Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED
En la industria alimentaria el término “trazabilidad” está ya muy extendido. Desde el queso con denominación de origen hasta el pan que consumimos, tiene etiquetas con información que nos permite conocer el origen y destino de lo que consumimos. Ciertamente en el ámbito académico y cultural este concepto puede generar cierto rechazo. Sin embargo, por analogía podemos decir que la investigación y el desarrollo de la cultura son como una cadena en la que cada persona va enganchando su eslabón. Si perdemos la información referida a las fuentes desde las que extraemos nuestras conclusiones, teorías, datos, etc. es como si se perdiera el “modo de enganchar” cada eslabón. Y, por tanto, tarde o temprano, terminamos generando cadenas inconexas y/o eslabones perdidos, como ya ha ocurrido. Además, al igual que el óxido termina por no sujetar el ancla de un barco, cuando los datos en los “anclajes” no están correctamente realizados, perdemos robustez en el corpus científico-teórico.
Siguiendo con esta analogía, podemos afirmar, que ese “enganche” lo representan los formatos de citación bibliográfica. La tarea, a veces ardua y poco gratificante de revisar las referencias, cobra sentido cuando le damos esta visión trascendente y precedente. Escribir correctamente la cita y la referencia es hacer justicia y reconocer a aquellos que nos han precedido en la historia del conocimiento. De igual modo nuestros paper, libros, comunicaciones en congresos… serían eslabones de la cadena abiertos en la medida en la que los distintos modos de comunicación científica y cultural incluyen, de modo explícito, todos y cada uno de los elementos referidos al qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué de las publicaciones.
El modo de citación es una convención a la que se ha llegado a partir de consensos en los distintos ámbitos de conocimiento que en el caso de la investigación educativa maneja de forma mayoritaria el estilo APA de citación. Que, si bien tiene sus limitaciones, resulta especialmente útil, dado el detalle con el que se ha descrito cada elemento que compone las citas y las referencias. Además, dado que actualmente está ya en su séptima edición, se demuestra que cada cambio que se va haciendo de una versión a otra permite la reflexión y adaptabilidad a los distintos medios y canales por los cuales comunicamos el saber.
Por poner algunos ejemplos: en el formato APA de la quinta edición, los títulos debían estar subrayados; mientras que, para la sexta edición, se sustituye este formato por la cursiva debido a la inclusión de los enlaces en formato HTML que suelen identificarse con el subrayado en la navegación web. En la séptima edición el número de apellidos en las citas es un máximo de dos, mientras que en la versión anterior se podían incluir más autores dentro del texto. Este cambio simplifica la información que aparece a lo largo del escrito y permite una lectura más ágil. Eso sí, en las referencias es imprescindible no olvidar incluir a cada autor que ha colaborado para así mantener la trazabilidad del “quién”.
Cabe aquí hacer una breve mención a los gestores bibliográficos que son ciertamente muy útiles si se alimenta desde el inicio de la investigación, se tiene el manejo con soltura del sistema y la disciplina y meticulosidad necesarias a la hora de alimentar estos gestores a partir de las búsquedas que realizamos.
Respecto a la pregunta “cuándo”, vale la pena mantener el año de publicación del documento. Ahora bien, siempre que se consulte, cabe pensar que este es orientativo en cuanto al momento en el que se produjo el “descubrimiento” o la redacción de las conclusiones. Esta afirmación responde al hecho de que el tiempo de revisión, edición, producción… de muchos canales de difusión científica actuales tienen tiempo de reacción mucho más lento de lo que avanzan otros, por su carácter inmediato y masivo (véase, por ejemplo, Twitter). Quizá como investigadores estamos en el momento de cuestionarnos cómo hacer que esos canales ayuden en los procesos de revisión rigurosa y concienzuda, pero a la vez ágil para edificar una “cadena de conocimiento” más fuerte y firme de que la que llevamos hasta ahora construyendo. Todo ello es reflexión es necesaria en la era digital en la que nos encontramos.
¿Dónde publicar? ¡Dónde publicar! Pregunta y exclamación al mismo tiempo. Desgraciadamente estamos un sistema que mide la productividad en base a una serie de algoritmos numéricos que no siempre tiene que ver con la verdadera calidad de los papers que se publican en revistas científicas. Revistas que han realizado prácticas indebidas para “subir” en los ránquines internacionales, investigadores que se han aprovechado del trabajo de otros para “subir” sus índices H, investigaciones realizadas sin demasiado fondo solo para “subir” el número de documentos publicados… y así unos cuantos problemas actuales para subir, subir y subir. Los canales de difusión científica, como las revistas, tienen un papel esencial para romper esta espuma de mar que no hace más que generar olas y óxido en la cadena del conocimiento ¿Cómo? Muy sencillo: si eres revisor de los papers, por favor, tómate en serio tu trabajo. Ayuda a los colegas -aunque no sepas quienes son- a aprender porque de ti depende que la revista en la que colaboras publique investigaciones verdaderamente académicas, rigurosas y de calidad.
