Escribe Javier Tourón
Este post lleva el título del prólogo que he escrito para un libro de inminente aparición, publicado por la editorial de la Universidad Internacional de La Rioja, y que será, seguro, un instrumento valioso para que muchos profesores de cualquier nivel educativo, se animen a mejorar al aprendizaje de sus alumnos.
Está coordinado por dos colaboradores excelentes: Antonio Calvillo, quien hizo una de las primeras tesis doctorales sobre flipped learning en España y Déborah Martín, coordinadora del Experto Universitario sobre Flipped Learning en Unir, quien hace vibrar a sus alumnos en cada sesión que realiza en el espacio virtual 3D en el que se desarrolla la parte síncrona del programa.
El prólogo, del que he eliminado los hiperenlaces a los que podrás acceder cuando tengas el libro en tus manos, dice así:
La escuela ya no puede seguir siendo lo que era, el aprendizaje tampoco. Y es lógico que así sea, pues la sociedad y el mundo del trabajo también son diferentes a los de hace tan solo unas pocas décadas. Las necesidades de la sociedad y el trabajo cambian, pero ¿lo hace la escuela y las demás instituciones educativas de manera que mantengan su funcionalidad? ¿Es su capacidad de adaptación e, idealmente, de anticipación la esperable? A la vista está la respuesta, aunque cada uno tendrá su propia percepción.
Cualquier lector interesado en observar los cambios sociales, en particular en lo que afectan a la educación, habrá ojeado -al menos- los informes sobre la digitalización de la sociedad española, o los Horizon Report, tanto para la enseñanza universitaria como no universitaria.
Hace pocos meses escribía en este blog, a propósito del largo camino hacia la innovación: “Es interesante ver cómo se avanza en la introducción de las escuelas en la sociedad digital, si bien hay datos que revelan que este camino es largo, complejo y que en un elevado porcentaje de escuelas no ha llegado casi a iniciarse o se encuentra en fases iniciales. Algunos problemas son de infraestructura, como la insuficiencia del ancho de banda, otras veces quizá de criterio, pues no deja de ser curioso que solo el 8% de las escuelas permitan utilizar el móvil en las clases (BYOD); o que en el 25% de los centros la tecnología esté presente en las clases solo una vez por semana (es decir, no está), o que el "aula multimedia" esté presente en muchos centros (algo del pasado), pero que la tecnología o los recursos estén presentes en cada aula solo en el 10% de los centros”. Estos datos estaban tomados del informe: “Prepara tu escuela para la sociedad digital. Claves para sumarse al cambio”.
Se están dando pasos decididos, no cabe duda, relevantes ciertamente, pero insuficientes considerado el sistema educativo en su conjunto. Hay iniciativas, muchas si se quiere, pero no hay una mentalidad de cambio generalizada. No es mi intención en este momento el analizar las causas de esta resistencia al cambio. Solo señalo que, si no redefinimos el aprendizaje, o mejor aún, si no determinamos seriamente cuáles han de ser los resultados del aprendizaje de los alumnos en cada materia y edad, lo que denominamos técnicamente estándares de rendimiento, el sistema educativo estará un tanto a la deriva. Dicho en términos sencillos, debemos determinar “qué deben saber y saber hacer los alumnos” (what they should know and should be able to do). Esta es una definición instructiva de lo que es un resultado de aprendizaje, lo podemos llamar objetivo específico y no excluye, naturalmente, la dimensión del ser que es integral con el saber y el hacer, pero que no es del caso ahora. Por otra parte, cuando decimos saber no me estoy refiriendo solo al conocimiento, sino a cualquier habilidad cognitiva de orden superior, por usar la terminología más al uso alrededor de la taxonomía de Bloom, por ejemplo.
