Apostamos por acercar la ciencia a los jóvenes y hacerles sentirse partícipes y orgullosos de la investigación que se realiza en su entorno (en computación, en genómica, en temas relacionados con la salud, el medio ambiente y la ingeniería), porque es una manera de decirles ‘vosotros también podéis hacerlo’”. Mateo Valero. Director del Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona
“Aunque la mayoría de las veces fui la única mujer en las clases de matemáticas y física en la universidad, una de las profesoras de matemáticas era una mujer, llamada Florence Long. Ella era una de las favoritas de todos los estudiantes que estudian matemáticas. Ella también era un gran ser humano”. Margaret Hamilton. Científica computacional y matemática
Durante siglos la universidad clasificó los saberes separando la filosofía de la ciencia, el humanismo de la técnica, el “logos” de la “praxis”. La tecnología entendida hoy como ciencia aplicada no era una formación que pudiera darse en las universidades. Demasiado terrenal, demasiado efímera, demasiado vulgar.
Si miramos la historia pasada lo vemos en seguida. La fundación de las grandes universidades europeas de Alemania, Francia, Inglaterra, incluso la que consideramos más antigua como es la universidad de Bolonia (1088), se crearon para enseñar principalmente las tres grandes áreas del saber: la filosofía, considerada durante siglos como la sierva de la teología (“philosophia ancilla theologiae”) para salvar el alma, el derecho, para gobernar la ciudad, y la medicina, para curar el cuerpo. Estos tres saberes que se proclamaban desde el púlpito universitario, definían de alguna manera el concepto de lo “humano”. La filosofía, como relación fundamental del individuo con su capacidad de pensar, tardaría siglos en despegarse de la teología hasta llegar a construir un pensamiento libre y científico, fuera de toda supervisión y atadura religiosa (¡el “sapere aude” de Kant no llegaría hasta 1784!). El derecho, como relación fundamental del individuo con los otros individuos, articulaba un cuerpo de leyes para mantener el gobierno y la paz social. Y finalmente la medicina, como relación fundamental del individuo con su propio cuerpo, procuraba un cuerpo de expertos que curasen a las personas, hicieran frente a las epidemias y administrasen las instituciones asistenciales. Estas tres enseñanzas formaron fundamentalmente el “core” universitario durante siglos, dejando fuera otro tipo de saberes menores no considerados universitarios y por lo tanto no “humanos”.
Sin embargo, existían otros muchos conocimientos que se desarrollaban de forma paralela fuera de las murallas de la universidad derivados de los oficios, de los aprendizajes y de las artes que realizaban todo tipo de artesanos (recordar aquí que la palabra “tecnología” viene del griego “τέχνη” que significa arte y “λογία” que significa estudio). Eran los arquitectos, maestros de obras, ingenieros de puentes y expertos en mil artilugios mecánicos que “hacían e inventaban cosas”, buscando siempre soluciones a los problemas de la vida terrenal. Europa, como bien explican historiadores y economistas, se construyó y se desarrolló en gran parte gracias a estos innumerables artesanos agrupados en gremios que intercambiaban y comercializaban sus productos y sus soluciones.
Europa se construyó y se desarrolló en gran parte gracias a estos innumerables artesanos agrupados en gremios.
La exclusión de las tecnologías de las universidades permaneció durante siglos y su consideración la podemos fijar en fechas muy recientes. Solo dos ejemplos rápidos: la creación de las grandes universidades Tech de Estados Unidos se fundan en la mitad del siglo XIX como necesidad para transformar un extenso país desolado por la guerra civil. Los nuevos gobernantes comprendieron rápidamente que no era suficiente disponer de universidades de corte europeo sino también de universidades tecnológicas que formasen ingenieros de todo tipo para construir las infraestructuras e impulsar la economía de la nueva nación. El MIT se creó en 1861, Caltech en 1891, Georgia Tech, en 1885, Virginia Tech en 1872, etc.
El segundo ejemplo es justamente el nuestro. La creación de universidades politécnicas españolas es aún más reciente si cabe, la UPV, UPM y UPC en el 1971 y la UPCT en el 1998. La creación de las universidades politécnicas, así como la entrada de las titulaciones de ingeniería en el resto de universidades, tienen el objetivo de integrar en el ámbito universitario muchas enseñanzas técnicas dispersas y creadas en su día por gobiernos, ayuntamientos, asociaciones o cámaras de comercio para impulsar también la industrialización y la modernización del país. En el caso de la UPC, la antigua Real Junta Particular de Comercio crea en el siglo XIX una serie de escuelas y estudios técnicos para promover la actividad económica e industrial de Catalunya. La “Cambra de Comerç” promovió los primeros estudios técnicos sobre ingeniería, arquitectura y náutica porque se necesitaban ingenieros para impulsar la industria catalana, arquitectos para construir y modernizar las ciudades fuera de las murallas y navegantes para la importación de materias primas del norte de África, principalmente. Son expertos que la sociedad civil requiere y la universidad clásica no los podía ofrecer.
La tecnología aplicada siempre ha tenido el objetivo esencial de mejorar la vida de las personas y el avance del progreso de las sociedades, pero, también es cierto que hay muchos puntos negros respecto a su pretensión “humanística”, que muchos pensadores han analizado desde diferentes perspectivas. Aporto aquí solo uno, considerado seguramente el más relevante y el que ha producido los debates más enconados. El punto negro de la tecnología y de la ciencia aplicada es su relación con la industria de la guerra. Es verdad es que, desde siempre, las tecnologías aplicadas se han desarrollado especialmente en épocas de conflictos bélicos. El siglo XX ha sido el más decepcionante en este aspecto por la segunda guerra mundial y la implicación de la tecnología derivada de la física, la ciencia moderna por excelencia, con la creación de la bomba atómica. Las consecuencias expansivas de esta alianza entre tecnología y armas bélicas aún no están superadas ni en la misma academia.