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¿Qué motivaciones tenemos a la hora de realizar nuestro trabajo como investigadores? La profundidad de esta pregunta y lo multicausal de la su respuesta serían objeto de un blog monotemático. Ese “porqué” merece una respuesta singular y hondas reflexiones a nivel personal. Pero también a nivel de cada equipo investigador. Estamos ante una encrucijada entre hacer cosas por los “puntos” requeridos por las agencias de calidad para las acreditaciones y sexenios… y hacerlas por proporcionar una verdadera ayuda y contribución a la sociedad: a esas personas que son y serán destinatarias de lo que en nuestras conclusiones obtengamos. Desgraciadamente no siempre los intereses de las agencias de calidad y la necesidad de generar evidencias está en consonancia con las necesidades sociales. Si queremos que la “cadena” verdaderamente sostenga y sea sostenible, las investigaciones no deben solo realizarse motivadas por las exigencias de distintos organismos evaluadores; sino -y muy especialmente en el ámbito de la investigación educativa- necesitan “anclar” su razón de ser en los beneficios que obtendrán personas concretas (estudiantes, docentes, familias, responsables y gestores…). No hablamos necesariamente de beneficios materiales, sino del impacto personal y social que generan.
Cuando esos “porqués” son compartidos por los equipos investigadores el potencial de las investigaciones es exponencial. No se trata de una suma de individuos particulares cuyo resultado es aritméticamente 1+1=2. La experiencia demuestra que, cuando cada miembro pone al servicio de los demás miembros sus propios saberes y capacidades los resultados son mucho más robustos en todos los sentidos. Un eslabón de la cadena forjado en equipo es mucho más fuerte que uno elaborado individualmente. Esto ocurre por la sencilla razón de que en el trabajo en equipo el apoyo entre unos y otros es generador de conocimiento en sí mismo. Se tiene, entre otras cosas, la ayuda necesaria para la detección de errores, la distribución del trabajo permite abarcar más y la suplencia de unos u otros, en caso necesario, aportan ventajas que en solitario sería imposible tener. Además, “el conocimiento es el único bien que crece cuanto más se comparte” (Harvard Deusto, 2016). Compartir el “porqué” en el equipo es como el lubricante en una bisagra: ante las dificultades y los roces que, inevitablemente puedan ocurrir, facilita la comunicación, el encuentro y reencuentro entre unos y otros.
Por último, la reflexión sobre el “qué” sería la más importante. Hablamos sobre qué investigamos y por tanto, sobre qué comunicamos y publicamos. Para esto, no basta con citar correctamente o elegir en mejor medio de difusión. Es imprescindible que los investigadores dediquemos tiempo para responder a preguntas como ¿sobre qué estoy investigando?, ¿cuál es mi verdadero aporte al ámbito de conocimiento al que me dedico?, ¿qué estoy aportando a la sociedad actual?, ¿qué estoy dejando a los que vienen detrás de mí?, ¿mis conclusiones y descubrimientos responden a un código ético centrado en valores sublimes o, quizá, pivotan sobre valores utilitaristas o mercantilistas fruto de un sistema meritocrático? Para responder a estas preguntas y plantear otras de este calado, conviene rescatar áreas como la filosofía, la epistemología, antropología, ontología, lógica…. Responder a la pregunta por lo que las cosas son no es simple sentido común, sino que supone una reflexión mucho más profunda que interpela a la propia persona, al propio investigador.
Si queremos contribuir verdaderamente a la cadena de saberes en la cultura hoy en plena era digital, no tenemos más remedio que plantearnos seriamente preguntas y proponernos con determinación, seriedad y rigurosidad la búsqueda de respuestas -eslabones- que lleven a nuevos interrogantes, a nuevas respuestas para seguir manteniendo la cadena sólida de la ciencia.
Referencias bibliográficas:
Harvard Deusto (Junio 2016). Compartir el conocimiento de los mejores. Business Review, 257. https://www.harvard-deusto.com/compartir-el-conocimiento-de-los-mejores
Cómo citar esta entrada:
Perochena González, Paola (2023). Trazabilidad en la ciencia y la cultura en la era digital. Aula Magna 2.0 [Blog]. https://cuedespyd.hypotheses.org/14267
Tomado de Aula Magna 2.0 con permiso de sus editores
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