σxολή (scholè): tiempo libre, descanso, demora, estudio, conversación, aula, escuela, edificio escolar .Masschelein y Simmons. 2014
Estas semanas de confinamiento ha vuelto a resonar con fuerza aquello de que el futuro ya llegó, que el mañana es hoy y ya está aquí, que todo cambia y que debemos cambiar. Estas semanas hemos vuelto a oír aquello de que la escuela está anticuada. Que es una institución de otro tiempo, inadaptada y atrasada. Que todo en ella, sus aulas, su rígido y poco atractivo mobiliario, los sempiternos y aburridos libros de textos, sus rutinas gastadas y demasiado directivas, sus normas, sus saberes caducados, sus prácticas de enseñanza y sus profesores, están obsoletos. Que todo en ella es anacrónico y más propio de otra época que de este futuro (ahora incierto) en el que, recordemos, queramos o no y nos guste más o menos, ya estamos viviendo.
La escuela continúa la vulgata, no solo no nos prepara para este futuro incierto que se ha hecho repentinamente presente, sino que además produce pasividad, aburrimiento y constantes fracasos. La escuela es un instrumento de alineación, desconectado de los intereses vitales de los niños y los jóvenes e incapaz de prepararnos realmente para la vida*. La escuela es un mecanismo de poder y reproduce las desigualdades sociales, es opresiva y funciona, a menudo, como un instrumento disciplinario, la escuela es desmotivadora e ineficaz. La escuela tiene cada vez más dificultades para explicar su utilidad.
No son pocos, estos días, quienes cuestionan el sentido de la escuela y proclaman, una vez más, el fin de la escuela, o al menos, el fin de la escuela tal y como la conocemos.
En las últimas décadas no ha faltado quienes han visto la solución en una disminución de “la escuela tradicional, presencial y costosa”, al tiempo que proponían un fortalecimiento de la presencia de las tecnologías y de alguna manera, una sustitución de todos aquellos y aquellas que fuesen reemplazables por una máquina. Para muchos, la solución pasaba por una desescolarización digitalizada. Por una escuela llena de tecnología (antes de la pandemia) y ahora, mucho mejor aún, por una escuela vaciada y deslocalizada, una escuela en cada hogar, una escuela mediada por la tecnología. Una escuela para cada alumno, capaz de diagnosticar a cada estudiante y adecuarse a sus ritmos, intereses y capacidades.
La pandemia de la covid19 ha supuesto de golpe la realización de esta visión con la que algunos fantaseaban desde hace años. De un día para otro, sin previo aviso y sin tiempo para planificar, hemos trasladado enormes sistemas educativos diseñados para la presencialidad (8 millones de alumnos en España; 11 en Argentina; 32 en México, 8 en Colombia; millones de docentes y decenas de miles de escuelas) a la virtualidad más extrema. Parece que, por fin, nos hemos liberado de gran parte de lo escolar. Se ha hecho realidad la idea de que el aprendizaje es ubicuo y sucede en cualquier lugar y en cualquier momento. Por fin, parece que todas y todos estamos en disposición de superar las ineficiencias de la escuela y aprender siguiendo nuestros ritmos de aprendizaje.
Pero nos han bastado unas pocas horas para comprobar lo fantasioso de tales soluciones y experimentar los enormes problemas que genera abandonar las aulas y cerrar las escuelas. Han hecho falta solo unos días para darnos cuenta de lo importante que son las escuelas en nuestra vida. Solo unos días para visibilizar las enormes consecuencias (para los aprendizajes evidentemente, pero también para el desarrollo de las personas, el bienestar, la salud, la integridad física, la convivencia y la conciliación) que conlleva el cierre de las escuelas. Nos han hecho falta solo unos días para comprender el papel insustituible que juegan las escuelas negándose a aceptar las profecías del fracaso, los destinos prescritos y las desigualdades naturalizadas.
La escuela suspende el presunto orden natural de las cosas. La escuela nos da un tiempo y un espacio desvinculado del tiempo y del espacio, tanto de la sociedad como del hogar.
La escuela nos da aire. Justo el aire que tanto echamos hoy de menos en esta escuela confinada.
Paradójicamente, señalaba Jesús Rogero, el aislamiento que nos protege de respirar el virus, nos impide respirar juntos (conspirar) y nos expone a una asfixia si cabe más peligrosa, la asfixia educativa. Si algo nos da la escuela es la posibilidad de respirar junto a otros.
En esta escuela confinada, nos está faltando el oxígeno de la escuela.
No vamos a la escuela solo para adquirir los aprendizajes establecidos en el currículo. La instrucción es solo una pequeña parte, o al menos eso debiera ser, de todo lo que sucede en los centros escolares. La escuela no es solo lo que sucede en el aula. De hecho, la socialización y la gestión de los conflictos son los grandes aprendizajes que se dan en el ámbito escolar y, lógicamente, en este contexto no es fácil que se den, sostiene Íñigo Beristain. “La escuela, como espacio físico y también como espacio simbólico, puede y debe ofrecer la posibilidad de ir más allá de los marcos de lo pensable y de lo imaginable”, dice Aina Tarabini.
