“Aunque la finalidad de la enseñanza es que los alumnos aprendan, la dinámica de las instituciones hace que la evaluación se convierta en una estrategia para que los alumnos aprueben,” afirmaba hace unos años Miguel Ángel Santos Guerra en un recomendable texto titulado 20 paradojas de la evaluación.
Puestos ante la disyuntiva de elegir entre aprobar o aprender (Elena Cano), la práctica totalidad de nuestros alumnos optaría por aprobar y después, si se puede, aprender.
No es lo mismo evaluar que examinar, ni evaluar que calificar. Evaluar con intención formativa no es igual a medir ni a calificar, ni tan siquiera a corregir. Evaluar tampoco es clasificar ni es examinar ni aplicar tests (Juan Manuel Álvarez Méndez). Hemos confundido, en demasiadas ocasiones el acto de aprender con el de aprobar exámenes. Aprender no es aprobar exámenes.
Sabemos que la evaluación no sólo mide los resultados, sino que condiciona profundamente lo qué se enseña y cómo se enseña y, por tanto, determina qué aprendemos y cómo aprendemos (Neus Sanmartí) y puede limitar o promover los aprendizajes efectivos (Gordon Stobart) y profundos. Cómo estudia (aprende) un alumno (Pedro Morales) depende de cómo pregunta el profesor, depende en última instancia de laevaluación esperada por el alumno.
No son pocos los profesionales de la educación que sostienen, desde hace años, que la clave para la transformación educativa radica en modificar nuestra manera de evaluar: revisando cómo evaluamos, repensando los objetivos de la evaluación, fomentando una evaluación formativa y experimentando con nuevas maneras de evaluar.
En este contexto, deberíamos preguntarnos si hacemos las cosas que hacemos porque estamos convencidos de que son mejores para nuestros alumnos o porque son más fáciles para nosotros.
Estamos seguros de que aprenden más cuando les ofrecemos a todos lo mismo, con un curriculum normalizado y dividido en materias; cuando solo nosotros decidimos lo qué deben aprender y cómo lo deben aprender; cuando ignoramos su voz y no les dejamos espacio para decidir sobre su aprendizaje; cuando les evaluamos a todos de la misma manera; cuando ignoramos o prohibimos en clase la tecnología con la que viven a diario.
El aprendizaje no es solo una cuestión transmitir información. No se trata de verter información en la cabeza de nuestros alumnos. Aprender es un proceso activo. Construimos nuestro entendimiento del mundo mediante la exploración activa, la experimentación, la discusión y la reflexión. No adquirimos ideas. Las construimos (Mitchel Resnick).
Aprender hoy es ser capaces de buscar, recopilar y filtrar datos. Es ser capaces de trabajar colaborativamente, compartir y comunicar (Lafuente, Alonso y Rodríguez). Aprender hoy es aprender a pensar, hacer y conectar. Aprender hoy sería entonces aprender a editar. Aprender es también explicar, argumentar, preguntar, deliberar, discriminar, defender tus propias ideas y creencias. Aprender es aprender a evaluar.
Cada vez que evaluamos deberíamos preguntarnos cuál es la finalidad de esa evaluación y si es adecuada para esa finalidad. Deberíamos preguntarnos cuáles son las consecuencias, pretendidas y no pretendidas, de esa evaluación.
¿Qué ocurriría si en lugar de exigirles que repitan lo que han memorizado, les pidiéramos que resolvieran problemas, realizaran proyectos significativos y nos demostraran su autonomía y su sentido crítico?. ¿Qué ocurriría si en lugar medir la adquisición de conocimientos que quedarán obsoletos rápidamente les evaluáramos por su capacidad de aprender a aprender y trabajáramos para favorecer grandes capacidades que puedan recrearse, adaptarse y actualizarse a lo largo de la vida?.
¿Qué ocurriría si les permitiésemos poner en práctica estrategias de autoevaluación, coevaluación y de evaluación entre iguales? ¿Qué ocurriría si les evaluásemos por su capacidad para transformar sus entornos?, ¿por su capacidad para transformar la sociedad?. ¿Qué ocurriría si evaluásemos su capacidad para pensar, construir y conectar?. ¿Si evaluásemos su criterio y su capacidad para evaluar lo incierto?. ¿Qué ocurriría si evaluásemos su capacidad para vivir y trabajar en la incertidumbre?
Nuestro objetivo debe ser potenciar la capacidad creadora y de innovación, la creatividad y la imaginación de nuestros estudiantes a través de la reflexión sobre sus propios procesos de aprendizaje. Desarrollar su autonomía e independencia, su espíritu emprendedor, su capacidad para gestionar proyectos y resolver problemas. Su capacidad de análisis, organización, gestión y toma de decisiones. Sus habilidades para trabajar tanto individualmente como de manera colaborativa dentro de un equipo. Su capacidad de gestión de riesgos y de manejo de la incertidumbre.
Sabemos que la evaluación debe estar diseñada en relación con los objetivos y los resultados de aprendizaje buscados. Ha de ser coherente con la metodología. Debe estar vinculada al nivel de contenidos trabajado y responder a criterios relevantes y transparentes. Debe promover el que los estudiantes respondan a situaciones contextualizadas, resuelvan problemas, tomen decisiones y realicen proyectos reales.
“La evaluación tradicional responde con agilidad al reto de las competencias específicas, en tanto que apenas puede atender a las competencias transversales o genéricas, aquellas que nuestros estudiantes necesitan para convertirse en ciudadanos del siglo XXI, para participar en la sociedad de la información, para participar y sobrevivir en un proceso de globalización nunca antes vivido en este planeta.” (Elena Cano)
Nuestro desafío es saber hacer todo esto. Crear instrumentos de evaluación más versátiles que sean capaces de reconocer las competencias específicas y las transversales. Tenemos que diversificar también los agentes que intervienen en la evaluación, de modo que los estudiantes participen y se puedan poner en práctica estrategias de autoevaluación y de evaluación entre iguales.
Debemos ser capaces de hacer visibles no solo los aprendizajes formales sino también los aprendizajes informales y los no formales.
Debemos hacer uso de opciones como los portafolios, las dianas de evaluación, las rúbricas, las entrevistas en profundidad y explorar nuevos formatos como los microcertificados, los pasaportes de habilidades, las credenciales basadas en competencias, el reconocimiento entre pares, las insignias digitales, las huellas digitales.
Debemos ser capaces de evaluar si hemos formado personas independientes que pueden adquirir, retener, recuperar y aplicar nuevos conocimientos por sí mismos. Si hemos formado personas a prueba de futuro(Cristóbal Cobo), es decir, si les hemos preparado para “habitar en la incómoda e incierta pero fértil condición de la duda” del que habla William Deresiewicz.
Al final, un buen sistema de evaluación será aquel “del que el estudiante no puede escapar sin haber aprendido.” Será aquel que evalúa para aprender. Y en el que aprendemos para evaluar.
Tomado de co.labora.red con permiso de su autor
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