La tecnología aplicada ha tenido siempre el objetivo esencial de mejorar la vida de las personas y el progreso de las sociedades, pero también es cierto que hay puntos negros, como su relación con la industria de la guerra.
Hasta aquí estas breves notas sobre tecnología y humanismo, como excusa para compartir tres reflexiones que, a mi juicio, se deberían profundizar en las universidades en los próximos años, sobre todo para afrontar con éxito la que se considera por todos como la era de la tecnología, la sociedad del conocimiento tecnológico, la sociedad digital o lo que algunos avanzan como la cuarta revolución industrial con la convergencia de las tecnologías digitales, físicas y biológicas.
En primer lugar, las universidades deberían empezar por poner fin a esta división entre arte, humanidades, ciencias sociales y ciencias técnicas y tecnología. Cada vez más se alzan voces al respecto y se implementan estudios transversales, dobles titulaciones, cursos mixtos en donde se mezclan diferentes áreas del saber. Es necesario crear pasarelas y cursos complementarios en donde se articulen reflexiones y aprendizajes entre diferentes áreas del conocimiento. Sería muy fructífero crear nuevos ámbitos del conocimiento entre tecnología y medicina, tecnología y biología, tecnología y ciencias sociales, tecnología y derecho, tecnología y filosofía, por ejemplo, y empezar a derribar este muro que todavía existe en todas las etapas de la educación.
En el campo de la investigación ya está sucediendo desde hace tiempo. Si visitamos los centros punteros tecnológicos del país podemos comprobar que los proyectos que se están llevando a cabo son, realmente, para mejorar nuestra salud, el medio ambiente y nuestra calidad de vida. Solo aquí, en la UPC, hay cientos de proyectos que sorprenderían a muchos estudiantes y profesores de humanidades y ciencias sociales: proyectos de robótica que buscan soluciones para las personas con problemas graves de movilidad, proyectos de mejora de la gestión del agua y del medio ambiente, proyectos de aprovechamiento de la luz para realizar análisis médicos no invasivos, estudios con datos masivos (big data) para analizar el aire que respiramos, etc. Hay un sinfín de implicaciones entre la tecnología y otras ciencias que ya se están investigando en nuestras universidades y que demuestran que la tecnología aplicada es un humanismo de pies a la cabeza.
Hay territorios infinitos por explorar si los saberes se relacionan y los “filósofos y filósofas” y “tecnólogos y tecnólogas” se hablan entre sí, por decirlo de una manera sintética. Justamente la filósofa Marina Garcés inauguraba el curso académico de la UPC con una lección sobre la relación entre los saberes y la ignorancia, y exhortaba a los tecnólogos a ir juntos, con otros expertos, a conocer nuevos saberes aún por conquistar. Una expedición así solo es posible si somos capaces de repensar las clasificaciones previas de los saberes aprendidos y saltar el muro de lo conocido durante siglos.
Hay territorios infinitos por explorar si los saberes se relacionan y los “filósofos y filósofas” y “tecnólogos y tecnólogas” se hablan entre sí.
La segunda reflexión hace referencia a un tema cada vez más acuciante, que es la relación entre la tecnología y la ética. ¿La robótica eliminará los puestos de trabajo? ¿La manipulación de las redes sociales puede acabar con nuestra privacidad? ¿Las nuevas tecnologías comportan una pérdida de libertad y son una nueva forma de dominación de las personas? ¿Las tecnologías nos hacen más sabios o más ignorantes y dependientes de ellas? ¿Quién apretará el botón de la bomba, el gobernante de turno con sus decenas de defectos y dudas “humanas” o un robot con millones de informaciones procesadas? ¿Qué está permitido investigar y qué no? ¿En dónde están los límites éticos de la tecnología y de la inteligencia artificial? Estas cuestiones y muchas más son fundamentales para avanzar en esos nuevos saberes compartidos, muchos aún por descubrir. Las universidades deben tratar estos problemas de forma urgente no solo para defender los valores éticos continuamente amenazados en este inicio de siglo, sino para repensar y construir nuevos marcos éticos de referencia que necesitaremos y que se plantearán a medida que las innovaciones tecnológicas avancen.
Las universidades deben defender los valores éticos continuamente amenazados y construir nuevos marcos éticos de referencia.
Y, la tercera y última reflexión que quiero compartir con vosotros, es la presencia de la mujer en las ciencias y tecnologías aplicadas. Durante siglos se construyó un sistema educativo y también universitario en donde la mujer tampoco estaba presente y, cuando se la dejó entrar, fue destinada a estudios y carreras de corte menor y, preferentemente, en los ámbitos del saber relacionados con el arte, humanismo y ciencias sociales, pero escasamente en las ciencias y tecnologías aplicadas. El resultado es que en la universidades científicas y tecnológicas y en consecuencia en el mundo laboral derivado, no hay mujeres. La brecha se inicia en la familia, se acentúa y se perpetúa en la escuela y en la universidad, y se padece en el trabajo. Esta situación es insostenible porque no es posible un mundo tecnológico verdaderamente humano si falta el 50% de la población, que son las mujeres. Es simplemente una aberración intelectual aún poco denunciada, ni interiorizada por la misma universidad. Un error histórico que debería empezar a subsanarse desde el inicio del sistema educativo y con políticas y decisiones valientes y convencidas.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de sus editoresEl futuro tecnológico será humano si lo lideran y lo protagonizan las mujeres o no será.
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