Escribe Juan José Alvarez
El debate educativo se ha instalado en el centro de las preocupaciones de nuestra sociedad y lo importante ahora es acertar en el diagnóstico, clave para preservar y elevar la calidad de nuestro sistema educativo.
Educar representa un reto conjunto para toda nuestra sociedad, ha de ser un proyecto colectivo y compartido.
Hay que sembrar, asentar y consolidar las bases para lograr una transformación de la percepción social sobre la educación y en particular sobre la educación superior, verdadero motor de desarrollo presente y futuro, y todo ello sin la imperiosa necesidad de satisfacer expectativas electorales perentorias o urgentes. Se trata de un propósito, un reto fácil de expresar pero complejo de lograr: alcanzar la eficiencia y la equidad en los procesos de educación y formación.
La dura crisis que poco a poco vamos superando ha tenido muchas derivadas perversas. Una de ellas se traduce en que todo aquello que no aporte réditos inmediatos al sistema parece destinado a ser sacrificado y arrojado por la borda de lo prescindible. Frente a esta inercia cabe defender que la inversión en salud, en educación y en formación en el trabajo han de integrar el eje de toda política pública eficaz, competitiva y solidaria.
Necesitamos volver al origen para resolver los problemas de nuestra sociedad y hacerlo con las garantías que nos da todo lo que hemos sido capaces de progresar en estos años. Volver al origen para innovar. Una innovación que impregne las estrategias de desarrollo económico y social. Una innovación útil, práctica, que nos ayude a avanzar, que nos lleve de los discursos a los hechos. Esa innovación tiene que ver mucho con los valores del respeto, el reconocimiento del otro, la perseverancia en el esfuerzo y la capacidad de asumir riesgos.
Nuestro reto actual para ganar el desafío de la innovación no radica tanto o solo en la tecnología cuanto en el conocimiento y reside sobre todo en la cooperación. Vivimos una profunda crisis de la práctica de la cooperación, y sin ella no hay nada que hacer. Necesitamos cooperar unos con otros, dialogar de verdad buscando espacios comunes.
El debate del futuro. La mirada ilustrada a los problemas de siempre, pero con las armas de la experiencia y el saber acumulado. Conocimiento al servicio de la sociedad, pero sobre todo trabajo, valores de esfuerzo y sacrificio, práctica permanente de la cooperación, del respeto a la diversidad, de apuesta por un liderazgo compartido en el que todos tienen que aportar, de cuidar los detalles y respetar la inteligencia, de dar valor a la reflexión y al silencio.
Son tiempos de innovación. También, por supuesto, en la Universidad. Una innovación sobrevenida, que se nos impone por los que han hecho ya las tareas. Necesitamos tomar las riendas de la innovación, anticiparla, construir nuestro propio destino, olvidar la fácil excusa de que todo nos viene impuesto desde fuera, porque no es verdad. Lo que vayamos a ser depende, sobre todo, de nosotros mismos, de todos y cada uno de nosotros.
Nos falta más pegagogía social en torno al valor de la formación y al papel que debemos jugar las universidades y los universitarios ante ese reto educativo. Con demasiada frecuencia lo público en general y la universidad en particular no sabemos mostrar nuestras potencialidades a la sociedad a la que nos debemos. Tenemos que hacer un esfuerzo adicional para hacer ver a nuestras familias el esfuerzo que realizamos para llegar a esa meta de excelencia que nunca deja de marcar retos.
Hay que subrayar la importancia estratégica de la educación, de la formación: es mucho más que un capricho intelectual, al convertirse en la forma de abrirse camino en la vida de forma libre, autónoma, creativa. La educación superior y el desarrollo científico y tecnológico son en la sociedad del conocimiento la herramienta imprescindible para conseguir el desarrollo económico y social sostenido.
En particular, la universidad no puede convertirse en un fin en sí mismo. Hay que combatir la ola de utilitarismo que algunos quieren imponer a las Universidades. ¿Cómo hacerlo? reafirmando los valores tradicionales de la Universidad: el pensamiento básico y crítico, el rigor intelectual, la honradez, la dedicación, el entusiasmo, la motivación.
Como con frecuencia afirma el Prof. Dr. Pedro Miguel Etxenike, la característica esencial de una universidad de excelencia es cuidar a los jóvenes, cuidar y formar a las personas: deben ser “ciudadanos” de la universidad. Cuidar a los jóvenes y a su desarrollo intelectual y personal es la marca de las instituciones de excelencia.
Todos los estratos o etapas educativas son claves, pero el eslabón superior, el de las Universidades, deviene fundamental para culminar esa estrategia y para garantizar una educación del más alto nivel, una investigación avanzada y una innovación puntera.
El tejido empresarial necesita, más que nunca, una verdadera y mayor interacción entre empresa, sociedad y universidad.
Empresa y Universidad responden a culturas, valores y misiones diferentes, pero deben coordinarse más y mejor, deben ir de la mano, deben apostar por la superación de modelos de gestión que les convierten demasiadas veces en compartimentos casi estancos dentro de la sociedad.
Hemos avanzado, sí, pero ello no debe frenar nuestra laboriosidad bajo la autocomplacencia; al contrario, debe motivarnos para seguir trabajando duro, conscientes de que la formación y la empleabilidad de nuestros jóvenes depende en buena medida de que asumamos con motivación y profesionalidad cada clase, cada labor académica, cada investigación.
Los valores de entrega, de dedicación, de motivación, de búsqueda de la calidad y de la eficiencia han de inspirar nuestra actuación como universitarios, trabajando con pautas de ilusión, de excelencia y de servicio social.
Todo ello es necesario pero no suficiente: hay que modernizar nuestra gobernanza interna, nuestra estructura, debemos aportar todas las nuevas herramientas metodológicas de aprendizaje a nuestros estudiantes, internacionalizar nuestra oferta formativa y reforzar de verdad nuestra apuesta por la calidad.
Y desde el reducto de libertad que representa la tarea universitaria, con humildad, reconocimiento y absoluto respeto al trabajo desarrollado por cada una de nuestras universidades quisiera proponer un último reto pendiente: convertir nuestra suma de universidades en un verdadero sistema universitario al servicio de la sociedad. Fortalecer el papel de nuestras Universidades y mejorar su calidad es clave para nuestro principal valor, base además de todo proceso productivo y de un futuro colectivo, desligado de meras aspiraciones individuales: nuestros jóvenes y su formación.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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