Y ¿por qué es importante definir los resultados? Porque solo definiendo los resultados estaremos en condiciones de establecer los procesos que nos lleven idealmente a ellos. Porque exigirán una redefinición de lo que se considera un aprendizaje adecuado para los tiempos actuales, sobre lo que existen numerosos catálogos accesibles a cualquiera en la red. Y en esa redefinición nos encontraremos con que el aprendizaje por exposición a un mensaje oral, exclusiva o principalmente, ya no es sostenible, porque los alumnos, los estudiantes, tienen ahora que adquirir un aprendizaje llamado profundo (deeper learning), que no supone perder nada de lo logrado (el saber), pero sí supone añadir nuevas habilidades y competencias. Lo importante ya no es el saber sino lo sabido. Ya no basta con saber, es preciso saber hacer, comunicar, colaborar, producir...
Como señala el Digital Library Task Force (2013) en la era actual la alfabetización significa, además:
Podríamos señalar aún otras características de la alfabetización y el aprendizaje actual, propio de este siglo que comienza, como las apuntadas a continuación:
La pregunta es: ¿pueden los métodos expositivos, o una única metodología, basada principalmente en la acción del profesor, favorecer la adquisición de estas y otras competencias similares? La pregunta, que es meramente retórica, tiene una respuesta evidente: no.
Se señala con acierto, a mi entender, que los alumnos deben formarse para resolver problemas que aún no se han planteado, para profesiones que aún no existen y para desenvolverse con tecnologías que aún no se han inventado. Esto, ¿no impone un serio reto para el sistema educativo, los aprendices y sus profesores?
Pero volvamos por un instante a lo señalado más arriba respecto a que hay que determinar lo que se debe saber… Esta observación puede parecer un tanto pueril pero, a mi juicio, no lo es. A los alumnos hay que enseñarles (o ayudarles a aprender) solo lo que todavía no saben. Esto implica evaluar lo que saben antes de cada unidad o bloque de aprendizajes. Hacerlo supone encontrarse con diferencias incluso importantes entre ellos, nos llevará a descubrir lo que ya sabemos pero con frecuencia desatendemos: que las velocidades de aprendizaje, la capacidad, la motivación, los intereses, etc., de los alumnos son diversos. Y si lo son, de lo que no cabe ninguna duda, la atención educativa también debe serlo. Pero ¿cómo si el profesor es el que explica la lección?
Nos enfrentamos a dos circunstancias que no podemos soslayar por más tiempo: las diferencias en la capacidad de aprendizaje de los estudiantes y la diversa consideración que hoy tiene el aprendizaje mismo y las dimensiones que lo definen.
Esto significa que no hay otra solución que abordar un enfoque de la escuela, una transformación de la misma, que devuelva al estudiante, al alumno, el protagonismo que por la naturaleza de las cosas le corresponde. Una escuela centrada en el aprendizaje y no en la enseñanza es una escuela que transforma radicalmente los roles del profesor y del alumno. El primero ya no es un expositor y transmisor de conocimientos, ni la única fuente de los mismos, y el alumno ya no es un sujeto paciente que escucha, anota, memoriza y repite. Esto exige, como se comprende, un replanteamiento radical de los modos de evaluar y de las funciones que tradicionalmente se le han asignado a este proceso nuclear de la enseñanza y el aprendizaje. Hemos de pasar de la evaluación del aprendizaje a la evaluación como aprendizaje. Pero esto no es ahora del caso.
Ante este panorama los profesores se sienten preocupados y, en ocasiones desbordados o abrumados, porque no saben cómo hacerlo. En ocasiones niegan la necesidad misma de tener que cambiar, que no es más que un mecanismo de defensa para no salir de lo que en el mundo empresarial se suele llamar la “zona de confort”.
Los profesores necesitan ayuda. Ser profesor hoy es más difícil que hace décadas, y más importante también, entiendo yo. Ya no solo tienen que saber mucho de lo que enseñan (primero y principal), también tienen que saber de pedagogía, de tecnología y de los conocimientos que resultan de la intersección entre estos ámbitos, que van más allá de la mera adición de los mismos.
Y aquí está este libro para demostrar no solo que es posible el cambio, sino para enseñarte cómo hacerlo. Pero no de una manera teórica (no habría nada de reprochable en ello), sino de una forma práctica, pero bien fundamentada en la teoría y reflexión pedagógicas. De otro modo sería un libro de ocurrencias más o menos vistosas.
