El recuerdo, por inmediato, nos lo confirma: la pasada
década, la enseñanza estuvo determinada por el auge de las llamadas TIC, y no
sólo en el contexto escolar, sino que la sociedad en general vivió una
auténtica vorágine. Llegamos a identificar la normalidad de un hogar, con el
hecho de contar con uno o varios equipos informáticos, al servicio de la
cultura, y de la comunicación de la propia familia. Como consecuencia, todos
hoy estamos conectados a algún terminal telefónico, y de igual modo, nuestros
pequeños, tienen "su ordenador", que les "ayuda a hacer las tareas". Bueno, eso y a conectarse al
mundo, como muy bien han aprendido de sus mayores (son aún pequeños para el
móvil, pero dominan la grabación de la cotidianidad en vídeo, el potencial del
youtube o la inmensidad relacional de las redes).
Hoy, todos, pequeños y grandes, parecemos vivir abducidos
por el suave encanto del poder (tecnocrático), hasta el punto de no precisar la
acritud aromática del papel que acompaña la lectura o la escritura, que se ha
reconvertido por la vigorosa efectividad de la red. A nuestros niños, les ha
pasado lo mismo. Su formación escolar, parece ir prescindiendo poco a poco del
suave libar de las bibliotecas, rindiéndose también al encanto del todopoderoso.
No hay problema, pues "en el internet,
está todo". Hasta que el maestro, o la maestra, descubren el mimetismo
de la información dulcemente "encartado" en sus tareas escolares. Y
eso, no les gusta lo más mínimo; más que nada, porque ven cómo la competencia
cultural de sus alumnos, se enquista en el plagio, lejos del interés formativo
del pensamiento, crítico, autónomo, personal, que en esencia, debiera dar
sentido a la enseñanza básica.
No obstante, esta que hablamos, es una realidad que, de
algún modo, hemos de aceptar (¿?). Pero sólo hasta cierto punto, pues el estado
de normalidad que deviene de la saturación de medios, revierte en procesos de
aislamiento, que degradan la necesaria relación. Tanto la personal, propia de
la libertad de pensamiento, como la social. Quizás en este momento podamos
detenernos, y reflexionar acerca del verdadero aporte que ha supuesto esa
tecnificación de los medios culturales y educativos, para el desarrollo humano.
Les propongo hacerlo en dos aspectos, que me parecen claves: la universalización
de la cultura, y la mejora de las condiciones de vida personal.
La tecnología podía, fácilmente, haber contribuido a
generalizar esa cultura que, llegando a todos y hasta todos. No en vano,
resulta un medio valioso para el desarrollo de los pueblos. Lejos de este
objetivo, ha sucedido como ya pudimos ver que sucedía con la economía, que el
reparto es desigual, distancia los pueblos y desequilibra el potencial de los
seres humanos. Hoy, somos capaces de inundar los países menos desarrollados, de
ordenadores, tecnología y medios. Pero los bienes de producción cultural,
primarios, siguen en manos de los todopoderosos. La investigación, la
producción y el control, no se han apartado ni un ápice, de lo que en términos
de riqueza ha sido la propia historia del ser humano. La ingeniería o el conocimiento,
sigue en el mismo sitio de siempre. La escuela es la única que puede cambiar
esta inercia. La formación, es el arma cultural del que se pueden valer los
menos favorecidos, para avanzar en su desarrollo. Claro, que no hemos contado
con el hecho de que la ambición enraiza en el propio corazón del hombre. Sólo
amando la cultura, en sí, es posible hacer una escuela de progreso.
Y en segundo lugar, podíamos hablar también de la mejora
de las condiciones de vida. La tecnología, ¿esto es lo que nos ha deparado? La
interpretación que hago desde mi experiencia personal, me lleva a considerar
que, en la misma medida que los medios han aparecido en mi entorno, se han
multiplicado las necesidades, y las carencias. Tomemos, a modo de ejemplo, el
potencial comunicativo de estos medios técnicos. Tan pronto como nos es posible
descargar recursos, han aparecido por un lado el comercio denigrante (les
invito a ustedes a buscar una película, un libro o una canción por internet,
verán el hartazgo comercial al que son sometidos, eso si, todo es gratis, a cambio, nada más, de aportar algún tipo de dato
personal...). Y la escuela, pienso que también tiene en sus manos la capacidad
de cambiar esa inercia. Porque el aula, puede educar en valores, de modo que la
solidaridad, la gratuidad, el compartir,... sean los recursos que atajen el
interés comercial, el particular individualismo o la ansiosa necesidad de
conseguir mucho con poco esfuerzo, que se ha instalado ya, al amparo de tanto
cable, tanto bit, y tanto medio.
La escuela puede, porque la escuela, si quiere, invierte
en futuro. Esa mirada al mañana, debe hacernos cómplices en el presente, tomar
conciencia de hacia dónde nos queremos encaminar, y coger el impulso necesario
para, saltando las barreras, caer, como se dice, de pié, con recursos y medios
bien asumidos e integrados. Pongo un ejemplo de buen camino, al respecto, para
que no se me tache el artículo de determinista, pesimista, o cualquier otra
"ista" que pueda surgir. En mi opinión, hay un campo, en el que la
evolución tecnológica ha contribuido a mejorar la convivencia, y la vida del
ser humano. Y es la comunicación. Hoy es más fácil que nunca estar
"enchufados" a los otros. No cuesta contactar con cualquiera, incluso
estando en la otra parte del mundo. Y es posible hacerlo, saltando las reglas
de la comercialización angustiosa. O sea, gratis. Hoy, sí, en esto sí, los
pueblos se acercan, las familias, se sienten próximas, y los humanos, muestran
ese lado más propio de su ser. Y todo, gracias a sofware's sencillos, accesibles
y, lo mejor, libres. Este es un ejemplo, que la escuela puede aprovechar, para
inculcar en sus pequeños, el suave encanto de la comunicación. Que será el que
siempre le acompañará, pues es una necesidad consuetudinaria al ser humano, y lo enriquecerá.
Diciembre'2011
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