Con el Proceso de Bolonia las prácticas universitarias en empresas se han generalizado en los planes de estudio de la mayoría de titulaciones de las universidades españolas que, además, forman parte del currículum educativo y suelen ser evaluadas. Esta generalización parece responder en gran medida a una necesidad identificada por todos los actores implicados: la de aumentar el contenido práctico de la formación y de reducir, por tanto, el gran salto que se produce –o se producía- entre unas enseñanzas universitarias en ocasiones extremadamente teóricas y unos requerimientos eminentemente prácticos por parte de las empresas. Tanto titulados como empleadores y profesores parecen estar de acuerdo en que la “capacidad de aplicar los conocimientos a la práctica” es una de las principales carencias de la formación universitaria actual y donde mayor margen de mejora existe.
En paralelo, también parece haber una percepción ampliamente extendida de que las prácticas tienen efectos positivos sobre el éxito laboral posterior de los universitarios. Es decir, que realizar prácticas es beneficioso para el acceso al mundo laboral. Y es comprensible que se piense así, porque además varios estudios parecen confirmar esta regularidad (por ejemplo éste, éste o éste). Sin ir más lejos, hace unos años Jorge Galindo y yo comprobamos en un artículo académico que los jóvenes que habían tenido experiencias laborales mientras estudian sufrían menores riesgos laborales en el futuro. Riesgos laborales que se traducían en una mayor probabilidad de conseguir trabajo, una menor probabilidad de caer en la temporalidad o en salarios más elevados. Para ello utilizábamos datos del módulo ad hoc de 2009 de la Labour Force Survey sobre inserción laboral de los jóvenes, y observábamos que, en España, quienes no habían tenido ninguna experiencia laboral mientras estudiaban tenían un riesgo cinco veces mayor de acabar con un contrato temporal involuntario, en comparación con aquellos que sí hicieron prácticas laborales o tuvieron contratos de formación mientras estudiaban.
Con todo, que les vaya mejor laboralmente a quienes hicieron prácticas durante su carrera no quiere decir necesariamente que las prácticas tengan en todos los casos ese efecto positivo que se les presupone.
Y lo que es más importante, constatar la regularidad nada explica de por qué quienes hacen prácticas tienen mejores resultados laborales, es decir, de los mecanismos explicativos. ¿Son beneficiosas para los universitarios porque con ellas adquieren habilidades y conocimientos demandados en el mercado de trabajo? ¿O es simplemente porque señalizan elementos diferenciales con respecto a quienes no hicieron prácticas? ¿Qué pasaría entonces si al hacerse obligatorias todos los estudiantes pueden señalizar que han realizado prácticas? A continuación se presentan las potencialidades y riesgos de las prácticas universitarias.
¿Les va mejor porque hicieron prácticas, o hicieron prácticas porque eran mejores?
En una mítica escena cinematográfica, Jon Cusack, el protagonista de la película Alta fidelidad, se pregunta a sí mismo si escuchaba música pop porque estaba deprimido, o si estaba deprimido por escuchar música pop[2]. Esta frase, aparentemente anecdótica y banal, en realidad encierra uno de los mayores -y quizá más antiguos- retos a los que nos enfrentamos en la investigación: el de establecer efectos causales de manera creíble. Que el fenómeno A acompañe a B no quiere decir necesariamente que A cause B. Del mismo modo, que quienes hayan hecho prácticas tengan mejores resultados laborales no quiere decir necesariamente que las prácticas tengan un efecto causal en los resultados laborales futuros. Podría suceder que quienes hacen prácticas estuvieran auto-seleccionados positivamente, y si así fuera probablemente obtendrían mejores resultados laborales independientemente de que hicieran prácticas o no. O podría suceder también que las titulaciones, las universidades o el origen familiar de quienes hacen prácticas sean distintas de quienes no las hacen, y eso podría también explicar el efecto positivo de las prácticas.