Este es un libro de gran valor pedagógico y tecnológico porque son los mismos profesores los que hablan a sus colegas –desde su propia experiencia, desde quien lo tiene sabido como propio- y les explican cómo es posible hacer lo que parece imposible. Con un lenguaje directo y sencillo este grupo de profesores entusiastas, de innovadores inconformistas, ha decidido sacar adelante un proyecto del máximo interés, pues apoyándose en un enfoque pedagógico acertado (el flipped classroom) han decidido poner a disposición de los demás, con espíritu de servicio y afán de mejora, su conocimiento y experiencia. Han seleccionado con acierto las mejores aplicaciones que permitan llevar a la práctica lo señalado más arriba: hacer del alumno un protagonista de su propio aprendizaje.
Aquí sí cabe decir con propiedad que cada “maestrillo tiene su librillo”, pero en el sentido de que cada profesor te cuenta su experiencia, su modus operandi, que es sui generis y puede, o no, coincidir con el tuyo, pero no te será difícil sentirte inspirado por lo que ellos hacen.
Tampoco quiero sugerir que el libro, por su carácter práctico, es un recetario de procedimientos; más bien es un conjunto de experiencias vividas en primera persona, de las que este grupo de profesores ha sabido hacer, no “su librillo”, sino un libro (y muchos a la vez, por su carácter digital y, por ello, con componentes hipertextuales que te llevarán a otros mundos del saber) en el que explican cómo y por qué, cuándo y con qué.
Un acertado libro para ayudarte a mejorar en tu tarea diaria, para ayudarte a que te plantees que educar es darle la mano a lo cambiante sin olvidar lo permanente. Sabiendo que la tecnología, en su carácter instrumental, nunca podrá suplantar tu mirada de afecto a tus alumnos, ni el tono de tu voz cuando les animas a seguir adelante. Precisamente la tecnología está aquí para relevarte de las tareas más penosas, rutinarias y monótonas, permitiendo que te liberes de ellas e inviertas más tiempo en atender a cada alumno singular; para que personalices su aprendizaje tratando de desarrollar el talento de cada uno, responsabilizándolos de su propio aprendizaje. Porque como escribí hace poco en el prólogo de un libro dedicado a una profesora muy especial en su jubilación, “la educación se resuelve en un encuentro entre personas”.
Te animo a leerlo y, principalmente, a pensarlo y a arriesgarte a poner en práctica nuevas experiencias. Disfrutarás con ello porque verás que tus alumnos quizá lleguen a decir alguna vez, como me hacía saber hace unos días una madre de un niño de alta capacidad: “Mamá, es la primera vez en mi vida que no quiero salir de una clase”.
Solo me queda felicitar a este grupo de profesores que generosamente han puesto su conocimiento y su tiempo al servicio de la comunidad educativa, coordinados admirablemente por Antonio Calvillo y Déborah Martín, grandes expertos en el enfoque flipped learning y agradecerles el honor que me han brindado al darme la ocasión de escribir este prólogo a un libro digital que será de tanta utilidad para todos.
Tomado de Javier Tourón. Talento. Educación. Tecnología con permiso de su autor
Está coordinado por dos colaboradores excelentes: Antonio Calvillo, quien hizo una de las primeras tesis doctorales sobre flipped learning en España y Déborah Martín, coordinadora del Experto Universitario sobre Flipped Learning en Unir, quien hace vibrar a sus alumnos en cada sesión que realiza en el espacio virtual 3D en el que se desarrolla la parte síncrona del programa.
El prólogo, del que he eliminado los hiperenlaces a los que podrás acceder cuando tengas el libro en tus manos, dice así:
La escuela ya no puede seguir siendo lo que era, el aprendizaje tampoco. Y es lógico que así sea, pues la sociedad y el mundo del trabajo también son diferentes a los de hace tan solo unas pocas décadas. Las necesidades de la sociedad y el trabajo cambian, pero ¿lo hace la escuela y las demás instituciones educativas de manera que mantengan su funcionalidad? ¿Es su capacidad de adaptación e, idealmente, de anticipación la esperable? A la vista está la respuesta, aunque cada uno tendrá su propia percepción.