Nos han hecho falta solo unos días para comprender la imposibilidad de escolarizar los hogares. Ha sido suficiente que pasáramos unas semanas sin ir a la escuela para darnos cuenta de lo importante que es ir a la escuela. Para caer en la cuenta, como dice Jorge Larrosa (2019, p. 13), que no se trata de inventar otra escuela, sino de volver a pensar, una y otra vez, qué es la escuela, y qué hay que hacer para defenderla.
Que no se trata de acabar con la escuela, sino de preguntarnos más que nunca, ¿qué es lo que hace que una escuela sea una escuela? ¿en qué consiste lo escolar? ¿qué y cómo se hace escuela? ¿qué y quién hace la escuela? ¿qué significa ir y estar en la escuela?
No tenemos que reinventar la escuela sino preguntarnos si es posible recuperar la esencia de lo escolar en una situación como la actual; si es posible la escuela en confinamiento; si podemos reemplazar los encuentros cara a cara; si es posible la escucha sin cuerpo; si es posible, en definitiva, la escuela sin cuerpo y sin cuerpos.
No tenemos que reinventar la escuela, pero sí preguntarnos por el sentido de la escuela.
Repensemos la escuela todo lo que sea necesario, pero no olvidemos que si algo caracteriza a la escuela (scholè) es que “ofrece tiempo libre, que transforma los conocimientos y destrezas en bienes comunes y que tiene el potencial para proporcionar a cada cual, independientemente de sus antecedentes, de su aptitud o de su talento natural, el tiempo y el espacio para abandonar su entorno conocido, para alzarse sobre sí mismo y para renovar el mundo (para cambiarlo de un modo impredecible).” (Masschelein & Simmons, 2014, p.3). Que sea cual sea el futuro de la escuela, éste debe garantizar que la escuela siga siendo un lugar para construir lo común.
El futuro de la escuela es, más que nunca, un asunto público. El futuro de la escuela no está escrito. Nos pertenece a todos. Pensar el futuro nos exige ser generosos con nuestro presente y plurales con el pasado. Queremos invitaros a repensar con nosotros el futuro de la escuela. Queremos invitaros a reflexionar sobre el sentido de la escuela. Sobre la escuela que viene. La escuela de lo difícil, pero importante.
Este artículo ha sido escrito como parte del proyecto de reflexión educativa que ha puesto en marcha la Fundación Santillana con el nombre de La escuela que viene. La escuela que viene es un espacio abierto a la participación y a la reflexión colectiva que busca explorar el impacto de la crisis global de la covid19 en la educación escolar. No se trata de inventar otra escuela, sino de volver a pensar qué es, hoy, lo esencial de la escuela.
El artículo fue publicado como punto de partida del Ciclo de reflexión sobre el Sentido de la escuela.
Dentro del Ciclo puedes ver el vídeo del Encuentro virtual con Sofía Deza, Inés Dussel y Daniel Brailovsky; un breve resumen escrito y gráfico de este encuentro; el precioso texto que ha escrito Daniel Brailovsky titulado, El docente, aquitecto y anfitrión y el texto, también tremendamente sugerente de Inés Dussel, Esto no es una escuela, ¿o sí?.
REFERENCIAS:
Jan Masschelein y Maarten Simmons (2014). En defensa de la escuela. Una cuestión pública. Miño y Dávila.
Graciela Frigerio. (2004). La (no) inexorable desigualdad. Revista ciudadanos. https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxwcmFjdGljbzJ8Z3g6NDFmZGEyMzdkOWU4MzczOQ
Jesús Rogero-García (2020). La ficción de educar a distancia. Revista de Sociología de la Educación (RASE) 2020, vol. 13, n.º 2, especial COVID-19. https://ojs.uv.es/index.php/RASE/article/view/17126/15397
Íñigo Beristain. Entrevistas a equipos directivos. Revista de Sociología de la Educación (RASE) 2020, vol. 13, nº 2, especial COVID-19. p.221. https://ojs.uv.es/index.php/RASE/article/view/17215/15401
Aina Tarabini (2020). ¿Para qué sirve la escuela? Reflexiones sociológicas en tiempos de pandemia global. Revista de Sociología de la Educación (RASE) 2020, vol. 13, nº2, especial COVID-19. P. 149. https://ojs.uv.es/index.php/RASE/article/view/17135
Jorge Larrosa (2019). Esperando no se sabe qué. Sobre el oficio de profesor. Candaya.
*Frente a esto, la escuela debe suspender o cortar ciertos vínculos tanto con la familia y el entorno social de los alumnos como con la sociedad, y eso con el fin de presentar el mundo a los estudiantes de un modo interesante y comprometedor.
Tomado de co.labora.red con permiso de su autor
No hay comentarios:
Publicar un comentario