Groucho Marx, en sus particulares memorias tituladas Groucho y Yo, escribió que “al año siguiente era un año más viejo y por una curiosa coincidencia, todas las chicas que conocía también habían envejecido un año”. Esto que parece una perogrullada, sin embargo no se cumple en la labor de los profesores. Nosotros cada año somos un año más viejos, pero nuestros estudiantes siempre tienen la misma edad (dieciocho años los de primero de universidad). Hace unos años me atreví a hacer un monólogo sobre la labor del profesor (ver aquí). En el mismo comentaba que los profesores vivimos atrapados en un bucle temporal, condenados a revivir, una y otra vez, “el día de la marmota”. Pero en lugar de cada día, cada año. Cuando consigues saberte el nombre de tus estudiantes, conocer sus virtudes y sus defectos y estás en condiciones de sacar el máximo partido de ellos, finaliza el curso. Te vas de vacaciones en agosto para descansar y cuando vuelves, te han cambiado los alumnos. ¡Y vuelta a empezar!
Sobre esta circunstancia quiero proponer algunas reflexiones, y lo haré apoyándome en la película Atrapado en el tiempo que, por cierto, este año cumple 25 años[1]. Os recuerdo brevemente su argumento. El hombre del tiempo de una cadena de televisión acude con su equipo a un pequeño pueblo a cubrir la información del festival del Día de la Marmota. Es un hombre gruñón y antipático, frustrado en sus ambiciones y aburrido con su trabajo; en su arrogancia piensa que su carrera profesional no avanza todo lo rápido que merecería (¿os resulta familiar?). Finalizado su trabajo se disponen a volver, pero se ven sorprendidos por una tormenta de nieve que les obliga a regresar al pueblo. A la mañana siguiente suena el despertador y, a medida que avanza el día, comprueba que está viviendo otra vez el Día de la Marmota. Tras repetirse la situación y comprobar que es el único consciente de este extraño fenómeno, decide aprovecharse de esta ventaja para beneficiarse de la situación. Con esta simple premisa se desarrolla un divertido guion con situaciones ingeniosas y asistimos al cambio progresivo de valores del protagonista. Y este cambio del protagonista es el que le permite romper el maleficio y salir del bucle.
Desde mi mentalidad de ingeniero, esta película me recuerda al ciclo de mejora continua. Este ciclo de diseño, aplicación, evaluación y rediseño, también puede ser aplicado al proceso docente. En la figura podemos verlo. El profesor diseña su asignatura y hace su planificación a principio de curso. Esta planificación la intenta ejecutar en las distintas sesiones de clase, pero se topa con la realidad: las particularidades de sus alumnos, tanto a nivel individual como del grupo, sus ánimos de ese día, cómo le salga la clase… Todo profesor sabe que, aunque repita la misma clase dos días seguidos en dos grupos distintos, el resultado no es el mismo. Fruto de esa interacción con los alumnos y de la experiencia vivida, anota las posibles mejoras para así incorporarlas al curso siguiente. Y vuelta a empezar.
Esto ya lo conocemos todos los profesores. Entonces ¿por qué quiero utilizar el símil de la película atrapados en el tiempo? Porque tal como dicen Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander[2], la analogía es el motor del pensamiento. Las analogías ayudan a entender lo nuevo y extraño a partir de lo viejo y conocido. Y, en este caso, a los que se hayan divertido con la película, les ayudará a comprender el trabajo de los profesores (la diversión también es una gran fijadora de conocimientos). Pero hay que tener cuidado con las analogías que se utilizan, ya que no todos los aspectos son transferibles a la nueva experiencia. Veamos pues en qué se asemejan y en qué se diferencian estas dos situaciones y qué podemos aprender los profesores de la película.
El primer aspecto que destaca es la predisposición humana al aburrimiento ante una tarea repetida continuamente. La mayoría asumimos como una condena cada vez que suena el despertador a la misma hora indicándonos que ha llegado el momento de hacer lo mismo que hicimos ayer con ligeras variaciones. Los profesores debemos evitar caer en el hastío y ver como una condena el repetir un año más la misma lección. Para nosotros no es la primera vez que impartimos esa clase, pero para el estudiante sí que es la primera vez que la recibe. Por tanto, aspectos que damos por supuestos, que vemos obvios de tanto repetirlos, son nuevos para nuestros alumnos. Si no queremos caer en el aburrimiento, debemos estar continuamente actualizando la asignatura, tanto los contenidos como la metodología. Y si ya estamos cansados, pues cambiemos de asignatura.
Nuestro protagonista, al descubrir que se repite el mismo día, primero se regodea en los placeres más primarios (comer, beber…), después da rienda suelta a sus instintos autodestructivos (suicidándose de distintos modos) y finalmente, por puro aburrimiento, empieza a mirar; a prestar atención a los otros. Y aquí es cuando empieza a disfrutar. Aprovechemos los profesores esa repetición, año tras año, para mirar a nuestro alrededor, fijarnos en nuestros estudiantes, siempre distintos, pero con características comunes. Sirvámonos de la repetición para aprender y mejorar. Cada nueva situación la abordamos con más información. El protagonista de la película se aprovecha de esta situación: memoriza todas las respuestas del concurso Jeopardy!, aprende francés para ligarse a su compañera recitando poemas y conoce cada detalle de las vidas de todos los vecinos del pueblo. Como los profesores, fruto de esa repetición anual, tenemos más información que los estudiantes, ayudémosles a enfrentarse a la situación nueva para ellos de aprender nuestra asignatura.
Pero evidentemente el símil no es completo. Entre las diferencias tenemos que el protagonista de la película se enfrenta cada día a la misma situación: mismo escenario, mismos actores, mismos acontecimientos. Pero a los profesores nos cambian los alumnos cada curso, no son los mismos, aunque sean similares. Por otro lado, también cambia el contexto. La sociedad evoluciona y con ella las peculiaridades de nuestros estudiantes. Y más aún en este mundo altamente tecnificado. Pero de las tecnologías en la universidad ya he hablado en este blog (ver aquí) y lo haré en entradas futuras.
La moraleja de la película es que el protagonista queda atrapado en el tiempo hasta que es capaz de valorar las cosas. No nos quedemos atrapados en el tiempo. Afrontemos cada curso nuevo como una oportunidad para hacer las cosas mejor, ya que disponemos de más conocimiento. Solo de esta manera seremos los profesores capaces de salir del bucle en que nos podemos quedar atrapados.
Notas
[1] Cuando estaba escribiendo esta entrada, han presentado la campaña de este año de la lotería nacional titulada “22 otra vez”, como homenaje a esta película.
[2] Douglas Hofstadter y Emmanuel Sander. La analogía. El motor del pensamiento. Tusquets Editores.
Tomado del blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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