Cualquier lector interesado en observar los cambios sociales, en particular en lo que afectan a la educación, habrá ojeado -al menos- los informes sobre la digitalización de la sociedad española, o los Horizon Report, tanto para la enseñanza universitaria como no universitaria.
Hace pocos meses escribía en este blog, a propósito del largo camino hacia la innovación: “Es interesante ver cómo se avanza en la introducción de las escuelas en la sociedad digital, si bien hay datos que revelan que este camino es largo, complejo y que en un elevado porcentaje de escuelas no ha llegado casi a iniciarse o se encuentra en fases iniciales. Algunos problemas son de infraestructura, como la insuficiencia del ancho de banda, otras veces quizá de criterio, pues no deja de ser curioso que solo el 8% de las escuelas permitan utilizar el móvil en las clases (BYOD); o que en el 25% de los centros la tecnología esté presente en las clases solo una vez por semana (es decir, no está), o que el "aula multimedia" esté presente en muchos centros (algo del pasado), pero que la tecnología o los recursos estén presentes en cada aula solo en el 10% de los centros”. Estos datos estaban tomados del informe: “Prepara tu escuela para la sociedad digital. Claves para sumarse al cambio”.
Se están dando pasos decididos, no cabe duda, relevantes ciertamente, pero insuficientes considerado el sistema educativo en su conjunto. Hay iniciativas, muchas si se quiere, pero no hay una mentalidad de cambio generalizada. No es mi intención en este momento el analizar las causas de esta resistencia al cambio. Solo señalo que, si no redefinimos el aprendizaje, o mejor aún, si no determinamos seriamente cuáles han de ser los resultados del aprendizaje de los alumnos en cada materia y edad, lo que denominamos técnicamente estándares de rendimiento, el sistema educativo estará un tanto a la deriva. Dicho en términos sencillos, debemos determinar “qué deben saber y saber hacer los alumnos” (what they should know and should be able to do). Esta es una definición instructiva de lo que es un resultado de aprendizaje, lo podemos llamar objetivo específico y no excluye, naturalmente, la dimensión del ser que es integral con el saber y el hacer, pero que no es del caso ahora. Por otra parte, cuando decimos saber no me estoy refiriendo solo al conocimiento, sino a cualquier habilidad cognitiva de orden superior, por usar la terminología más al uso alrededor de la taxonomía de Bloom, por ejemplo.
Y ¿por qué es importante definir los resultados? Porque solo definiendo los resultados estaremos en condiciones de establecer los procesos que nos lleven idealmente a ellos. Porque exigirán una redefinición de lo que se considera un aprendizaje adecuado para los tiempos actuales, sobre lo que existen numerosos catálogos accesibles a cualquiera en la red. Y en esa redefinición nos encontraremos con que el aprendizaje por exposición a un mensaje oral, exclusiva o principalmente, ya no es sostenible, porque los alumnos, los estudiantes, tienen ahora que adquirir un aprendizaje llamado profundo (deeper learning), que no supone perder nada de lo logrado (el saber), pero sí supone añadir nuevas habilidades y competencias. Lo importante ya no es el saber sino lo sabido. Ya no basta con saber, es preciso saber hacer, comunicar, colaborar, producir...
Como señala el Digital Library Task Force (2013) en la era actual la alfabetización significa, además:
- poseer la variedad de habilidades cognitivas y técnicas requeridas para encontrar, comprender, evaluar, crear, y comunicar la información digital en una amplia variedad de formatos;
- ser capaz de utilizar diversas tecnologías de manera adecuada y eficaz para buscar y recuperar información, interpretar los resultados de búsqueda, y juzgar la calidad de la información recuperada;
- entender las relaciones entre la tecnología, el aprendizaje permanente, la intimidad personal y la administración adecuada de la información;
- utilizar estas habilidades y las tecnologías apropiadas para comunicarse y colaborar con compañeros, colegas, familiares, y en ocasiones el público en general;
- utilizar estas habilidades para participar activamente en la sociedad civil y contribuir a una vibrante, informada y comprometida comunidad.
