoría sobre los sistemas regionales de innovación, las regiones que aprenden, el modelo de la triple hélice, la teoría sobre el “Mode 2” o la del compromiso universitario, han propiciado que no sólo los académicos sino también aquellas personas que tienen en sus manos el diseño de las políticas de desarrollo regional, consideren las universidades como elementos estratégicos. En concreto, la literatura sobre los sistemas regionales de innovación enfatiza la importancia de fortalecer los vínculos entre las diversas instituciones que conforman el sistema y mejorar la competitividad. El modelo de la triple hélice aboga por unas relaciones de naturaleza híbrida y recursiva, que va más allá de las propias fronteras institucionales entre las tres esferas que lo integran (universidad-empresa-gobierno). La teoría del compromiso universitario enfatiza la flexibilidad de respuesta y las capacidades adaptativas y de aprendizaje que deben adoptar las universidades, mientras que el “Mode 2” explica el rol de la investigación científica en la sociedad posmoderna, consistente en unas relaciones universidad-empresa plurales e interdisciplinarias que promueven el establecimiento de redes de trabajo con el objetivo de maximizar el proceso innovador y aprovechas las sinergias que se derivan.
Si bien la estructura y función de las universidades ha ido evolucionando con el tiempo, según progresaba la sociedad, es en los últimos años cuando los cambios han sido más acentuados. En el marco de una sociedad del conocimiento, de la creciente internacionalización de la oferta universitaria y en correspondencia a la confianza que la sociedad deposita en la gestión autónoma de las universidades, las universidades están inmersas en un proceso de redefinición de sus procesos, diseñando nuevas fórmulas y estructuras flexibles que les permita adaptarse a un entorno cambiante regulado por las demandas del mercado.
Los gobiernos ya no conciben un plan de actuación a nivel de política industrial y tecnológica sin contar con las universidades como partners estratégicos. Si bien a mitades del siglo XX las universidades tenían un rol secundario en el desarrollo regional de un territorio, a fecha de hoy el sistema universitario es un activo sumamente estratégico. Esta creciente presión sobre las universidades en las esferas demográfica, económica, tecnológica, social y política sitúa a las universidades como motores del progreso económico. Sin embargo, estas exigencias plantean algunas cuestiones que merecen cierta reflexión: ¿Cómo pueden las universidades contribuir mejor a las necesidades locales y regionales? ¿Qué mecanismos pueden contribuir a facilitar las interacciones universidad-empresas para asegurar la valorización y explotación de todo el conocimiento que se genera?
Si bien tradicionalmente el rol que desempeñan las universidades en la sociedad del conocimiento se ha analizado desde su triple misión (docencia, investigación y transferencia), este enfoque no es suficiente para comprender la complejidad de su aporte. Una perspectiva que podría ayudar a responder a las preguntas anteriores y a explicar la importancia de las universidades en los sistemas regionales de innovación proviene del análisis de su impacto económico. Las universidades son empleadoras, proveedoras y consumidoras, funciones complementarias que se realizan simultáneamente. Veamos en detalle cada una de ellas.
Empezando con el rol de consumidor, las universidades requieren de un conjunto de recursos para llevar a cabo sus funciones. Para ello, deben provisionarse con una amplia gama de productos y servicios que generalmente se contratan a proveedores regionales. Actuando como clientes regulares de la industria, las universidades contribuyen al desarrollo económico, creando demanda y dinamizando la actividad económica del territorio en el que se ubican.
Las universidades son también empleadoras. Debido a su diversidad de funciones, precisan de una provisión de recursos humanos variada. Se requiere personal capaz de enseñar, investigar y transferir conocimiento. Necesitan también personal de apoyo a la gestión (p.e. personal administrativo y de servicios, bibliotecarios), así como profesionales capaces de atender a los servicios dirigidos a toda la comunidad (p.e. mantenimiento, infraestructuras, TIC, reprografía, restauración). Asimismo, las comunicaciones de nuevas invenciones, resultantes de las actividades de investigación, pueden también dar lugar a nuevos productos y servicios e incluso materializarse en nuevas empresas, las cuales requerirán de personal. Desde esta perspectiva, las universidades son pues instituciones que emplean a un gran número de personas con perfiles muy heterogéneos.
Por último, como proveedoras, las universidades proporcionan capital humano (graduados, postgraduados y doctores) que busca satisfacer las demandas del mercado de una mano de obra cada vez más cualificada. Las nuevas tecnologías suponen la destrucción de sitios de trabajo pero a la vez la creación de nuevos, lo que significa que los nuevos profesionales deben poder aportar valor añadido a las empresas, evitando así su sustitución por máquinas o robots. Las empresas necesitan también las universidades para impulsar sus procesos de I+D y acortar los tiempos entre la fase de descubrimiento y la de aplicación y explotación tecnológica. Varios mecanismos facilitan estas interacciones (contratos de I+D, concesión de licencias para la explotación de la propiedad intelectual, etc.). De forma similar, los servicios de incubación, asesoramiento y consultoría contribuyen también a situar a las universidades como proveedoras, en este caso de espacios y servicios avanzados, que a su vez, fortalecen los vínculos universidad-empresa.
De este análisis, se desprende el notable impacto económico que tienen las universidades en las economías regionales: generan puestos de trabajo, contribuyen a la creación de una mano de obra más flexible y competente, y producen productos y servicios que son comercializables y generan retorno económico.
La contribución de las universidades en el territorio es pues incuestionable, más aun en un contexto caracterizado por un estancamiento económico en el que las empresas de la mayoría de sectores están debilitadas. La definición de unos indicadores cuantificables y objetivos ayudará sin duda alguna a comprender hasta qué punto las universidades condicionan el desarrollo regional y el avance de la sociedad.
Tomado de Studia XXI con permiso de sus editores

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