El problema es que no son muchos los estudios capaces de establecer conclusiones en términos causales sobre este asunto. Uno de los estudios que sí lo hace, centrado en Alemania, es el de Saniter y sus coautores. Estos investigadores observan de manera consistente que la realización de prácticas tiene un efecto positivo y estadísticamente significativo al elevar los salarios un 6% aproximadamente[3]. Los autores además exploran los mecanismos potenciales para explicar esa regularidad y concluyen que la mayor parte del efecto se explica por variables intermedias, como tener un trabajo a tiempo completo, haber completado un doctorado o haber pasado menos tiempo en el desempleo desde que se completaron los estudios.
Es decir, haber tenido experiencia laboral a través de un programa de prácticas reduce el riesgo de estar desempleado en los primeros años de incorporación laboral y eso acaba explicando que se obtengan salarios más altos.
Otro hallazgo interesante de su estudio es que no encuentran diferencias en el efecto de las prácticas sobre los salarios según género, educación de los padres o resultados académicos durante la secundaria. Sin embargo, observan que las prácticas son particularmente beneficiosas para estudiantes de carreras con menor orientación hacia el mercado de trabajo, como las Humanidades, las Filologías, o las Ciencias sociales. La interpretación que dan es que las prácticas ayudan a desarrollar un mejor conocimiento de su ocupación futura y de sus propias preferencias, que hace que las prácticas pueden ser vistas como un facilitador que abre puertas en el mercado de trabajo y suaviza la transición entre la educación y el empleo.
Pero las prácticas pueden ser positivas para los estudiantes no sólo porque mejoren sus habilidades o conocimientos, sino también porque les permiten señalizarse positivamente en el mercado de trabajo. Las empresas cuando contratan no conocen a priori la productividad de los trabajadores, y por eso las referencias personales o las señales indirectas sobre el candidato les pueden resultar muy útiles para decidirse. Y precisamente sobre el efecto señalizador de las prácticas hay otro estudio que llega a conclusiones muy relevantes. En él, Nunley y sus coautores evaluaron el impacto sobre el éxito laboral de tres elementos diferenciados: por un lado, tener una titulación académica relacionada con el trabajo a desempeñar, por otro, tener buenas calificaciones y, por otro, el haber realizado prácticas en empresas. Para ello llevaron a cabo un experimento en 7 grandes ciudades estadounidenses. Enviaron currículos ficticios a vacantes reales donde se aleatorizaban distintos elementos del CV y se medía la tasa de respuesta de los empleadores, es decir, en qué medida resultaban atractivos a los empleadores unos y otros candidatos. Con este diseño se evita el temible sesgo de selección antes mencionado, es decir, que los candidatos que realizan prácticas tengan características diferentes a quienes no las hacen, como por ejemplo mejores notas, y que eso pudiera confundir los efectos. Y de nuevo este estudio también aporta evidencia sólida sobre el efecto positivo de las prácticas.
Constataron que incluir en el CV unas prácticas universitarias relacionadas con el puesto ofertado elevaba la probabilidad de recibir invitación para una entrevista un 14% con respecto a los CV que no tenían esa experiencia laboral.
Este efecto además resultaba mayor en magnitud que contar con una titulación relacionada con el puesto de trabajo ofertado o haber tenido buenas notas. Es decir, tener una experiencia de prácticas era más incluso que la titulación o las calificaciones, lo que más marcaba la diferencia entre unos y otros candidatos.
Por tanto, parece que ya sea porque mejoren sus capacidades o simplemente porque dan señales positivas a los empleadores, lo cierto es que quienes realizan prácticas universitarias están mejor situados después en el mercado de trabajo. ¿Pero qué pasaría si al ser obligatorias las prácticas perdieran su capacidad de señalización? Esto es precisamente el objetivo del estudio de Klein y Weiss, que analizaron el efecto de los programas obligatorios de prácticas sobre resultados laborales como el tiempo en acceder al primer empleo, la historia laboral en los primeros años y los salarios. Para ello utilizaron la técnica del propensity score matching, que permite comparar individuos que hicieron prácticas con otros de características similares que no hicieron y estimar las diferencias entre ellos. Lo que concluyeron es que, a diferencia de lo que suele encontrarse unívocamente para las prácticas voluntarias, las prácticas obligatorias no parecen tener un efecto positivo sobre los resultados laborales en general, ni son particularmente beneficiosas para titulados de orígenes menos favorecidos.