Podríamos señalar aún otras características de la alfabetización y el aprendizaje actual, propio de este siglo que comienza, como las apuntadas a continuación:
- El pensamiento crítico, resolución de problemas, el razonamiento, el análisis, la interpretación, la síntesis de la información.
- Habilidades y prácticas de investigación, e interrogación.
- La creatividad, el arte, la curiosidad, la imaginación, la innovación, la expresión personal.
- La perseverancia, autodirección, planificación, autodisciplina, adaptabilidad e iniciativa.
- Comunicación oral y escrita, hablar en público y presentación, escuchar.
- El liderazgo, trabajo en equipo, la colaboración, cooperación, la facilidad en el uso de los espacios de trabajo virtuales.
- Alfabetización en Tecnología de la información y la comunicación (TIC), los nuevos medios de internet, interpretación y análisis de datos, la programación informática.
- Alfabetización cívica, ética, y justicia social.
- La educación financiera y económica, el espíritu empresarial.
- La conciencia global, alfabetización multicultural, humanitarismo.
- El conocimiento científico y el razonamiento, el método científico.
- El conocimiento ambiental y la conservación, comprensión de ecosistemas
- La salud y el bienestar de alfabetización, incluyendo la nutrición, la dieta, el ejercicio y la salud pública y la seguridad.
La pregunta es: ¿pueden los métodos expositivos, o una única metodología, basada principalmente en la acción del profesor, favorecer la adquisición de estas y otras competencias similares? La pregunta, que es meramente retórica, tiene una respuesta evidente: no.
Se señala con acierto, a mi entender, que los alumnos deben formarse para resolver problemas que aún no se han planteado, para profesiones que aún no existen y para desenvolverse con tecnologías que aún no se han inventado. Esto, ¿no impone un serio reto para el sistema educativo, los aprendices y sus profesores?
Pero volvamos por un instante a lo señalado más arriba respecto a que hay que determinar lo que se debe saber… Esta observación puede parecer un tanto pueril pero, a mi juicio, no lo es. A los alumnos hay que enseñarles (o ayudarles a aprender) solo lo que todavía no saben. Esto implica evaluar lo que saben antes de cada unidad o bloque de aprendizajes. Hacerlo supone encontrarse con diferencias incluso importantes entre ellos, nos llevará a descubrir lo que ya sabemos pero con frecuencia desatendemos: que las velocidades de aprendizaje, la capacidad, la motivación, los intereses, etc., de los alumnos son diversos. Y si lo son, de lo que no cabe ninguna duda, la atención educativa también debe serlo. Pero ¿cómo si el profesor es el que explica la lección?
Nos enfrentamos a dos circunstancias que no podemos soslayar por más tiempo: las diferencias en la capacidad de aprendizaje de los estudiantes y la diversa consideración que hoy tiene el aprendizaje mismo y las dimensiones que lo definen.
Esto significa que no hay otra solución que abordar un enfoque de la escuela, una transformación de la misma, que devuelva al estudiante, al alumno, el protagonismo que por la naturaleza de las cosas le corresponde. Una escuela centrada en el aprendizaje y no en la enseñanza es una escuela que transforma radicalmente los roles del profesor y del alumno. El primero ya no es un expositor y transmisor de conocimientos, ni la única fuente de los mismos, y el alumno ya no es un sujeto paciente que escucha, anota, memoriza y repite. Esto exige, como se comprende, un replanteamiento radical de los modos de evaluar y de las funciones que tradicionalmente se le han asignado a este proceso nuclear de la enseñanza y el aprendizaje. Hemos de pasar de la evaluación del aprendizaje a la evaluación como aprendizaje. Pero esto no es ahora del caso.
