Escribe: Lorenzo García Aretio
Cuando en la enseñanza convencional de corte presencial, la de toda la vida, el profesor se empeña sistemáticamente en impartir su docencia a través de la metodología de clase magistral, probablemente no es consciente de que aquellos buenos alumnos que siguieron con atención su exposición y tomaron notas, olvidan un alto porcentaje de lo aprendido (quien sabe si el 50%) transcurrida una hora. No digamos aquellos otros que sólo captaron pasajes aislados de la exposición o aquellos que desconectaron transcurridos los primeros cinco minutos. Y quienes, cada vez más, esperan respuestas breves e inmediatas a cualesquiera de sus interrogantes, las esperan o las encuentran a golpe de clic. ¡Ay, las diferencias individuales, los grandes grupos y las TIC!
Hace pocos días leía en EL PAÏS esta frase del profesor Xavier Giménez: “El inconveniente de las clases magistrales en las carreras científicas es que el 75% de los alumnos desconectan por la complejidad de la materia y su dificultad para seguir las exposiciones del profesor. El estudiante que por su estructura mental se concentra con facilidad, entra en un circuito de alimentación positiva y te sigue siempre. El que no, entra en un círculo vicioso negativo y cuánto más se pierde, menos te escucha”.
Ello no supone una descalificación absoluta del método expositivo de la clase o lección magistral, pero no cabe duda que en esta metodología el mayor esfuerzo lo pone el docente, él es el centro de esos 45-60 minutos de clase, de discurso. Los estudiantes están pasivos, escuchan o, en el mejor de los casos, toman algunas notas. En suma, monólogo, comunicación unidireccional, que supone transmisión del saber de forma más o menos crítica con la intención de que sea memorizado, quizás reflexionado y, posteriormente, repetido. Es decir, quizás quede logrado el objetivo de que el estudiante pueda lograr determinada información, pero ¿y objetivos más complejos? Esta práctica docente como hacer sistemático ocupa todavía espacio en nuestras universidades de hoy
¿Quién puede dudar de que una excelente lección magistral puede suponer algunos beneficios? Quizás se haya ahorrado tiempo y recursos para mostrar a un buen número de alumnos y de forma rápida el saber que se pretendía; podría también suscitar la motivación, la curiosidad de los estudiantes para continuar indagando en el tema, para profundizar; contenidos complejos podrían desbrozarse por parte del profesor; probablemente el buen docente puede llegar a esbozar una síntesis integradora de diferentes corrientes sobre el tema; podrían existir pocos documentos escritos sobre aquello que el profesor explica; es probable que para algunos estudiantes el lenguaje oral les resulte más propicio para aprender que el escrito…
En todo caso, una metodología no se puede calificar genéricamente como buena o mala, dado que a la hora de valorarla ha de considerarse que interaccionan numerosos componentes y factores. No todos los docentes son aptos para esta metodología, no todos comunican con entusiasmo y convencimiento. Otros, quizás aptos, nunca atendieron a las buenas técnicas para mejorar la práctica. ¿Se preparó adecuadamente la lección?, ¿se siguieron parámetros ya aceptados para un buen uso de esa metodología?, ¿se hizo énfasis para fijar las ideas clave?, etc.
Es decir, un tema de estudio tratado adecuadamente con la metodología de la lección magistral, no ha de desecharse del todo, aunque personalmente pienso que abusar de esa metodología no resulta en absoluto recomendable. Esta metodología suele poner el énfasis en la enseñanza y olvida que el objetivo sería (debería ser) el aprendizaje por parte de los estudiantes, estrategia contraria a las sugerencias del EEES (Espacio Europeo de Educación Superior). Olvida cualquier posibilidad de evaluación durante el acto. Sinceramente, creo que se continúa abusando en nuestras universidades de tales monólogos ante un auditorio de estudiantes, generalmente pasivos. Algunos de estos aburridos estudiantes podrían considerar que esa “magnífica” información del profesor podría sustituirse por otra mucho más breve que orientase hacía que libros, artículos, documentos…, buscar en la biblioteca física y hoy en la inmensa jungla de los documentos digitales que, a su vez, permitirían enfoques diferentes, análisis críticos, etc.
Aunque afortunadamente cada vez van surgiendo otras experiencias y enfoques más activos, colaborativos y eficaces. Como señala Xavier Giménez en el artículo citado más arriba: “El cambio debe partir necesariamente del docente, que debe abandonar su inercia“. Este profesor propone la total sustitución de las clases magistrales: “Eso no quiere decir que el profesor no explica, sino que sustituye su propia narrativa por otra adaptada a lo que preguntan los alumnos. Es la clave del profesor moderno”
De todas formas, no olvidemos las limitaciones de esas facultades y cursos con grupos muy masificados de alumnos, ¿metodologías activas y participativas con gran número de estudiantes? Para pensar.
Y surgió la educación a distancia y desapareció la necesidad de una enseñanza con permanente relación cara a cara profesor-estudiante. ¿Qué pasó con la lección magistral? Lo dejamos para otra próxima entrada en el blog.
Tomado de Contextos universitarios mediados con permiso de su autor
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