Parecería, en consecuencia, que, cuando son obligatorias, los efectos positivos de las prácticas no son tan claros. La explicación más evidente tiene que ver con la motivación. Las prácticas voluntarias van asociadas a una motivación intrínseca que no necesariamente existe si se ven obligados a ello y que puede influir en su aprovechamiento. De igual modo, el efecto de señalización para el empleador no es tan evidente si son obligatorias y generalizadas para todos los estudiantes. Pero no olvidemos tampoco otro aspecto crucial: la calidad de las prácticas. No en todas se tiene la oportunidad de aprender y desarrollar habilidades o conocimientos que resultan útiles posteriormente. Y más si desde las universidades se tienen que hacer convenios con muchas empresas. Unas serán muy enriquecedoras para el desempeño laboral futuro pero desgraciadamente, y por una cuestión numérica, otras no lo serán tanto. A nadie debería sorprender que los estudiantes que accedan a unas y otras sean bien diferentes.
Entonces, ¿las prácticas siempre son beneficiosas?
En definitiva, las prácticas universitarias tienen indudables y amplios efectos positivos: ayudan a suavizar la entrada al mundo laboral, permiten adquirir habilidades específicas de la ocupación o sector, pueden ayudar a orientar el perfil profesional y además, en muchos casos, proveen de formas específicas de capital cultural, como códigos de comportamiento, actitudes o soft skills, que difícilmente se aprenden en la educación formal y que de otro modo sólo podrían adquirirse en el ámbito familiar. En todas las titulaciones son positivas, pero en algunas como enfermería o medicina las prácticas son simplemente imprescindibles. Además del componente formativo, en muchos casos sirven también para señalizar positivamente al candidato frente a futuros empleadores.
La generalización de las prácticas parece por tanto una buena idea, pero entraña también riesgos que merece la pena anticipar.
No son la panacea y simplemente incorporándolas como obligatorias en el currículum docente no se solucionan problemas más de fondo. Hoy día en España, por desgracia, hay prácticas o becas que pueden prestarse a situaciones de abuso por parte de algunos empleadores. Por tanto, tan importante como la extensión de las prácticas en empresas es asegurar que el contenido de las mismas también sea de utilidad y cumplan con su función. Es fundamental que, sin son prácticas que forman parte del currículum docente, tengan un seguimiento directo por parte de las universidades. Un seguimiento que asegure el contenido de las mismas y su relación y adecuación con el currículum de la titulación. Pero también un seguimiento que no sólo garantice las condiciones contractuales de las prácticas, sino también los resultados de aprendizaje que se consiguen con ellas. Por eso también la tutorización y la mentorización por parte de los tutores universitarios o tutores de la empresa juega un papel fundamental.
Referencias
[1]Universidades y empresas: apuntes para crear sinergias con sentido. Studia XXI y Fundación Europea Sociedad y Educación. Madrid. Publicación: noviembre 2018.
[2] En la versión original de la cinta: “Did I listen to pop music because I was miserable, or was I miserable because I listened to pop music?”.
[3] Todos los efectos observados por Saniter y sus coautores pueden ser interpretados en términos causales porque al aprovechar el cambio en la obligatoriedad de las prácticas controlan por la auto-selección de los estudiantes. Además los resultados son también convincentes porque se tienen en cuenta posibles diferencias en la calidad de las universidades y el programa de estudios, se verifica que no intervienen otros cambios simultáneos en la calidad del asesoramiento y seguimiento de las prácticas; y se comprueba que no hay auto-selección de los estudiantes en asignaturas o carreras con o sin prácticas obligatorias.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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