Ante este panorama los profesores se sienten preocupados y, en ocasiones desbordados o abrumados, porque no saben cómo hacerlo. En ocasiones niegan la necesidad misma de tener que cambiar, que no es más que un mecanismo de defensa para no salir de lo que en el mundo empresarial se suele llamar la “zona de confort”.
Los profesores necesitan ayuda. Ser profesor hoy es más difícil que hace décadas, y más importante también, entiendo yo. Ya no solo tienen que saber mucho de lo que enseñan (primero y principal), también tienen que saber de pedagogía, de tecnología y de los conocimientos que resultan de la intersección entre estos ámbitos, que van más allá de la mera adición de los mismos.
Y aquí está este libro para demostrar no solo que es posible el cambio, sino para enseñarte cómo hacerlo. Pero no de una manera teórica (no habría nada de reprochable en ello), sino de una forma práctica, pero bien fundamentada en la teoría y reflexión pedagógicas. De otro modo sería un libro de ocurrencias más o menos vistosas.
Este es un libro de gran valor pedagógico y tecnológico porque son los mismos profesores los que hablan a sus colegas –desde su propia experiencia, desde quien lo tiene sabido como propio- y les explican cómo es posible hacer lo que parece imposible. Con un lenguaje directo y sencillo este grupo de profesores entusiastas, de innovadores inconformistas, ha decidido sacar adelante un proyecto del máximo interés, pues apoyándose en un enfoque pedagógico acertado (el flipped classroom) han decidido poner a disposición de los demás, con espíritu de servicio y afán de mejora, su conocimiento y experiencia. Han seleccionado con acierto las mejores aplicaciones que permitan llevar a la práctica lo señalado más arriba: hacer del alumno un protagonista de su propio aprendizaje.
Aquí sí cabe decir con propiedad que cada “maestrillo tiene su librillo”, pero en el sentido de que cada profesor te cuenta su experiencia, su modus operandi, que es sui generis y puede, o no, coincidir con el tuyo, pero no te será difícil sentirte inspirado por lo que ellos hacen.
Tampoco quiero sugerir que el libro, por su carácter práctico, es un recetario de procedimientos; más bien es un conjunto de experiencias vividas en primera persona, de las que este grupo de profesores ha sabido hacer, no “su librillo”, sino un libro (y muchos a la vez, por su carácter digital y, por ello, con componentes hipertextuales que te llevarán a otros mundos del saber) en el que explican cómo y por qué, cuándo y con qué.
Un acertado libro para ayudarte a mejorar en tu tarea diaria, para ayudarte a que te plantees que educar es darle la mano a lo cambiante sin olvidar lo permanente. Sabiendo que la tecnología, en su carácter instrumental, nunca podrá suplantar tu mirada de afecto a tus alumnos, ni el tono de tu voz cuando les animas a seguir adelante. Precisamente la tecnología está aquí para relevarte de las tareas más penosas, rutinarias y monótonas, permitiendo que te liberes de ellas e inviertas más tiempo en atender a cada alumno singular; para que personalices su aprendizaje tratando de desarrollar el talento de cada uno, responsabilizándolos de su propio aprendizaje. Porque como escribí hace poco en el prólogo de un libro dedicado a una profesora muy especial en su jubilación, “la educación se resuelve en un encuentro entre personas”.
Te animo a leerlo y, principalmente, a pensarlo y a arriesgarte a poner en práctica nuevas experiencias. Disfrutarás con ello porque verás que tus alumnos quizá lleguen a decir alguna vez, como me hacía saber hace unos días una madre de un niño de alta capacidad: “Mamá, es la primera vez en mi vida que no quiero salir de una clase”.
Solo me queda felicitar a este grupo de profesores que generosamente han puesto su conocimiento y su tiempo al servicio de la comunidad educativa, coordinados admirablemente por Antonio Calvillo y Déborah Martín, grandes expertos en el enfoque flipped learning y agradecerles el honor que me han brindado al darme la ocasión de escribir este prólogo a un libro digital que será de tanta utilidad para todos.
Tomado de Javier Tourón. Talento. Educación. Tecnología con permiso de su autor
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